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Shula

Shulamit AloniA finales de junio de 1967, cuando llegué a mi kibutz en Israel, podría darse el siguiente escenario en cualquiera de los jardines de infantes del lugar. Una maestra jardinera pregunta a los niños: «¿Quién quiere helado?» Todos juntos responden al unísono: «Nosotros».

Al cabo de algunas horas, la maestra, esta vez con tono enojado, vuelve a interpelar: «Quién rompió esta silla?». Un silencio total invade el salón principal; por un instante los niños se miran unos a otros, dudan algunos segundos y contestan a viva voz: «¡No nosotros!».

Esa era la realidad israelí en los primeros treinta años desde la creación del Estado. Todo estaba basado en ese «nosotros», en una entrega total a la causa en cualquier lugar del país: en el Ejército, la educación, la política, la sociedad, el Parlamento, los tribunales y la cultura.

Dos mil años de humillaciones, calumnias, restricciones, vejaciones, persecuciones, expulsiones, pogromos y hasta un plan de exterminio total, eran demasiado como para que cualquier ciudadano israelí se ponga a pensar de forma egoista en si mismo sin siquiera tomar en cuenta al colectivo.

Hasta que llegó Shula.

Cuando Shulamit Aloni irrumpió en la atmósfera hebrea, Israel, además del «nosotros», descubrió que también existían «ella» y «él», y que sin tener en cuenta a «ellos», todo esa epopeya podría estar condenada a una catástrofe social.

Alcanza con ver hoy en día qué es lo que reclaman los ciudadanos de nuestros países vecinos para entender la magnitud de su accionar y la tozudes de su perseverancia.

Shula desarrolló una labor intensa en defensa de los derechos humanos, creó el primer refugio en Israel para mujeres maltratadas, presidió la comisión ministerial legislativa que nos otorgó la «Ley Básica del Honor del Ser Humano y su Libertad» a falta de una Costitución por la cual también luchó, sin éxito, para que sea redactada y promulgada.

Shula tenía su programa radial en el que escuchaba problemas de ciudadanos para buscarles solución y fue pionera en la organización de matrimonios civiles fuera de Israel.

Shula nos acaba de dejar, pero su legado es tan grande que actualmente casi el total de la sociedad israelí da por sobreentendido lo que en su época ni siquiera se tenía en cuenta en todo lo relacionado con los derechos individuales.

Personalidades como los ya fallecidos Moshé Dayán o Ezer Weizman, ambos altos oficiales del Ejército y machistas hasta la médula, que pensaban que cualquier acción relacionada con el sexo opuesto les estaba permitida, hoy serían procesados por acoso sexual, tal como lo fueron Moshé Katsav, Haim Ramón y decenas de funcionarios que varias décadas atrás eran considerados «intocables».

Su pasión por la paz hizo que aguardara más de una hora a que el entonces primer ministro israelí, Menajem Begin, saliera de su oficina privada en el Parlamento rumbo a la sesión en que se votaría el Tratado de Paz con Egipto, conseguido por éste, para decirle: «Señor Primer Ministro, lo que usted logró es excepcional. No me alcanzan las palabras para agradecerle. Sea fuerte y valiente», agregó citando la frase bíblica que Moisés le dijo a Josué.

Begin, visiblemente emocionado, y haciendo uso de su hidalguía polaca, no dudó en besarle la mano.

Según Pirkei Avot, Hilel el Justo solía decir: «Donde no hay seres humanos, trata de serlo». Shulamit Aloni cometió muchos errores, pero sin duda lo intentó.

Y fue Albert Einstein quien destacó que nuestra madurez comienza a manifestarse cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos.