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Se oyen tambores de guerra

Mientras la Conferencia en Ginebra sobre el conflicto de Siria, programada conjuntamente por Estados Unidos y Rusia, corre peligro de fracasar antes de haber comenzado, la ayuda rusa en armamento de última generación - baterías antimisiles S-300 - que recibió esta semana el régimen de Bashar al-Assad - que superaría la que perciben de otros países árabes los insurgentes contra Damasco -, supone una profunda alteración del status quo geoestratégico en la zona y altera la seguridad de Israel.

Y lo hace en dos diferentes planos de riesgo: por la posible transferencia de estos armamentos a la organización terrorista Hezbolá, en Líbano, y por el eventual traspaso de esos mismos cohetes a Irán.

El rango de probabilidad de que esa doble entrega se lleve a cabo se basa en el hecho de que Irán y Hezbolá aportan apoyos, aparentemente decisivos, a las tropas de Assad, incursas ahora en un despliegue ofensivo y destructor sobre el nuevo Stalingrado sirio llamado Al Quasir.

El suministro a Assad de la primera remesa de misiles rusos altera muy sensiblemente las expectativas, incluso la propia viabilidad, de la Conferencia de Ginebra convenida por el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, en el curso de la reciente visita de éste a Moscú.

El impacto de este envío tiene alcances directos en la estructura de tensiones presentes en Oriente Medio. Si por un lado altera el equilibrio de fuerzas en la región al afectar de modo tan directo la seguridad de Israel, por otro modifica el propio enunciado del problema - atómico en doble sentido - de la República Islámica de Irán: por razón de su programa nuclear militar y por causa de su definición de manifestada incompatibilidad existencial con la «entidad sionista».

Reflejo elocuente de esta nueva situación fue la convocatoria por parte del Gobierno israelí a todos los embajadores de la Unión Europea en Jerusalén para exponerles, por boca de su asesor principal de Seguridad Nacional, Yaakov Amidror, general de Inteligencia en la reserva, sobre la probabilidad de un ataque contra el dispositivo misilístico enviado por el Ejecutivo de Moscú a su socio de Damasco.

El nivel de probabilidad de que un hecho de tal magnitud suceda se basa tanto en los dos ataques aéreos realizados por Israel - según fuentes extranjeras - el pasado abril contra dos cargamentos de armas enviados por Irán a Hezbolá, como por la coyuntura de que - según explicó Amidror - en pocos meses los militares sirios consiguieron hacerse con el manejo operativo de los misiles S-300 que ya están en su poder, y que por su alcance convierten sustancialmente en vulnerables los objetivos civiles y militares israelíes más sensibles del Estado judío.

Cabe entender que tal situación de vulnerabilidad constituría una verdadera «línea roja» para Israel y que el Gobierno de Netanyahu asumiría la responsabilidad de eliminar los misiles rusos.

Al fondo de tales cálculos de los distintos riesgos, lo que se comienza a definir sobre Oriente Medio es el espectro de otra guerra, esta vez entre Israel y países u organizaciones árabes como efecto colateral de otra guerra de árabes entre sí.

Assad, respaldado por Irán y Hezbolá, podría haber adoptado ya esa decisión como la única posibilidad de salvar su Gobierno. Le será complicado; 90.000 muertos sirios en dos años de guerra civil son un lastre muy difícil de cargar, especialmente en una región donde la «primavera árabe» ya consiguió derrocar tres regímenes.

Además, Israel aseguró que una maniobra de este calibre determinaría la caída del dictador sirio.

La historia nos enseñó más de una vez que países diferentes en situaciones diferentes con intereses diferentes, pueden, sin desearlo realmente, arrastrarnos hacia el caos.

Se oyen tambores de guerra.