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Una ilusión llamada territorio

El conflicto no es por el territorios. Las naciones árabes tienen territorio en abundancia. Los palestinos también lo tienen: no hay judíos en la Franja de Gaza y Jordania tiene una mayoría palestina. Los árabes de Palestina podrían haber establecido un estado propio desde hace mucho tiempo, pero optaron por no hacerlo.

Durante un siglo, y más aún desde 1967, hemos tratado de ignorar la verdadera naturaleza del conflicto entre nosotros y las naciones de la región. Hemos hablado acerca de partición de la tierra, de territorio, de intereses, de medidas de seguridad, etc. Pero cada vez que pensamos que estábamos a punto de firmar un acuerdo, algo ocurrió. Según la narrativa árabe-palestina, que mucha gente entre nosotros y en Occidente adoptó sin cuestionarla, la culpa de la falta de paz está colocada delante de nuestra puerta. Incluso las personas ecuánimes dentro de la izquierda israelí, que no aceptan esa narrativa de culpabilidad israelí, actúan como si fuera verdad. Ellos piensan: si le damos un poco más, si tomamos ventaja de esta nueva «ventana de oportunidad», entonces tal vez nuestros vecinos estén de acuerdo para firmar un tratado de paz. Ahora, una vez más, están tratando de vendernos la nueva propuesta de la Liga Árabe, es decir, una mercancía agotada que alimenta la industria de la ilusión de la izquierda más ortodoxa hasta que las conversaciones exploten de nuevo. Y entonces el ciclo comenzará nuevamente.

¿Qué hace que la nueva propuesta de la Liga Árabe sea mejor que las demás? Nada. Los devotos de la paz a cualquier precio entre nosotros tienen que justificar su existencia, deben poder seguir murmurándonos su credo, uno que carece de cualquier comprensión realista de la situación.

Es lógico pensar que el conflicto se trata sólo de tierra. Conflictos sangrientos tuvieron lugar en Europa durante siglos hasta que la voz de la razón y de los intereses se impuso finalmente, los conflictos se resolvieron y la paz reinó. «Dos personas se apoderan de una casa. Una dice: Es todo mía, y la otro dice: Es todo mía. En tal caso, deben dividirla». Así es como nuestros sabios hablaron hace casi dos mil años. El diplomático israelí promedio, y su homólogo en el escalón político, siguen esa misma lógica. Están convencidos de que la clave para resolver el conflicto son unas negociaciones racionales, al final de las cuales vamos a llegar a la ansiada partición de la tierra y con ella, por fin, a la paz. Pero, por desgracia, Occidente no ve como son las cosas realmente en esta región. Una y otra vez, esta lógica occidental choca con un muro infranqueable. Lean la Carta fundacional de Hamás, lean la Carta Nacional Palestina de la OLP y de Al Fatah, ambos movimientos seculares. Visiten sus web, vean su TV gracias a MEMRI y Watch Palestinian Media, que traducen el mundo árabe que nos rodea. Lean lo que dicen en su lengua de manera honesta y realista, y no oigan por una vez la voz de la lógica. El odio también tiene lógica, y muchos de los conflictos se pueden analizar. Pero no en este caso.

Los países de esta región no aceptan a Israel como un Estado judío, como una entidad independiente. La existencia misma de Israel representa para ellos una herejía, un reto desafiante al mundo musulmán, a sus creencias y a sus valores. Israel es una cuña atrapada entre sus ojos, una extensión de Occidente en el corazón de suelo sagrado musulmán. Sigan leyendo sus textos y las fuentes mencionadas anteriormente y verán como sus voces van más allá del mero conflicto religioso. La región en la que vivimos es la cuna de la civilización humana. Las voces que se oyen son las de sus antiguos mitos.

Logos frente a mitos: la palabra frente al mito. Aquí, el mito no significa ficción o fabricación, sino narrativa fundacional de los pueblos y de las naciones. El islam sólo tiene alrededor de 1.400 años de edad, pero en esta región se estuvo hablando en un lenguaje mítico durante milenios. Y el mito abarca la religión y va más allá de ella.

La costumbre aún vigente de la lapidación, las peleas sangrientas, las decapitaciones, los asesinatos para proteger o vengar el honor de la familia, la percepción del espacio, la herencia y la tierra, las relaciones entre las tribus de la región, la lealtad tribal frente a la lealtad al reino y finalmente otros conceptos que forman una parte importante de la vida en esta región y que se encuentran en un conflicto existencial con la forma en que Occidente ve esos mismos términos.

Imaginemos una reunión entre un diplomático israelí y su homólogo palestino. Ambos hablan en una lengua internacional - en este caso, el ingles -, y ambos utilizan el término «territorio». Eso no es complicado. Un territorio está en disputa, y con buena voluntad por ambas partes, una vez que aportamos nuestra ración de sangre, se podrá resolver el «problema» de la división de la tierra para que podamos vivir una vida normal como vecinos. Pero esto no sucede. De vez en cuando hay una pausa, luego la parte israelí realiza «gestos». Luego se reúnen para una última ronda y abandonan, antes de que llegue la próxima ola de violencia - de la que Israel, por supuesto, será culpable.

Aquí está la clave para una comprensión de lo que acontece tras las escenas de esa reunión. El diplomático israelí fue educado en la vieja tradición de pensamiento occidental, de unos 2.500 años de antigüedad, y que pone por delante la lógica a la emoción o el mito. Y eso le lleva a pensar que el territorio se puede dividir y compartir, a que la frontera se puede dibujar donde queramos.

El diplomático palestino también habla de territorio. Pero para él, las palabras son sólo significantes, es decir, la punta del iceberg, un mínimo atisbo de otros mundos completamente diferentes a los nuestros. Para él, no se trata de territorios, sino de la misma tierra - en hebreo «adamá», de donde viene la palabra para definir al ser humano, Adam . Un ser humano sin tierra no es un ser humano. Su misma existencia es cuestionada. Y aquí es donde el sufijo «dam» - sangre, y que también forma parte de la palabra adamá - aparece.

«Dam, Adamá, Adam», si estos conceptos son los que definen su existencia misma, entonces no tiene más remedio que verter sangre por el bien de la tierra que lo define como ser humano. No me refiero sólo a juegos de palabras en hebreo, sino a la idea que está detrás de las palabras. La percepción bíblica que cristalizó en esta región hace miles de años corre congruente con los mitos de la región. Ningún diplomático involucrado en las negociaciones hablará nunca de estas cosas, y esta ausencia proyecta una sombra gigante que pasa desapercibida. Este es el inconsciente político que afecta a nuestras vidas de manera mucho más fuerte que nuestra voluntad consciente.

Consideren ahora el problema de los refugiados. Piensan primeramente en esas decenas de millones que fueron expulsados y vagaron por toda Europa solamente en el siglo XX. Piensen también en los millones de refugiados que generó la independencia de la India y Pakistán, pero que finalmente fueron reasentados. ¿Por qué no hay ningún campamento de refugiados en Europa? Después de todo, decenas de millones de personas fueron obligadas a abandonar sus hogares y establecerse en otros. ¿Por qué no permanecen aún como refugiados hasta que se resuelva su demanda de regresar a sus hogares? Pues porque la lógica se impuso. Y no era necesariamente la lógica de los refugiados, pero al menos era la lógica de los países de Europa para tratar de sanar sus heridas rápidamente y promover la curación del cuerpo político.

Eso no sólo ocurrió en Europa. Ocurrió aquí también. Durante más de una década, miles de refugiados judíos vivían en campamentos transitorios en el joven Estado de Israel. Vivían en tiendas de campaña, en estructuras de hojalata, en chozas. Lo sé. Mis padres vivieron allí, en campos de refugiados en todo el sentido de la palabra. Pero esos campamentos de refugiados se fueron convirtiendo en barrios, en pueblos y en ciudades de los que nuestro país debería enorgullecerse. En suma, no nos regodeamos en la autocompasión. Llegamos a un acuerdo con la pérdida de nuestra propiedad y de nuestras antiguas vidas, y empezamos a construir una nueva sociedad.

¿Pero qué es único en los refugiados árabes de 1948? ¿Qué les impidió salir de los campos de refugiados y pasar a convertirlos en barrios de los que podrían estar orgullosos? ¿Por qué no establecieron un Estado antes de 1967, o inclusive antes, en 1947?

A lo que nos enfrentamos no es a un conflicto sobre territorios. Este tipo de conflicto no esclaviza a millones de personas en una guerra eterna contra nosotros.

No habrá paz aquí hasta que las naciones de la región reconozcan a Israel como el hogar nacional del pueblo judío. Todos los otros problemas se derivan de ese.

Este reconocimiento no solamente se debe dar con palabras. Ya hemos tenido suficientes palabras (en inglés). Se trata de educación, de libros de texto, de medios de comunicación, del nombre de las calles y las plazas, del discurso educativo, político y religioso en suma.

¿Entienden ustedes que una tarea como esta, tal como se desarrollaron las cosas hasta ahora, tomará por lo menos un centenar de años?

Lo que necesitamos es paciencia.

Fuente: Israel Hayom
Traducción: www.israelenlinea.com