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Votar por amor

Las próximas elecciones en Israel están definidas. El «dúo dinámico» Netanyahu-Liberman ya ganó. Bibi e Yvet serán electos para un tercer mandato con una amplia mayoría. Nadie se las quitará.

La encuesta realizada esta semana por Camil Fuchs para el diario «Haaretz» dio al Likud-Beiteinu de 35 a 37 escaños en el Parlamento. La oposición se derrumba en medio de una «guerra civil» entre candidatos oportunistas que a la hora de la verdad se arrastrarán hacia Netanyahu para que los tome en cuenta, y nos explicarán que lo hacen para «influir desde adentro». La izquierda se evaporó.

Bibi e Yvet ganarán los comicios con facilidad a pesar de ser figuras controvertidas. Incluso sus más cercanos colaboradores no vacilan a la hora de criticarlos con dureza. ¿No me creen? Pregúntele al vicecanciller Danny Ayalón qué opina al respecto. Él ya empezó a buscar trabajo nuevo.

Netanyahu volverá a ganar a pesar de asesinar selectivamente cada proceso de paz o cada iniciativa diplomática; a pesar de que líderes mundiales lo califican de mentiroso, y a pesar de sus tensas relaciones que mantiene con Obama y la Unión Europea que, estratégicamente, ponen en peligro a Israel. Será elegido a pesar de las multitudinarias protestas sociales del verano de 2011, que reflejaban el gran disgusto por todo lo que él representa.

Parece una paradoja. ¿Qué es lo que lleva al israelí a votar una y otra vez por él y a preferirlo por sobre otras personas más honestas y éticas? ¿Qué es lo que nos hace poner al frente de una de las naciones más complejas del mundo a un hombre a quien no le compraríamos ni un coche usado?

El secreto de su éxito Bibi está en sus deficiencias. Votamos por él no en razón de sus ventajas, sino de sus desventajas. El amor del público por Netanyahu es un amor narcisista. Es a nosotros mismos a quien nos vemos reflejados en el pantano. Es esa imagen de nosotros mismos con quien nos identificamos y a la que votamos.

Bibi es un camaleón. Se mimetiza según los colores de su entorno. Al igual que Zelig en la película de Woody Allen, interpreta el papel de muchas personas diferentes al mismo tiempo. Es el guardián del Estado de derecho en momentos en que los ultraortodoxos atacan a jueces de la Corte Suprema; pero es también una gran amenaza para ese mismo Estado de derecho en sus acciones y en las de su coalición. Por un lado, tenemos al Bibi del discurso de la Universidad Bar-Ilán acerca de dos Estados para dos pueblos, y por otro, al del «no hay nadie con quien hablar», que no cederá ni un solo milímetro de Cisjordania.

Saber cuál es el verdadero resulta insignificante. Su mayor ventaja sobre todos los demás políticos es que no existe ningún Netanyahu real.

Bibi oscila entre un fantasioso lenguaje acerca de los principios - que se puede aceptar o rechazar -, y el abandono de ellos como respuesta a presiones políticas o públicas.

Netanyahu irradia al mismo tiempo fuerza, potencia, firmeza y ridiculez en sus discursos, como en el caso del que le tocó pronunciar en la ONU con el dibujo de la bomba. Sin embargo, es el líder más susceptible a la presión que hemos tenido. El israelí está enamorado de esa dicotomía.

Bibi abusa de nuestra megalomanía, por un lado, y de nuestros temores, por otro, de un modo en que ningún otro político israelí consiguió aprovecharse jamás. No es ninguna coincidencia que en sus mensajes se apoye frecuentemente en la Shoá. El Holocausto constituye el miedo final, y sus alusiones a una segunda Shoá - «Las generaciones que no habrán de sucedernos» - nos definen como las víctimas finales, y restauran nuestros perdidos sentimientos de justicia para con nosotros. Si Irán y los palestinos no existieran, habríamos tenido que inventarlos.

Al igual que en los asuntos del espíritu, ello reside también en el espíritu del pueblo: Junto al enfrentamiento del trauma convive un deseo inconsciente de volver al trauma. Bibi, que advierte de una segunda Shoá, puede estar dirigiéndonos hacia ella.

Por eso lo votamos. No por ideología; por amor.