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Célebres frases hechas


Existen en el habla coloquial urbana frases que demuestran que -si bien la lengua es cosa viva y cambiante- subsisten restos inalterables que forman el corazón de este sistema viviente.

Más allá de rigurosos trabajos sobre el tema, tales como el "Diccionario del habla de los argentinos" de la Academia Argentina de Letras, foros de discusión y seminarios por doquier, para mi gusto existen frases que no resisten una respuesta o si la tienen es horrible, de aquellas que nadie gustaría escuchar.

Por ejemplo, preguntás a alguien dónde queda la intersección de una calle con otra y la persona -amable- deja las bolsas que carga, trata de orientarse, comienza una explicación hasta que entra en duda y responde: "Si le digo le miento". Vos no podrías contestarle, por más que estalles de ganas, "mire señora, entonces no me diga nada, cállese la boca y no me haga perder el tiempo".

"¡Qué calor, pero lo que mata es la humedad!". Tampoco podrías responder: ¿Y qué esperaba, por más cambio climático que acontezca? Se sabe que en verano hace calor y en invierno frío. La humedad mata siempre.

Tenés un problema, alguien se ofrece a solucionártelo y dice: "¡Olvidáte!". Pero precisamente si te olvidás lo que deberías recordar, vamos muy mal.

"Decímelo a mí". No queda bien contestar ¿y a quién se lo estoy diciendo?

"Andá a saber". Si preguntás algo es porque no sabés, sino no preguntarías. Se trata de una respuesta que te reenvía al mismo lugar de ignorancia del que pretendés salir.

Luego existen refranes populares, frases de hilván más refinado que también podés rebatir si te encontrás en un mal día de calor, humedad y desorientado.

"Por si las moscas". Por si las moscas ¿atacan?, por si las moscas ¿se extinguen?; por si las moscas ¿qué? Siempre me pareció una frase inacabada: le falta el verbo.

"Un clavo saca a otro clavo". Jamás saqué un clavo con otro clavo. Ni con una tenaza. Es más, cuando clavé un clavo, como Pablito, me amoraté los dedos índice y pulgar. Los tuve inmovilizados durante dos semanas. Eso fue tan aburrido como chupar un clavo, esto lo entendí en dedos propios. ¿Qué gusto puede tener un clavo, sin cabeza? A no ser que se trate de un clavo de olor. Bien. Clavo de olor ¿a qué? De nuevo falta, en este caso, el sustantivo; la fragancia por ejemplo.

"Más bueno que el Toddy". ¿Qué es Toddy? Lo averigüé. Es un cacao cuyo nuevo packaging, según las investigaciones de mercado, incentiva a los niños a hacerse una leche chocolatada solos, para sentirse mayores. ¿Más? Lo mío es el Nesquick.

Es raro eso de "Andá a cantarle a Gardel". ¿Para qué? si "cada día canta mejor". No es inteligente arriesgarse a una derrota segura.

"El amor se encuentra a la vuelta de la esquina". ¿Cuál? Nadie te lo dice. Yo me lo paso doblando y lo único que encuentro es caca de perro. A lo mejor se trata de una esquina del Polo Norte, Afganistán o Yemen, en cuyo caso estoy en un problema.

Que nadie se sienta ofendido. Profeso un amor por las palabras y me autorizo a jugar con ellas, ya que "la culpa no es del chancho, sino de quién le da de comer". Efectivamente me dan de comer. Poco. Alguien podría refutar mi amor y decir ¿qué sucede cuando le "tirás margaritas a los chanchos?". Yo responderé ¿de qué margarita me habla? ¿Del trago mexicano compuesto por tequila o de la flor? Y voy por más. ¿Qué pasa cuando "tirás manteca al techo" y luego se la das a los chanchos junto con las margaritas, cualquiera de ellas? Creo que se trata de una gentileza que no sabrán apreciar- los chanchos.

Volviendo a las palabras, me gusta construirlas, trabajarlas, darles consistencia hasta deshacerlas, "deconstruirlas" para que adopten nuevos buenos aires.

Una frase escuchada por televisión el 31 de diciembre último a propósito del asalto a un bingo de Quilmes, me dibujó una sonrisa pese al hecho.

Periodista: "¿Señora, no tiene miedo de entrar al bingo después de lo que pasó?".

Señora: "Mire, qué quiere que le diga, esto es una lotería"; y entró.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 10.1.10
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