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El Estado perdido

Bashar al-AssadBashar al-Assad amenaza. Advierte. Pero cada vez está más acorralado. Vergüenza de Rusia y China, que todavía protegen el régimen y tutelan su impunidad sangrienta entre protocolos de muerte y martirio que se suceden cada día.

Asesinatos y torturas. Caza de brujas. Es la brutalidad despiadada de los tiranos árabes. Tableros de contención. Lo hemos visto antes. En Irak, en Túnez, en Egipto, en Libia. La cuenta atrás para Bashar al-Assad ha comenzado hace meses. Cuando un pueblo está dispuesto a sacrificarse con la vida y su sangre, nada lo detendrá. Es cuestión de tiempo, de más barbarie, de más genocidio.

Siria pasa por ser una pieza clave en el tablero de Oriente Medio, pero su despótico e ignominioso régimen, que lleva más de cuatro décadas sumiendo en la miseria y en la falta de libertad a los suyos, no es tan esencial como creen.

La encrucijada de Oriente Medio no necesita más pirómanos dispuestos a incendiar la región. Siria es un satélite del régimen teocrático iraní. Es el sustento de Hezbolá en Líbano y uno de los causantes del desastre libanés, y es apoyo esencial para Hamás. No importa chiísmo y sunismo, esa diferencia fenece ante el mismo odio hacia el Estado de Israel.

La sangría continúa cuando no cesan los asesinatos de civiles. Represión, muerte y tortura. Locura en estado puro. Un tirano y una minoría radicalizada que se aferran al poder masacrando a su propio pueblo. Altos mandos del ejército cómplices de la orgía de sangre. Los que desertan son asesinados. También los médicos que atienden a las víctimas. Es la lucha descarnada por el poder. El despotismo homicida embriagado de falacias, imposturas, falsas promesas y mentiras.

Durante cuatro décadas, el clan Al-Assad ha dominado con puño de hierro y brutalidad sin medida a su pueblo. Un pueblo fracturado, etnizado y hoy roto en dos frentes antagónicos: el que apoya al tirano y el que quiere invertir el paso de su propia historia. Sunitas frente a chiítas alawitas. Contradicciones étnicas y diversidades culturales dentro de un ensamblaje islámico que maquilla un estado de falsa democracia y amoralidad infinita. Nacionalismo y laicismo frente a integrismo, pero en el fondo más de lo mismo, otra dictadura, sin alma, arrogante y represiva.

¿Cuántos muertos más hacen falta para parar esta deriva feroz y megalómana de un dictador que embelesó a Occidente y jugó a ser imprescindible en el tablero diplomático de Oriente Medio? Hoy no es un interlocutor válido, sino un criminal homicida más preocupado en preservar el status quo belicoso de Oriente Medio que en la paz.

Bashar al-Assad no tiene legitimidad alguna. Detenta el poder apoyado en una fiel casta militar temerosa de perder su predominio y fuerza. Décadas de represión hermética, de silencios impuestos, de cárcel y asesinato, de destruir incluso Líbano y ser ahora un aliado fiel e interesado del teocrático Irán. Vergüenza para Occidente, para Europa, para Estados Unidos. Estado perdido, corrupto, quebrado.

No hay salida en el callejón sirio. No la hay. La diplomacia de los candelabros ha hecho el resto, dejando a su suerte a la ciudadanía que exige sus derechos y es masacrada por tanques y francotiradores.

Lo sucedido en Libia de la mano de Francia, Inglaterra y en segundo plano EE. UU, ¿por qué no acontece en Damasco? Lecciones de la hipocresía del resto del mundo árabe, dictaduras y monarquías feudales que sumen en un vasallaje sin derechos a sus súbditos, que no ciudadanos, y que ahora censuran y se apartan del régimen sirio, pero que al mismo tiempo reprimen a su pueblo o apoyan a otros dictadores como en Bahrein o en Yemen.

La represión brutal sigue su curso, también la inacción de las cancillerías occidentales. Dejan hacer. Siempre en Oriente Medio se ha dejado hacer. La paz no es un negocio. Hemos llegado demasiado tarde, consentido y apostado demasiadas veces que la situación del mundo árabe no podía cambiar y cuando lo han intentado les hemos dado la espalda.

Ni Túnez ni Egipto avanzan por el momento hacia una democracia. La Plaza Tahrir está demasiado lejos de ser un símbolo, pese a los centenares de muertos. Trípoli apenas ha conquistado el inicio de un principio incierto bajo la sharía. El precio que tienen que pagar los pueblos árabes para desprenderse de una casta política tirana, represiva, abusiva y déspota es un precio que sólo ellos pueden pagar y deben pagar.

El islamismo, laico y no laico, aguarda paciente a recoger el fruto. El precio de la colonización y la falsa descolonización. No pueden contar con nadie más. No creemos si quiera en su suerte.

En Siria han sido asesinadas, se estima, más de cinco mil personas. Quienes hasta hace apenas unos días apuntalaban al tirano sirio ahora buscan un distanciamiento mezquino y oportunista, pero nada hacen para mejorar la suerte del pueblo sirio.

Es la hipocresía de la mezquindad, del cálculo frío y la arrogancia de quienes patrimonializan y personalizan el poder de un modo despótico y cruel. Una dictadura familiar y militar como Estado. Un régimen opresivo y represivo. Un tirano genocida que aparentó en la superficie otra cosa y ahora muestra su lado más visceral, inhumano y cruel.

Algunos incluso lo exculpan al decir que es rehén de los suyos, los que no quieren perder el poder. Falacias y mentiras. Es la herencia sanguinaria de un clan que lleva cuatro décadas reprimiendo y asesinando. Cuatro décadas auspiciado en una mentira entre nacionalismo, laicismo, democracia e islamismo chiíta frente a la mayoría sunita del mundo árabe.