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La paz descansa en paz


La paz ciertamente puede ser un sueño, pero no nuestro sueño. Ha llegado el momento de que reconozcamos que Israel no tiene problemas a la hora de utilizar la retórica de la paz, pero en la práctica, hace muy poco para alcanzarla.


Cualquier persona que todavía se aferre a ese axioma que afirma "la necesidad de remover cielo y tierra", necesita mirarse al espejo con más detenimiento. ¿Trabaja realmente Israel con determinación y persistencia para lograr la paz?

El anuncio conjuntamente hecho por EE.UU e Israel acerca del fracaso de la renovación de las negociaciones directas, menos de seis meses después de haber sido lanzadas en Washington, es una prueba directa de que Israel no está haciendo ningún esfuerzo por conseguir la paz. Este país carga con la mayor parte de la culpa: La historia no habrá de perdonar a quienes consideraron la extensión de la moratoria en la construcción de asentamientos, incluso durante tres meses, como un asunto más importante que la continuación de las conversaciones y el logro de una solución diplomática.

Por supuesto se podría culpar al presidente de EE.UU, Barack Obama, argumentando que no ejerció suficiente presión en ambos lados, sobre todo en Israel, y que no empleó de manera precisa la gran influencia económica y política a su disposición a fines de "persuadirlos"acerca de los beneficios que podría tener la continuación de las tratativas. Pero la historia enseña que ninguna clase de paz, ni siquiera un marco para negociar, no ha tenido éxito a menos que las partes en conflicto estuvieran realmente predispuestas a sostener un diálogo genuino.

La paz con Egipto y Jordania, los Acuerdos de Oslo y las negociaciones a lo largo de los años con Siria y otros países, se llevaron a cabo y lograron avanzar - o no -basándose en los intereses de los propios adversarios, con las grandes potencias asumiendo, en general, un rol conciliador. Los incentivos ofrecidos por los mediadores sólo resultaron eficaces cuando las propias partes estuvieron plenamente dispuestas a lograr un acuerdo.

Por lo tanto, es el rival quien asume la responsabilidad, aunque no de forma pareja. No cabe duda de que el primer ministro Binyamín Netanyahu y su gabinete son, en gran parte, responsables del último fracaso. Netanyahu es un hueso duro de roer. En su discurso inaugural de las conversaciones en Septiembre en Washington, repitió dos veces esta frase: "La historia nos ha otorgado la rara oportunidad de poner fin al conflicto entre nuestros pueblos". También usó la palabra "paz" en 14 diferentes momentos de su alocución. Si bien es evidente que los políticos no dudan en poner toda su habilidad retórica al servicio de sus agendas, estas medidas y este tipo de lenguaje establecen una dinámica de expectativas que, cuando no se cumplen, conducen a la frustración y, finalmente, al fracaso.

Netanyahu y su gabinete representan, en gran parte, lo que sucede con la sociedad israelí actual. Las encuestas de opinión indican un extremismo creciente, rayano en el racismo en la particular opinión que los judíos tienen de los árabes, así como un evidente nivel de alienación y desconfianza acerca de los objetivos e intenciones declarados por la otra parte. Dadas estas circunstancias, no es de extrañar la ausencia de una presión pública sobre el gobierno para avanzar en el proceso de paz, como así tampoco sorprende la falta de una significativa reacción del público frente al dramático anuncio de la suspensión de dichas conversaciones.

En lo que a la paz respecta, la posición de Israel hoy resulta similar a la que mantuvo después de las guerras de 1948 y 1967: El potencial para las negociaciones estaba disponible, pero el costo a pagar era demasiado alto. Una vez más, ahora también el mantener el status quo parece preferible a realizar aquellas modificaciones que los israelíes perciben como una verdadera amenaza, aún en el caso de que ellas no necesariamente entrañen un peligro real.

En la última década, Israel se ha enfrentado con una serie de iniciativas árabes: el plan de paz de la Liga Árabe; las ofertas para negociar hechas por Siria; la voluntad palestina de seguir adelante e incluso atemperar el discurso de Hamás. Los sucesivos gobiernos israelíes respondieron a todas ellas con reserva y fría indiferencia - a excepción de los últimos días del mandato de Ehud Olmert.

La apática respuesta dada por Israel frente a estos ofrecimientos no debe ser entendida como casual o circunstancial, sino como un patrón de comportamiento. Además, Israel nunca ha ofrecido una iniciativa propia que indicara concretamente su deseo de paz.

Todo lo cual nos lleva a la muy triste conclusión de que Israel - tanto su gobierno como su gente - no están realmente interesados en la paz; a lo sumo, saben imitar muy bien la bella sonoridad de las palabras de paz en sus discursos, pero eso no es suficiente.

Fuente: Haaretz - 19.12.10
Traducción:www.argentina.co.il