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¡Dos Estados para un pueblo!


Uno de los Estados fue creado como una respuesta contundente al Holocausto. El otro permite morir de hambre, de vergüenza y en el olvido a los sobrevivientes de la Shoá.
 

En uno de los dos Estados hay personas hambrientas que hacen fila en cada festividad esperando el reparto de alimentos. Ellos traen cajones vacíos; igual de vacíos están sus rostros.

En el otro, incluso los pobres tienen celular y están abonados a cablevisión. De vez en cuando vienen de la tele a filmarlos; ellos les muestran las heladeras de dos puertas que hacen cubitos de hielo, vacías.

En uno de los Estados, el ejército comete atrocidades. En el último operativo murieron cerca de 300 niños, y miles de personas resultaron heridas o perdieron sus casas y sus bienes.

En el otro, existe un ejército único en el mundo que advierte antes de atacar al enemigo para darle tiempo a huir. Sus oficiales son juzgados por daño a inocentes, y se auto investiga con procedimientos sin parangón en las historias bélicas.

En uno de los Estados, la violencia es el pan nuestro de cada día. Una persona se sienta con su familia a la orilla del mar, y una pandilla de jóvenes borrachos lo golpea hasta matarlo; así porque sí, sin ningún motivo.

El otro Estado es el único en el mundo occidental donde los niños juegan fuera de sus casas, incluso de noche. Una muchacha puede regresar sola de una fiesta a las dos de la madrugada. 36% de la población se voluntariza en asociaciones humanitarias. Si una anciana se cae en la calle, siempre habrá  alguien que acuda a socorrerla.

En uno de los Estados, la corrupción es una enfermedad incurable. Los primeros ministros caen, selectos ministros van a la cárcel luego de ser condenados por delitos de soborno, la economía lava sumas millonarias y el mercado negro publica anuncios en los diarios.

El otro Estado exageró en el otro sentido. Cada ministro es sospechoso, cada funcionario encumbrado viene con abogado incluído, el sistema judicial controla el país y el gobierno tiembla ante él. Nadie consigue movilizar nada, ni rutas, ni nuevas empresas, ni siquiera reformas esenciales. Los asesores judiciales dominan el negocio y pretenden que firmes acá, aquí, y en este lugar, sólo las siglas.

Uno de los Estados se mancomuna en favor de un soldado secuestrado, que es como un hijo para cada uno de nosotros. En el otro, la delincuencia domina, y tiene la prensa más agresiva en el mundo occidental.

Uno de los Estados es liberal, alegre, la libertad de expresión es un valor trascendental y la democracia brume pletórica de impulsos. Allí se respetan los derechos de los homosexuales y hay sensibilidad hacia minorías o niños refugiados. Se avanzó tan lejos con el tema de los derechos humanos, que algunos de los parlamentarios argumentan abiertamente, que ellos representan al enemigo.

El otro Estado es cada año más religioso, más tétrico y conservador. Las mujeres tienen prohibido sentarse al lado de los hombres en los autobuses, 48% de los niños de jardines de infantes aprenden sólo religión (musulmanes o judíos). En sus escuelas está prohibido introducir computadoras o enseñar matemáticas. Se rige por leyes de la Edad Media que determinan qué se puede comer, cuándo viajar y en qué días se puede ver una película.

Uno de los Estados importa trabajadores extranjeros; el otro, los expulsa.

Uno de los Estados se adjudicó cinco Premios Nobel en siete años; es el tercero en el mundo con distinciones académicas; primer lugar en publicaciones científicas; está entre los diez primeros en longevidad (lo que manifiesta su alto nivel medicinal); Es uno de los ocho Estados capacitados para enviar satélites al espacio. Extrae 182 kg. de dátiles de cada palmera.

En el otro, la educación se derrumba. Las clasificaciones en matemáticas están entre las más bajas del mundo (49 dentro de 53 países encuestados). Los niños pueden cursar doce años de estudio sin haber escuchado sobre Shakespeare y la Revolución Francesa, Mozart o Ben Gurión; el idioma extraño que hablan, no es precisamente inglés.

Uno de los Estados está comprometido hasta la médula con la paz. Está dispuesto a devolver territorios que, a su entender, parte de ellos son santos (como ya lo hizo antes). Ha llegado al borde de una guera civil en pro de la paz, pero enfrentó a sus ciudadanos y les dijo estar convencido del precio a pagar.

El otro Estado hace lo indecible por frustrar cualquier posibilidad de paz. Levanta asentamientos en lugares donde la mayoría es población enemiga que retrocede reiteradamente de sus compromisos internacionales. Domina una población civil y origina un resentimiento que se hereda de generación en generación. Su gobierno demuestra una debilidad espantosa ante un pequeño grupo - casi marginal en cantidad - que logra imponerle su política violenta, contraria a la ley y a todo raciocinio.

En uno de los Estados, los jóvenes se voluntarizan en porcentajes elevados a unidades  de combate, los movimientos juveniles son populares, dirigen la lucha por la liberación de Guilad Shalit, luchan en pro de los hijos de los trabajadores extranjeros y por los derechos de los estudiantes. En el otro, los jóvenes beben vodka, portan cuchillos y convierten los clubes nocturnos en campos de batalla.

Uno de los Estados fue creado como una respuesta contundente al Holocausto. El otro permite morir de hambre, de vergüenza y en el olvido a los sobrevivientes de la Shoá.

Uno de los Estados vive del amor. De personas buenas dispuestas a tomar iniciativas sin pedir nada a cambio, de voluntarios en asociaciones, de jóvenes que salen a un año de servicio nacional, de filántropos, de personas que abandonan todo por un mes - la mujer, los hijos, el trabajo - y van a la reserva del ejército.

El otro lo componen personas que no cesan de quejarse que "el Estado no hace nada por ellos", encubridores de impuestos, aquéllos que tiran piedras a los policías y gritan "nazis" a los soldados de Tzáhal.

Esos son los dos Estados. ¿En cuál de ellos te gustaría vivir?

Fuente: Yediot Aharonot - 6.11.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il