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Semántica distinta, igual intención

El 19 de junio de 1967, a la semana de finalizada la Guerra de los Seis Días con la conquista militar de todo Cisjordania y Gaza, el Gobierno hebreo informó su decisión de anexar a Israel toda la ciudad de Jerusalén mientras que al resto de los territorios se los consideró un elemento de negociación para futuros acuerdos de paz.

Posteriormente, en 1974, sin que se adoptara oficialmente, se generalizó el apoyo a lo que se denominó la formula Yariv-Shem Tov. Según este precepto, Israel negociaría con cualquier representante del pueblo palestino que previamente declare su reconocimiento a la existencia del Estado hebreo (Diario Davar; 14.7.1974).

A partir de esa fecha, la fórmula se convirtió en el típico discurso de las posiciones políticas de todos los gobiernos israelíes, tanto aquellos de izquierda como de derecha. No por ello se debe deducir que las acciones políticas coincidan con ese discurso.

El liderazgo de Israel no prestó suficiente atención al significado y consecuencias posibles de que su proyecto político y diplomático definido como «tierras por paz» estaba en clara contradicción con las aspiraciones de quienes soñaban en concretar el anhelado Gran Israel. La desaforada colonización civil judía durante el último medio siglo, especialmente en Cisjordania, fijó un hecho consumado prácticamente irreversible.

La perorata oficial israelí no cambió. También hoy en día Netanyahu, el primer ministro de Israel, cuida su fachada de pacifista y proclama de la boca para afuera su predisposición a aceptar la creación de un Estado palestino independiente. A puertas cerradas el mismo Bibi no deja de promover la implacable ola de construcción judía en Cisjordania.

Todo analista político serio no puede más que confirmar que toda coalición formada por cualquiera de los partidos políticos denominados sionistas (un 90% del Parlamento) no sólo que no tiene ni la mínima valentía de enfrentarse al poderoso sector de los colonos de Cisjordania, sino que, en gran parte, los apoyan y niegan toda posibilidad de concretar las ilusas promesas de Netanyahu de un Estado palestino independiente.

Los mismos ministros y parlamentarios de la coalición del actual Gobierno nos confirman que la idea de un Estado palestino no es más que una ilusión fantasiosa y una promesa sólo para ganar tiempo y continuar con el apoyo de las potencias internacionales de Occidente.

Moshé Yaalón, ministro de Defensa: «No hay lugar para un Estado palestino al lado de Israel»; (Radio Israel B; 12.1.13)

Gideón Saar, entonces ministro de Educación: «No al Estado palestino»; (Ynet; 24.12.12)

Uri Ariel, ministro de Vivienda: «El único Estado entre el mar y el río Jordán: Israel»; (Ynet; 4.2.14)

Yair Shamir, ministro de Agricultura: «Entre el mar y el río Jordán no hay lugar para dos Estados»; (Forbes; 30.12.12)

Naftali Benett, ministro de Economía: «Me opongo a la creación de un Estado palestino»; (Haaretz; 22.6.13)

Tzipi Hotobeli, viceministra de Transportes: «La idea de un Estado palestino fue sepultada. En cambio, vive la idea de anexar las colonias judías a Israel»; (Maariv; 16.5.11)

Zeev Elkin, presidente de la Comisión de Seguridad y Exteriores del Parlamento: «La pesadilla de la creación de un Estado palestino en Cisjordania dejó de existir»; (Maariv; 16.5.11)

Danny Danón, ex viceministro de Defensa: «El Gobierno se opone a la solución de dos Estados»; (Maariv; 8.6.13).  

En 1987, Hamás creó su brazo político y militar fijándose como objetivo la instauración de un Estado palestino islámico teocrático en todo el territorio de Israel, Gaza y Cisjordania. Esta actitud de negación de la existencia de Israel como Estado independiente le valió hasta el día de hoy su inclusión en la lista negra de todos aquellos con los cuales no se negocia.

En la práctica es muy difícil diferenciar entre negar de palabra la existencia de un Estado o impedir su creación por medio de su colonización usando la fuerza de las botas y el disparador de un fusil.

Para Marcos Aguinis «Israel es un baluarte de los valores democráticos y progresistas que produjo Occidente. En el fondo esto es una guerra de civilizaciones. Ellos nos quieren devolver a la Edad Media» («Con ardiente preocupación»; La Nación; 10.7.14)

Puede ser que las apariencias y la semántica sean muy diferentes; puede ser que un traje da una impresión muy distinta a una jalabiya. Esto no tiene que confundir. En uno de los aspectos centrales que impide a las partes negociar - negar la posibilidad de existencia de un Estado al otro - no cabe duda que la intención es la misma. En ese sentido tanto Israel como Hamás son idénticos.

Tal vez, la decisión más inteligente que Israel podría tomar en este momento es escuchar los consejos, no de un zurdo vende patria, sino del ex jefe del Mossad, Efraim Halevy: «Negociar con Hamás. Todas las otras opciones son peores»; (Entrevista con Chrstiane Amanpour; CNN; 15.7.14)