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La destrucción del Tercer Templo

Sobreviviremos al conflicto con los palestinos y a las amenazas de Irán. El Tercer Templo lo destruirán las desavenencias dentro de Israel entre la población laica y el sector ortodoxo. Esta es una tragedia griega cuyo final se conoce de antemano.

El Primer Templo lo destruyó el Rey Nabucodonosor, que aplastó la rebelión en su contra, expulsando a la mayoría del pueblo judío a Babilonia. El Segundo Templo fue destruido por Tito, quien socavó la insurgencia y llevó gran cantidad de  prisioneros a Roma, los cuales fueron vendidos como esclavos. El Tercer Templo no será destruido por ninguna potencia mundial. Sobreviviremos al conflicto con los palestinos e incluso a las amenazas nucleares de Irán. Sin embargo, nos destruirán las crecientes desavenencias dentro de Israel entre la población laica y el sector ortodoxo. Esta es una tragedia griega cuyo final se conoce de antemano.

Se trata de una lucha entre dos concepciones de mundo discrepantes que no pueden convivir unidas. La pugna entre la concepción democrática, que pregona la libertad individual, el humanismo, la igualdad y el valor del trabajo, y la aseveración ortodoxa, que compromete a cada judío vivir acorde a la Halajá (ley rabínica) y el Shulján Aruj (colección de reglas judías), y al menosprecio de un Estado secular, de sus leyes y sus valores.

Este es el motivo de las manifestaciones realizadas últimamente por grupos ultraortodoxos a raíz de la derogación de la Ley Tal y la propuesta de una nueva ley de reclutamiento que los incluya. Porque en el momento que se desdeñan las leyes del Estado sionista, puede denominarse «nazis» a policías, incendiar tachos de basura, arrojar piedras a empleados de la municipalidad y además sentirse bien por haberles dado una buena lección a los herejes.

Un alumno de un seminario rabínico me comentó que le preguntó a un rabino si puede comprar un boleto para jóvenes en la cooperativa de transportes «Egged» a pesar de haber pasado la edad reglamentaria. El rabino no caviló demasiado y le respondió que Egged está subvencionada por el gobierno, y que éste cobra impuestos; entonces se trata simplemente de «al que roba a un ladrón, cien años de perdón». Por lo tanto, está permitido. Esta es precisamente la justificación a la evación de impuestos en el sector ultraortodoxo.

Los ultraortodoxos viven en un intenso clima de menosprecio hacia los laicos. No comprenden cómo es que ellos aceptan renunciar a sus valores para aferrarse al régimen. La verdad es aún más desagradable. ¿Porqué los laicos cierran sus ojos y no desean ver cómo el barco del judaísmo se hunde frente al enorme témpano de la modernidad?

Los ultraortodoxos tienen una agenda ordenada. Saben exactamente que es lo que quieren: proporcionar a su población las mejores condiciones de vida a cuenta del asno laico. Que él sea quien trabaje duro, pague impuestos y se sacrifique en el ejército; porque de alguna manera, alguien debe defender las fronteras. Ellos no trabajarán y no se alistarán, sólo se aprovecharán; exigirán al Gobierno el máximo de presupuestos y la mayor cantidad de donaciones del exterior, exactamente como en la forma de vida en la vieja colonización.

El sector secular, con su absurda necedad, colabora en este peligroso proceso. Destina presupuestos al sistema educativo independiente de los ultraortodoxos, aunque sólo enseñen Talmud, no matemáticas, tampoco inglés, historia o educación civil, que podrían aportarles trabajos dignos y una salida del círculo de la indigencia. Los laicos son una población suicida, que acepta subvencionar (indirectamente) también a la «industria de los rabinos que promueven el retorno a la religión», un fenómeno que se expande cada vez más.

La población ultraortodoxa abarca casi el 10% del Estado de Israel, pero la cantidad de niños de primer grado de primaria es de un 25% del total del alumnado. Es decir, su poder va incrementándose. Llegará el día en que no podrá existir un gobierno sin ellos.

Pero así como su número aumentará, también crecerá la indignación por la evasión del ejército, y se acrecentará la diferencia económica entre ellos y los laicos, porque la recompensa por la instrucción y el conocimiento sólo creció. Estos deberán mantener a una población creciente, que no trabaja; la sobrecarga impositiva se tornará agobiante en honorarios, impuestos y demás agravantes. El asno laico necesitará trabajar más y abonar impuestos más elevados para poder solventar a los ultraortodoxos. 

Aunque también las fuerzas del asno se acabarán. Los jóvenes laicos pudientes colapsarán por la sobrecarga fiscal y se irán del país. Los emprendedores buscarán otros lugares, los trabajadores en la rama de alta tecnología incursionarán en campos ajenos. Ante tal situación, será necesario elevar impuestos a quienes permanezcan; entonces, otros jóvenes se irán; y así sucesivamente, hasta que la aventura sionista concluya.

En el Estado de Israel quedará una quebrantable población, ultraortodoxa en su mayoría, que sobrevivirá de la repartición de dinero, donaciones, y diezmos.

Entonces ya no habrá necesidad de Nabucodonosor, Tito, Ahmadinejad, Hamás o Hezbolá. Nosotros mismos destruiremos el Tercer Templo con nuestras propias manos.

Fuente: Haaretz - 27.7.12
Traducción: www.israelenlinea.com