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Me fui a Berlín

Entré a Berlín una tarde de frío suavizada por un poderoso sol. Absolutamente soportable. Hay lugares a donde se llega y hay otros a los que se entra, como admitiendo que significará un reto, que no es un lugar cualquiera; uno debe estar preparado para ello. Eso fue para mí Berlín.

La reté y me retó. Todavía estamos midiéndonos. A veces gana ella, otras yo. No somos chicas fáciles. -Subí tu valija por la escalera- dijo mi compañero. En realidad estaba diciendo eso y mucho más. Decía: Estamos en la capital de la Eurozona, en la Europa Germana, olvidate de los "servicios" chiquita y agarrá tu valija como puedas. Subí esos escalones -eran muchísimos- para volver a bajarlos y llegar a otro andén. Tratá de entender cómo se compran los pasajes en la máquina expendedora, hacer dos cambios de estación y ahí, consultamos de nuevo el mapa.

-IA, IA, IAVOL, Maine Compañern.

Ante la evidencia de que nadie me ayudaría porque nadie mira a nadie y mucho menos habla, así lo hice. Nos tomó su tiempo. Entramos al vagón que admite bicicletas, mascotas, equipaje y personas. Excelente calefacción. Durante las 28 minutos que duró ese trayecto nadie de los allí presentes, casi digo ausentes, bostezó, se arregló el pelo, pronunció palabra o hizo algún gesto que significara que estaban vivos. No puedo dejar de mencionar mi primera impresión. Se dice que los alemanes son fríos. Para mí eran mudos. ¿Acaso tanto orden y eficiencia los dejó sin habla?

Cabaret

Tampoco puedo dejar de recordar que no existe lectura ni escritura que no se haga desde un cierto lugar. No existe la absoluta objetividad. Hecha esta aclaración continúo. Durante esos 28 minutos, donde sólo se veía campo y ese tipo de monoblock a los que nos tienen acostumbrados las películas de la época de la Guerra Fría, pensaba en Isherwood. Cristopher Isherwood puede que no les diga nada. Pero si agrego que en 1939 escribió "Adiós a Berlín" y que esa novela fue la fuente de inspiración de la película Cabaret con Liza Minelli, seguramente habré dicho todo. Pocas personas de una cierta edad no vieron "Cabaret" de Bob Fosse.

Eficiencia, celeridad, poco diálogo y en voz baja a la hora de hospedarnos en un hotel calentito, con pantallas de LCD cada dos pasos y muchos jóvenes modernos. Que no hablaban o si lo hacían, adivinaron, lo hacían en voz baja. Eran las 17.02 cuando terminamos de tirar las valijas en el cuarto enorme, calentito, lleno de luz... pero sin gracia. Aborrezco la onda Heidi voladitos por doquier. Pero esto era el minimalismo extremo, ascético, pero calentito y un frigobar perfecto. A las 17.28 pasaba un tren que no llevaba directo a la estación Alexanderplatz. Eran las 17.07. Lo tomamos.

Pobres los alemanes que viven en nuestro país. Les ha de ser muy difícil acostumbrarse a los no-horarios de los ferrocarriles argentinos.

Particularmente quería conocer esa estación un tanto decadente de la ex República de Weimar. ¿Qué cómo es? Lo primero que sale de mi boca es decir: Enorme, en una escala que de verdad hace sentir que sos un alfeñique de 50 kilos, como es mi caso. Me acerqué a un grupo de señoras que cantaban y bailaban al son de panderetas. Festejaban los próximos carnavales ¡eran humanas y hablaban! Claro que eran portuguesas.

Luego y siempre caminando llegamos al Boulevard "Unter der Linden" -Bajo los linos. Nadie en su sano juicio podría afirmar que aquello es feo. Es majestuoso e imperial en un estilo más austero que París, pero en la misma escala suprahumana. Sin embargo te puede no gustar, podés sentirte incómodo. Un ejemplo: reconozco que el dulce de leche es rico ¡pero no me gusta! Jamás pido nada de ese gusto. Del mismo modo, el Berlín que vi es majestuoso e imponente, pero eso no me obliga a decir lo que dijo Kennedy: Ich bin ein Berliner -soy un berlinés- en 1963 cuando felicitó a Willy Brand en el cumpleaños de quince de la niña bonita berlinesa, dos años después de la instalación del muro.

No tengo los compromisos e intereses de un Kennedy. Apenas soy una argentinita dispuesta a entender en la práctica, luego de algunas lecturas, en lo que se llama paradójicamente un estudio de campo ¿cómo fue posible que sucediera lo que sucedió?

Desde que entré a Berlín, jamás dejé de tener la voz del hombrecito de bigotito sonando en mi oreja derecha. Jamás. Mientras que en mi oreja izquierda sonaba la internacional figura del hombre de bigotazos -tipo moustache- en sobretodo con charretera sentado al lado de Winston Churchill. Jamás. Mi canto personal era una letanía que aún dura.

Otros apuntes

Observaciones varias: Jóvenes. Está poblado de ellos, en especial en las cercanías del Muro. Jóvenes en bicicletas, caminando, comiendo o bebiendo. Para estos bohemios la calle parece ser un lugar privilegiado para mostrar su Kunst - Arte - en forma de graffitis, instalaciones, pinturas, carteles, afiches. ¿Es una zona sucia? Sí, lo es pero, no molesta.

En el resto de la ciudad vi turistas, muchos, todos. A las cuatro o cinco de la tarde las estaciones de tren se pueblan con gente que entiendo trabajó todo el día y quiere llegar a horario a su casa. Vagones llenos, es verdad, pero en horario.

Mucho mantenimiento edilicio en toda la ciudad. Y cuando digo mucho, digo que existen sitios donde sólo se los puede atravesar de a uno. Pero como no hablan y son amables - porque lo son sin duda - no molesta.

Para sintetizar: Berlín es una bella ciudad de la cual no soy amiga, todavía y por ahora. No descarto que llegue el momento.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 10.4.11

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