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¡Calma ficticia!

Conviene recordar este mes de agosto de 2009. Es un momento que aparentemente, podemos disfrutar. La economía israelí parece haber sobrellevado la crisis económica de los mercados mundiales y la Bolsa rompe récords.

En Gaza, Hamás interrumpió el lanzamiento de misiles. Hezbollah se conforma con manifestaciones infantiles y el silencio también reina en el norte. Mahmud Abbás consiguió llevar a cabo la Asamblea General de Al Fatah y a raíz de la misma, se convirtió en un líder más fuerte y recibió el mandato para llevar adelante un proceso político significativo.

El desarrollo económico en Cisjordania nos llega a través de todos los medios de comunicación: la vida nocturna, los restaurantes en Ramallah, los niños palestinos que vienen a Bat Yam para ver el mar por primera vez.

A veces se dan buenas épocas como esta. A pesar de que no sean asiduas, se trata de momentos que desearíamos que continuaran eternamente. El Gobierno está seguro que el tiempo corre a nuestro favor y se siente todopoderoso. Por lo menos en agosto de 2009.

Después que Binyamin Netanyahu hizo todo lo posible para empeorar las relaciones con EE.UU, y luego de que Ehud Barak haya colocado la lápida ultimativa al partido Avodá, parecería ser que nadie tiene prisa para nada.

Se puede esperar con calma las propuestas del enviado americano George Mitchel y el discurso del Presidente Barack Obama en la ONU. Mientras tanto, vale la pena gozar de unas cortas vacaciones.

Pero este es precisamente el error que se vuelve a repetir cada verano, década tras década, desde la gran victoria de 1967.

En el verano de 1973 pensábamos que todo marchaba de maravillas; que la economía estaba en su apogeo y que reinaba una calma absoluta en las fronteras. El partido Avodá relacionó este gran logro con las exactas evaluaciones de su dirigencia: Golda Meir, Moshé Dayán, Israel Galili, Igal Alón y Abba Eban. Por ende, resultó fácil posponer cualquier plan de paz entre nosotros y Egipto. Un corto tiempo después, no podíamos creer lo que escuchaban nuestros oídos: las sirenas nos apartaron de nuestras plegarias y las contraseñas emitidas por la radio nos arrancaron de las sinagogas en pleno Yom Kipur.

También en el verano de 1987 nos pareció que todo estaba en orden. Gracias al programa económico de 1985 coseguimos salir a flote del desastre financiero y de la alocada inflación. Creíamos que el silencio en las fronteras se debía a la exitosa estrategia del Gobierno presidido por Itzjak Shamir con Itzjak Rabín como Ministro de Seguridad. Fue demasiado fácil no aprobar el Acuerdo de Londres entre Shimón Peres y el Rey Hussein con miras a una Convención Internacional, que debería resolver el conflicto con los palestinos con la ayuda de Jordania. Meses después estalló la primera Intifada.

En el verano de 2000 hubo un florecimiento económico increíble; nunca nos sucedió algo similar. En las fronteras, un silencio de tumbas. El Gobierno de Ehud Barak relacionó tal situación con su sabia política diplomática. Así fue posible fracasar en las negociaciones de Camp David y pensar que todo continuaría bien; el mundo entendería que sólo nosotros actuamos como se debe, y que fue Arafat quien destruyó el castillo de arena. A los dos meses estalló la segunda Intifada.

Para que estos ejemplos no se vuelvan a repetir, es conveniente entender que la verdadera calma y el deseado florecimiento sólo vendrán después que logremos una solución política. ¡Este es el momento preciso! Barack Obama aún es carismático, Mahmud Abbás se fortaleció y Binyamín Netanyahu tiene asegurada una gran mayoría en la Knésset.

En lugar de broncearse bajo un sol dañino, es preferible preparar una iniciativa de paz israelí. Así se conseguirá evitar una situación en la que también agosto de 2009 se convierta en un intervalo demasiado corto entre los estallidos de misiles.   

Fuente: Israel Hayom - 17.8.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il