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David y Goliat

El sur de Israel llega desde esta semana hasta la ciudad de Hadera. Increíble. A nadie se le ocurriría en Estados Unidos decir que el Estado de Massachusetts es un estado sureño, ni ubicar al sur argentino en la provincia de Córdoba.

El sur de Argentina es Usuahia; el norteamericano es el Estado de Florida. En Israel, el sur debiera ser el Negev. Sin embargo, «Sur», en Israel, no es una definición que remita a coordenadas geográficas. Es una línea que se va corriendo con los años y que desde esta semana se ubica a unos 90 km de la frontera norte con Líbano.

Hamás no sólo logró que los libros de geografía queden caducos. También consiguió dejar caducos a organismos internacionales como la ONU y a gran parte de la prensa internacional vocera de la causa palestina.

A la larga, la cruda pelea entre Israel y los palestinos es una lucha por la narrativa.

Hoy, la narrativa israelí es prácticamente ignorada por la opinión pública internacional. De acuerdo a ésta, el pueblo judío habitó la tierra de Israel desde tiempos bíblicos y luego de ser expulsado por los romanos en el año 70 e.c. continuó soñando con regresar a la tierra de sus antepasados.

La creación del Estado de Israel, en 1948, fue la expresión política de la autodeterminación del pueblo hebreo. La semilla del moderno Estado de Israel no brotó en los campos de exterminio. Israel fue fundado a pesar de Auschwitz, no debido a Auschwitz. El primer Congreso Sionista se llevó a cabo medio siglo antes del Holocausto. Y la nostalgia por Jerusalén ya aparece mencionada en el libro de los Salmos.

Esta narrativa sucumbió en la Guerra de los Seis Días (1967). Hasta entonces, Israel era visto en gran parte del mundo como un ejemplo vivo de reparación histórica. Un pueblo que logró levantarse de las cenizas de Auschwitz y construír un Estado propio en circunstancias adversas y hóstiles. Un pueblo débil pero perseverante.

Todo cambió desde aquella determinante guerra. Israel - a los ojos de gran parte del mundo - pasó a ser un Estado fuerte y decidido para algunos; opresor e imperialista para otros. En aquella guerra, Israel atacó justificadamente y el atacante suele tener pésima prensa. La opinión pública progresista e izquierdista gusta identificarse - casi automáticamente - con aquel bando que es percibido como débil. Israel, a sus ojos, dejó de ser David y pasó a ser Goliat.

La otra narrativa sostiene que Israel es un Estado racista que expulsó a los palestinos de sus  tierras y de sus casas. Que la lucha armada palestina tiene como fin liberar los territorios palestinos ocupados.

A menudo, la narrativa palestina se «enriquece» de otros elementos que son un insulto a la inteligencia. Como que el Templo de Jerusalén nunca existió, y que el vínculo histórico de los judíos con su capital es inexistente. Se llegó a escuchar alguna vez que los palestinos eran descendientes directos de los jebuseos.

La prensa compró parte de esta narrativa; otra parte - por fortuna, y por el momento - quedó descartada.

Queda claro que una prensa que informa desprovista de agenda ideológica es una prensa técnica y aburrida. Y dado que el principal objetivo de la prensa es vender - no informar - resulta funcional a esta causa presentar ante la sociedad un modelo de conflicto binario, donde hay buenos y malos, fuertes y débiles, opresores y oprimidos; un David y un Goliat. Ésto transforma al conflicto israelí-palestino en una burda película de Hollywood, donde no hay matices entre el blanco y el negro, entre la maldad suprema y la bondad absoluta.

No creo que Israel haya dejado de ser David; ocurre que la fragilidad de Israel ya no es militar. Israel tiene un ejército fuerte, pero su inmenso poderío militar nunca podrá ser puesto al servicio de su causa. Israel, no se defiende de Hamás con lo que tiene, sino con lo que puede. Como David, tiene un sólo tiro, no más que eso. Y, al igual que al hijo de Ishai, se le exige precisión y evitar daños colaterales.

Hamás, por su parte, nunca dejó de ser Goliat. Su poderío militar es ínfimo al lado del poderío israelí, pero no tiene ni escrúpulos ni las manos atadas. Ésto le da a su relativamente escaso poder una enorme efectividad y a su narrativa un aura de epopeya y de heroísmo libertario.

La prensa occidental pro-palestina quedó caduca porque respalda una narrativa que hace agua por donde se la mire. Si Israel es un Estado racista, ¿cómo es posible que le siga pagando el sueldo a la diputada árabe Hanín Zoabi que justificó el asesinato de los tres adolescentes israelíes en el mes de junio pasado? Si los territorios están ocupados desde 1967, ¿por qué la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) nació tres años antes, en 1964? Si la intención es expulsar a los judíos de los territorios ocupados, ¿por qué los que arrojan cohetes viven en tierras abandonadas por Israel desde 2005? Si la Autoridad Palestina quiere llevar tratativas de paz con Israel, ¿cómo puede compartir el Gobierno con un grupo terrorista armado que llama a la aniquilación de Israel desde su carta fundacional?

¿Cómo convivir con la idea de que el agresor es en realidad el agredido? ¿O qué el débil es el fuerte y el fuerte es el débil? El modelo binario de información no tolera preguntas molestas de este tipo.

El mundo mira de costado; en el mejor caso calla, en el peor otorga.