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¿Dónde termina Israel?

Esta semana se caracterizó, entre otros asuntos, por la decisión del gobierno israelí de ampliar asentamientos en Cisjordania en represalia por el cambio de estatus de Palestina, reconocida en la ONU como Estado observador no miembro.

Dicha resolución del ejecutivo hebreo lleva a reflexionar sobre las fronteras definitivas de Israel y acerca de si existe en el Estado judío un plan determinado acerca de ellas.

Es cierto que el resultado de la Guerra de los Seis Días para nosotros, los israelíes, fue militarmente espectacular a corto plazo. Pero sus consecuencias políticas a después de 45 años constituyen un problema monumental.

A la hora de hacer un balance, uno se encuentra con la paradoja que nace de un gran malentendido. En el mundo actual abundan los enfrentamientos de todo tipo. Se puede llegar a contabilizar entre 30 y 40 disputas de promedio por año. Unas, muy conocidas; otras, más complicadas de interpretar. Pero para el analista medio, el conflicto entre palestinos e israelíes es sumamente difícil de manejar. La razón es sencilla: sea cual fuere el perfil de la audiencia sobre éste - lectores de artículos, oyentes comunes, estudiantes, asistentes a mesas redondas, seminarios o conferencias -, todo el mundo tendrá algo que decir sobre el mismo. Siempre habrá algún punto de vista. Cualquier persona podrá estar mejor o peor fundamentada desde un punto argumental, pero su opinión suele ser profundamente emocional, cargada de pasión. Con lo cual, la influencia que uno pueda tener en términos de innovaciones es limitada, o francamente nula. Por esta razón, y pensando únicamente en aquellos a quienes mueve la curiosidad, quizá sea legítimo recurrir a recuerdos personales, impresiones y alguna que otra anécdota.

En 1967, pocos meses después del final de la guerra - y de haber arribado a Israel - recorrí con unos amigos el país que había triplificado en seis días la dimensión de su territorio: la ciudad reunificada de Jerusalén y una gran parte de la Cisjordania recientemente conquistada. Al Sinaí no llegaría hasta algunos años después, cuando ya formaba parte del ejército regular. Vista en perspectiva, aquella guerra de junio del 67 cerraba el ciclo fundacional del Estado judío, su etapa provisional. Y como me comentó mucho tiempo después un alto oficial israelí, que había tenido grandes responsabilidades en inteligencia militar: «Aquello marcó la cúspide de nuestra superioridad militar y el inicio de nuestro declive en iniciativa política». Me dijo también que desde 1967, y durante 20 años, ningún gobierno israelí había sido capaz de tomar una decisión relacionada con los territorios ocupados, hasta que en 1987 la primera Intifada nos tomó completamente por sorpresa - me lo reconoció con insistencia - y agregó que el tiempo no siempre trabaja a favor del más fuerte.

Pero también es cierto que el resultado de la Guerra de los Seis Días marcó el despertar de la autonomía política palestina, hasta entonces totalmente controlada y manejada por Egipto, Siria y Jordania de acuerdo con sus intereses de Estado. La OLP realmente sólo empezó a funcionar luego de aquella derrota árabe. A la vez, desde 1967, ningún gobierno árabe tendrá realmente en su agenda - retórica aparte - ir a la guerra contra Israel por la cuestión palestina. La guerra de Yom Kipur fue una decisión egipcia - que arrastró a Siria - para recuperar el Sinaí y el Golán; nada que ver con los intereses del pueblo palestino.

Pero sí puedo asegurar, sin embargo, que todos los gobiernos israelíes, desde 1967, han desplegado una estrategia sistemática, milimetrada, de desposesión territorial palestina. Es verdad que la implantación de asentamientos saltó significativamente a partir de 1977 - cuando el Likud ganó por primera vez las elecciones - tanto en Jerusalén y su área metropolitana, como en toda Cisjordania y en la Franja de Gaza. Ello sin olvidar que ningún gobierno israelí, desde 1949, al finalizar la Guerra de Independencia, ha aceptado definir cuál es su frontera internacional oriental definitiva. Ni siquiera la que nuestros mismos líderes dicen reclamar - territorios más, territorios menos - aún no ha sido trazada.

Sabemos cual es la frontera que Israel reconoce con Líbano, Egipto y Jordania, conocemos qué parte de Siria hemos anexado y podría - o no - ser negociada, pero no sabemos cual es la que nos falta con los palestinos: ¿el río Jordán?, ¿la actual cerca de seguridad?, ¿la que propusieron Barak y Olmert en sus fallidos encuentros con la dirigencia palestina?

Cuando un Estado democrático, que es una potencia económica y militar regional indiscutible, persiste en no aclarar sus pretensiones territoriales, se dan las condiciones para que el problema permanezca peligrosamente abierto, complicándose más cada día que pasa. La prueba es que en la misma sociedad israelí - excepto la extrema derecha ultranacionalista y mesiánica que reclama el Gran Israel hasta el Jordán - ningún líder de ninguna fuerza política que llegó a formar gobierno, se atrevió o se atreve a decir: «Territorialmente hablando, Israel empieza aquí y acaba allí».

Con ello se malgasta un importante capital político, como me decía aquel oficial del ejército: «La ONU, la Unión Europea, la comunidad internacional, incluso EE.UU, pero, sobre todo, la propia Autoridad Palestina de Mahmud Abbás, reconocen ahora como fronteras internacionales de Israel la línea de separación vigente hasta el 4 de junio de 1967, un día anterior al inicio de la Guerra de los Seís Días. No es poco. Se trata de reconocer definitivamente la existencia de Israel como Estado-nación del pueblo judío cuyas fronteras legítimas no son ya las del Plan de Partición de la ONU del 29 de noviembre de 1947, sino las que resultaron del fin de la primera guerra árabe-israelí en 1949, con todo lo que ello significa».

La gestión del factor tiempo, en un conflicto con tanta asimetría de poder entre las partes, no disminuye la responsabilidad israelí. Nuestra política de «ni anexión definitiva ni devolución de territorios», que practicamos desde 1967 - con la excepción del período de Rabín, amputado vilmente por su asesinato - es una «no política», que es la peor forma de hacer política. Hoy, después de varias guerras, dos Intifadas, varias operaciones militares puntuales, un fracasado proceso de paz y muchos miles de muertos, sigue siendo legítimo preguntarle al gobierno de Israel:

¿Dónde acaban nuestras aspiraciones territoriales?

Gobiernos suben y bajan. Muy de vez en cuando triunfa una coalición de izquierda, generalmente gana la de derecha. Pero la realidad es que después de 45 años, cuando pongo en debate dicho interrogante, sigo escuchando un estruendoso silencio.