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Francia se cuestiona sobre su identidad

En 1980, durante La fiesta de Simjat Torá, un terrorista ocultó una bomba en la entrada de la sinagoga de la Calle Copérnico, en el distrito 16 de París. Cuatro personas murieron - una israelí, Aliza Shagrir, y tres transeúntes.

Inmediatamente después del incidente, el primer ministro Raymond Barre declaró: «Este despreciable ataque terrorista estaba dirigido a aquellos judíos que marchaban camino de la sinagoga, pero alcanzó a franceses inocentes que pasaban por allí».

Su declaración se transmitió en directo por la televisión francesa en el noticiero de la noche, y fue vista por la comunidad judía de Francia como una muestra de cómo el Estado los abandonaba a su suerte.

Tres décadas después de aquel trágico suceso, los líderes de Francia no hacen ya esa clase de comentarios tan poco afortunados. No son únicamente los franceses no judíos quienes son inocentes, sino todas las víctimas del ataque terrorista.

La reacción inequívoca de Francia tras la masacre de los niños en la escuela de Toulouse fue que esa gente había sido asesinada en razón de su origen judío, aunque su muerte fuera una tragedia francesa. Tales comentarios muestran las dos caras de la tragedia: odio a la gente en general y a los judíos en particular.

Desde los asesinatos cometidos esta semana, tanto judíos como no judíos han salido a las calles de Francia haciendo hincapié en su destino común. Los niños franceses Gabriel, Arié y Miriam fueron asesinados a tiros en su escuela. Los soldados franceses Abel, Mohamed e Imad fueron asesinados a balazos en la zona de Toulouse. Todos ellos son hijos de la república, insiste la gente en Francia. Es un importante mensaje que, efectivamente, vale la pena repetir.

Pero el cambio que Francia ha experimentado desde el ataque de la Calle Copérnico es aún más profundo. Junto con el duelo nacional, otras difíciles cuestiones deben atenderse. La ley - que permitía a Barre excluir a los judíos - establece que Francia es la república de todos sus ciudadanos, sin excepción, y sin importar su filiación religiosa.

Cuando los niños son asesinados precisamente por ser judíos, y la persona que comete el crimen es un francés convertido al Islam extremista, el reto es doble e incluso triple: ¿Pueden convivir todas las minorías bajo la definición histórica de lo que implica ser francés, que supuestamente desconoce el origen y la fe? ¿Puede la Francia de 2012 seguir siendo fiel a aquel mensaje universalista que le otorgara alguna vez una influencia que logró extenderse mucho más allá de sus fronteras geográficas y económicas, mientras en su seno hay minorías que dan una interpretación diferente de lo que significa ser francés, que contrasta con lo aceptado hasta hace unas décadas atrás?

En los últimos años, especialmente tras la ola de asesinatos en Toulouse, esta pregunta se formula cada vez con mayor frecuencia con respecto a los musulmanes franceses, una vasta comunidad que, según algunas estimaciones, es 10 veces más grande que la judía. ¿Podrían ser incluidos también por el espíritu francés, a pesar de su concurrencia a la mezquita? El hecho de que la persona sospechosa de ser el autor de los ataques contra franceses - musulmanes y judíos por igual - sea un extremista musulmán, hace que esta pregunta resulte más pertinente.

¿Cómo podría Francia rechazarlo - y a otros como él - sin provocar cada vez más tensiones que pongan en peligro la base de la libertad, la igualdad y la fraternidad, aquellos cimientos sobre los cuales se estableció la Francia moderna tras la revolución de 1789? Esta cuestión constituye el fundamento del pacto social francés.

Más allá de la lucha sin cuartel contra el odio al otro, el antisemitismo y la islamofobia, los franceses deben desarrollar un nuevo modelo - original y atrevido - para la determinación de la identidad francesa en el contexto del tercer milenio.

Por desgracia, es completamente incierto que las actuales elecciones presidenciales sean capaces de otorgarles un modelo así.

Fuente: Haaretz - 23.3.12
Traducción: www.israelenlinea.com