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Refugiados sirios, parias universales

En su informe sobre la situación de los refugiados sirios publicado en su número del pasado 2 de febrero, la revista británica «The Economist» señala que en las últimas semanas, unas 5.000 personas por día cruzaron la frontera huyendo de la guerra.

Aldeas enteras se vaciaron de sus habitantes. Según el alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, el próximo mes de junio el número llegará a un millón sin contar los habitantes internos que tuvieron que abandonar sus hogares.

La mayor parte de ellos son mujeres y niños. Las condiciones en los campos en Jordania e Irak son muy difíciles. Tormentas de nieve y lluvias convirtieron algunos campos en lodazales. Hubo niños que murieron de hambre. Algunas tiendas se incendiaron debido a accidentes con precarios hornallas a gas.  

La situación de los refugiados internos en Siria, cuyo número se estima en dos millones, es aún peor porque en muchas zonas, las organizaciones de ayuda internacionales no operan debido a que no cuentan con mínimas condiciones de seguridad. Funcionarios de Naciones Unidas aseguran que la organización internacional ayuda a la quinta parte de los 23 millones de ciudadanos sirios.
        
Jordania, Irak, Líbano y Turquía alojan a casi todos los refugiados y sus costos crecen constantemente. Las escuelas y los hospitales están atiborrados, pero más que la carga económica, los gobiernos vecinos temen la inestabilidad política inevitablemente ligada a la presencia de un alto número de refugiados.

Los libaneses están muy divididos sobre la situación en Siria, con Hezbolá apoyando al presidente Assad y los sunnitas claramente a favor de los rebeldes. Los jordanos temen que islamistas radicales sirios ingresados al país como refugiados fortalezcan a los islamistas locales aumentando las chances de una desestabilización interna. El gobierno turco, por su parte, teme que refugiados kurdos de Siria fortalezcan a la inquieta minoría kurda.

En enero de este año, durante una conferencia de países donantes en Kuwait, la oficina del comisionado de Naciones Unidas para los refugiados (UNHCR, por sus siglas en inglés) recibió la promesa de un presupuesto de 1.5 billones de dólares hasta junio, pero según los funcionarios, sólo llegó un 3% de la suma prometida.

En una nota publicada por la revista norteamericana «Foreign Policy», la periodista libanesa-norteamericana, Sulome Anderson, informó que recientemente más de 100.000 palestinos fueron evacuados del campo de Yarmuk después de un ataque aéreo del gobierno sirio contra dicho lugar.

Unos 17.000 refugiados palestinos de Siria cruzaron la frontera a Líbano desde el comienzo de las hostilidades en marzo de 2011, pero miles regresaron luego de que el enviado de Naciones Unidas y la Liga Árabe a Siria, Lakhdar Brahimi, lograra un acuerdo con el gobierno sirio para mantener a esos campos fuera del conflicto.

El informe de Brahimi proporciona una serie de detalles escalofriantes sobre los sufrimientos de los refugiados de todas las edades y termina con la patética declaración de una madre: «Somos una mera hoja de papel para los gobiernos árabes. Ellos pueden hacer con nosotros lo que quieran. Hasta pueden tachar nuestros nombres y cancelar nuestra existencia como seres humanos».

Sin embargo, de tanto en tanto, llega algún destello de esperanza como la reciente visita a Siria y Líbano del canciller británico, William Hague, quien prometió acrecentar la ayuda de su país a los 300.000 refugiados sirios en Líbano, llevándola a 30 millones de dólares.

Pero la solidaridad internacional de intelectuales, sindicatos, partidos políticos y organizaciones de defensa de derechos humanos, es virtualmente inexistente.

Al margen de la actividad de las organizaciones de ayuda, la masacre sistemática del pueblo sirio no ha producido demasiadas manifestaciones de solidaridad o de preocupación por el destino de las poblaciones civiles asesinadas por el ejército sirio.

Muy pocos grupos organizados se han molestado con los países que por conveniencias políticas o económicas hicieron todo lo posible para  permitir a Bashar al-Assad proseguir sin molestias la masacre de su pueblo, como Rusia o China.

No hay noticias de boicots contra el gobierno sirio, ni manifiestos de intelectuales reclamando el fin de la carnicería, ni reclamos masivos para terminar con las matanzas.
         
La tragedia del pueblo sirio no consiste únicamente en el sufrimiento infinito causado por esta guerra civil, que ya lleva dos años y más de 40.000 muertos, sino también en la mortal indiferencia de una gran parte de la opinión pública mundial. Una indiferencia, que seguramente no existiría si el culpable de una mínima parte de su sufrimiento fuera causado por el ejército de Israel y no por el de Siria.