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Ladrón de carretillas

Avigdor «Ivet» Liberman¿Recuerdan el cuento acerca de aquel obrero de la ex Unión Soviética que al terminar su jornada laboral salía de la fábrica con una carretilla vacía y cuando los policías lo revisaban nunca le encontraban nada, y al final resultó que lo que hacía durante años era robar carretillas? Bueno, eso es justamente lo que le hace Avigdor Liberman a Netanyahu y a la política israelí.

Avigdor nunca pierde la oportunidad de correr con una carretilla vacía e incitar contra los ciudadanos árabes de Israel. Apenas los mienbros el Cuarteto para Oriente Medio intentaron reanudar las conversaciones tartamudas con los palestinos, todavía no había pasado nada, y el gran Ivet ya saltaba con su mantra de que los árabes israelíes no son leales al Estado judío.

Como era de esperar, los politicos árabes arremetieron duramente conta él: «¡Nosotros estamos aquí mucho antes que Liberman»; «¡Él no es un demócrata; quiere transformar Israel en Rusia!»; «¡Somos nosotros quienes solventamos la inmigración rusa!», etc.

Junto a Netanyahu en el gobierno, Liberman ya consiguió lo que se proponía: los árabes se expresan de forma efusiva y extremista, los judíos liberales - incluso los del Likud - entran en pánico, la fórmula de dos Estados para dos pueblos murió en la Universidad de Bar Ilán en el mismo instante que fue anunciada por Bibi; las negociaciones con los palestinos están en punto muerto más de dos años, y Avigdor, que desde hace tiempo forma parte de la ultraderecha xenófoba hebrea, ya es admitido por la mayoría (69%) del raciocinio sionista legítimo que - según una reciente encuesta del diario «Haaretz» - estaría a favor de formar un gobierno de «apartheid» en caso de que Israel anexara Cisjordania.

Pero lo que verdaderamente le interesa a Liberman no son los árabes, ni los judíos liberales del Likud, ni siquiera los ultraortodoxos, sino la sociedad judía en Israel a la cual aspira conquistar.

Imaginemos que vamos detrás de Ivet hasta el final: deportamos algunos líderes árabes a Gaza y varios más a Arabia Saudita para que entiendan allí, de una buena vez, lo que significa libertad de expresión, y que en Israel nos quedamos únicamente con aquellos árabes que juran fidelidad solemne al Estado judío, juegan en la selección nacional de fútbol, cantan el Hatikvá a viva voz antes de los partidos y le comentan a sus parientes y amigos el maravilloso milagro sionista que vienen vivenciando personalmente desde 1948.

Por fin podremos gozar de un Estado judío íntegro, perfecto y puro. Mientras tanto, el ministerio de Interior terminará de echar a todos los extranjeros - filipinos, tailandeses, colombianos, infiltrados y refugiados africanos, etc. - y el Gran Rabinato convertirá al judaísmo a todos los gentiles. Será entonces que Liberman dispondrá de todo el tiempo libre y necesario para dedicarse a lo verdaderamente importante.

Quien quiera imaginarse de qué realmente se trata, que eche una mirada a la Rusia de Putin y entienda de donde recibe Liberman su inspiración. Árabes tal vez no quedarán, pero su slogan «Sin lealtad no hay ciudadanía» sólo se fortalecerá, y la lealtad, así como el nivel de nacionalismo», infidelidad y traición, serán determinados únicamente por Ivet y sus asesores.

Los árabes fueron apenas la astuta excusa de Liberman para llevar a cabo su verdadero plan. Con esa estrategia, genialmente planificada, llegará muy pronto el día en que Bibi despertará - como despiertan ahora los miembros liberales del Likud y como despertamos nosotros hace tiempo - y se dará cuenta que, así como en el cuento del ladrón de carretillas, le «robaron» el poder de la «empresa sionista» en plena luz del día con su total aprobación.

Y que esa «empresa sionista», al igual que la fábrica de carretillas en la ex Unión Soviética, quedó totalmente vacía.