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Tzáhal y sus problemas jurídicos


La lección básica del ataque a la flotilla advierte sobre la necesidad de una crítica más afinada del discurso acerca del estado de Tzáhal. Es necesario hacerse la pregunta acerca de lo que está sucediendo realmente con las Fuerzas de Defensa de Israel.


Hay una vasta diferencia entre los contenidos del informe del General (res) Guiora Eiland, que investigó el  abordaje a la flotilla turaca el pasado mayo, y el modo según el cual lo están presentando los medios de información.

Un hecho desconcertante: cualquier lector razonable que examine los documentos clasificados redactados por Eiland, debería golpearse la cabeza tres veces. Primero, al leer acerca de la serie de errores que las Fuerzas de Defensa israelíes cometieron durante la operación; segundo, al advertir que existe relación alguna entre el contenido del informe y sus conclusiones; y tercero, una vez que haya descubierto la discrepancia fundamental entre el contenido y la forma en la cual se presentó en los medios de comunicación israelíes. El lector probablemente concluirá que algo se ha corrompido seriamente en el seno de Tzáhal y que el ejército ha realizado un gran trabajo ocultándolo ante la atenta mirada del público.

Otro hecho también desconcertante: Tzáhal nunca suscribió el informe gubernamental de Eiland, inmediatamente después de haber sido completado.  El primer ministro y el ministro de Defensa lucharon durante días para obtener un informe acerca de las fuerzas militares que ellos están encargados de supervisar. El General Stanley McChystal, quien dirigió las fuerzas militares estadounidenses en Afganistán, tuvo que regresar a casa por mucho menos, en junio. Un estado democrático en el cual el ejército se rehúsa a subordinarse al gobierno es, en el mejor de los casos, una democracia minusválida.

Un tercer factor de desconcierto: está claro que la mañana del 31 de mayo el ejército fracasó en sus esfuerzos por enfrentar a la flotilla. El Jefe del Estado Mayor, Gabi Askenazi, no estaba en el centro de operaciones, el comandante de la Marina fracasó en el uso del juicio razonable, las tareas de inteligencia fueron pobres y la preparación militar de las fuerzas deja mucho que desear. El resultado fue inaceptable: una unidad de elite humillada y nueve extranjeros muertos.

Tzáhal conocía los hechos, pero fracasó a la hora de hacerse responsable por ellos. Al comienzo, el ejército lanzó una súbita campaña que tenía como objetivo lograr la unión del país detrás de los comandos, para, entonces, emprender un amplio e inusual bombardeo en los medios, disponiendo sus máquinas de humo de modo que ocultaran la verdad al público.

El incidente de la flotilla apenas tuvo algún valor estratégico. No fue una guerra o una operación militar de largo alcance, ni siquiera un ataque sobre algún reactor nuclear en suelo enemigo. Su valor reside en haber revelado profundas fallas del ejército,  que, en la mayoría de los casos, permanecen ocultas a la visión del público.

El incidente enfatizó la ceguera del primer ministro, la complacencia del ministro de Defensa y la superficialidad de los siete ministros del Gabinete. Reveló defectuosos pensamientos estratégicos y políticas aún peores en materia de relaciones públicas. Pero por sobre todo, el ataque dejó al descubierto tres hechos desconcertantes que demuestran claramente que Tzáhal no es lo que debería ser. 

No debe rodar ninguna cabeza por el incidente con la flotilla. No se precisa lanzar un ejército de comités de investigación e informes contra los políticos involucrados. Pero a cualquier israelí razonable seguramente deben molestarle los defectos revelados por el incidente y los intentos de Israel para hacer frente a las secuelas posteriores.  Debe preocuparle, entonces, la conducta militar de los últimos meses. Un ejército que no sabe cómo decir la verdad y enfrentarla decididamente es, ciertamente, un motivo de preocupación.

Durante 2007, Gabi Ashkenazi heredó un ejército golpeado y maltrecho. Él llevo a cabo un excelente trabajo de rehabilitación de la fuerza militar, igual al que realizó Avi Benayahu, vocero de Tzáhal,  para recuperar la confianza de la nación en Tzáhal. El ejército, sus comandantes y sus voceros son dignos de admiración y elogio por sus logros.

Pero en cierto punto, estos logros colectivos de Ashkenazi y Benayahu se volvieron peligrosos, falseando circunstancias precisas en las que Tzáhal fue alternativamente inmune y alérgico a las críticas.

Esta situación debe cambiar. Incluso después del testimonio de Ashkenazi ante la Comisión Turkel de investigación del ataque a la flotilla, la imagen de lo que exactamente ocurrió allí sigue siendo opaca.

La lección básica del incidente nos advierte sobre la necesidad de una profundización y una crítica más afinada del discurso acerca del estado de Tzáhal por su propio bien.

Entonces, es necesario hacerse la pregunta acerca de lo que está sucediendo realmente con las Fuerzas de Defensa de Israel.Fuente:

Haaretz - 13.8.10
Traducción: Argentina.co.il