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«Tikún Olam»

Barack Obama«Tikún Olam» es una expresión talmúdica hebrea que significa «reparar el mundo». Es importantísima en el judaísmo y a menudo se utiliza para explicar el concepto judío de justicia social.

Dicha expresión es usada para indicar que la «reparación» debe ser continua no porque la ley bíblica lo indica, sino porque ayuda a evitar consecuencias sociales negativas.

De acuerdo al misticismo judío, la creación del universo es representada de manera figurada como un recipiente que no pudo contener toda la «luz sagrada» y se rompió en pedazos. Por ello el mundo que conocemos está literalmente quebrado y necesita reparación.

En consecuencia, aportando buenas intenciones, la gente ayuda a reparar los daños. De tal manera, a través de sus acciones, cada persona puede participar en el «arreglo».

Algo así entendieron en estos días los ciudadanos de Estados Unidos que, pese a que en varios estados podrían haber votado en una u otra dirección, su accionar resultó más confiable que algunas ilusiones conservadoras. Y cuando el conjunto de sondeos coincidió en señalar que la tendencia general se dirigía hacia el «Tikún Olam», había más motivos aún para creer en ella.

De las últimas 22 encuentas publicadas en los llamados estados desequilibrantes, en los cuales se definió la contienda electoral norteamericana, Obama llevó ventaja en 19 de ellas, Romney sólo en una, y dos terminaron en empate. De forma similar, la mayoría de los sondeos nacionales indicaban un alza en el margen de ventaja de Obama.

El reelecto presidente de Estados Unidos, más allá de los considerables retos inmediatos que tendrá que enfrentar, deberá lidiar con un país que, igual al mundo del «Tikún Olam», se quebró en pedazos.

Desde el gasto público, los impuestos, el sistema de salud, la educación, los derechos reproductivos de la mujer y los derechos de los homosexuales, hasta la migración, el medio ambiente y la política exterior, los estadounidenses no parecen estar de acuerdo en casi nada.

Numerosos estudios sugieren que la opinión pública está dividida sobre si el sistema económico del país es injusto o no, si el calentamiento global es real o no, si los recortes en los impuestos favorecen a los más ricos o generan empleo, si Estados Unidos logró sus objetivos en Irak y Afganistán, y si es deseable acatar presiones de Israel de bombardear a Irán para frenar su proyecto nuclear.

Esta polarización, la más aguda en décadas, se manifiesta en la vida política estadounidense, en donde hoy por hoy la parálisis legislativa prevalece por encima del compromiso bipartidista, y sobresale la echada mutua de culpas en lugar de la búsqueda de soluciones.

Las divisiones políticas señaladas se traducen también en una segregación social. Más que nunca, la base electoral de los republicanos son hombres blancos, mayores, casados, religiosos y tradicionales que viven en zonas rurales o en suburbios. En contraste, la demócrata es femenina, joven, laica, no tradicional, metropolitana y multicultural, es decir, afro-americana, hispana y crecientemente asiática.

Lo anterior se ve reflejado en un aumento de separación demográfica entre distintos sectores, así como en los medios de comunicación que al confirmar la visión de mundo de cada uno agudizan la intolerancia y dificultan el diálogo.

Pese a lo pronosticado, la elección de Obama en 2008 no inauguró una era pos racista en Estados Unidos. Todo lo contrario, la llegada del primer afroamericano a la Casa Blanca parece haber intensificado el racismo. Así lo sugieren no sólo unas recientes encuestas sino vivencias cotidianas en las que la discriminación está a flor de piel.

En comparación con hace cuatro años hay más estadounidenses - más de la mitad de la población - que albergan actitudes racistas y xenofóbicas, explícitas o implícitas, hacia todo lo que sea «diferente».

El silencio con el que la creciente división en el interior de la población estadounidense fue tratado, o peor, estimulado, cultiva una nación desunida frente a la que un verdadero líder deberá tomar en cuenta y actuar.

Así las cosas, no estaría de más que Barack Obama, con tantos expertos a su lado, se asesorara también un poco leyendo el Talmud y la Mishná.