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Estado tsunami

Israel ha perdido la profunda comprensión del desafío que conlleva el tsunami. Las élites se han fugado, el país se ha dividido, los sistemas públicos han colapsado. La ilusión ha generado la falsa idea de que las fuerzas de mercado son capaces de resolver cualquier problema.

Israel es un país de tsunamis. La mayoría de los días del año, la vida aquí resulta maravillosa. El cielo es azul, la economía próspera, la sociedad fascinante. Los israelíes son instintivamente impulsados por su fuerza creativa, una esperanza vital extraordinaria y gran calidad de vida.

Pero de vez en cuando, cada tantos años, una tremenda ola llega a la playa, inundando las calles, y el país feliz se tambalea al borde del desastre. El peligro al que se enfrenta es totalmente diferente al que pueda encarar cualquier otra nación en el mundo.

Un Estado tsunami está obligado a actuar como un país de tsunamis. Debe mantener un equilibrio interno preciso; no vivir con ansiedad, ni tampoco caer en la complacencia. No puede convertirse en una impenetrable fortaleza, ni abrirse completamente en todas las direcciones posibles. El país costero tiene que asegurarse de que sus sistemas sean suficientemente sofisticados y sus diques suficientemente altos como para que sus habitantes puedan trabajar, amar y vivir una vida normal.

Durante los primeros 30 años de su existencia, Israel fue un Estado tsunami sensacional. Demostró poseer una inteligencia extraordinaria, una fuerza aérea superior, plenas reservas y un sistema de emergencia que le permitió mantener un alto grado de preparación mientras continuaba con su rutina normal. El gobierno y la propia idiosincrasia de la nación también se adaptaron a la naturaleza israelí. Ello le posibilitó ganar la Guerra de los Seis Días, e incluso, resistir el golpe de la guerra en Yom Kipur.

Sin embargo, en los últimos 30 años, el equilibrio interno ha sido abandonado por completo. La ocupación de los territorios, la caída del Partido Laborista y de su hegemonía, la privatización y la globalización han confundido profundamente a los israelíes.

Se ha perdido la profunda comprensión del terrible desafío que conlleva el tsunami. Las élites se han fugado, el país se ha dividido, los sistemas públicos han colapsado. La ilusión ha generado la falsa idea de que las fuerzas de mercado son capaces de resolver cualquier problema, de que el gran centro financiero y comercial post-moderno constituye toda la realidad.

Se ha olvidado que aquí, la preparación, la vigilancia y la auto-disciplina son muy necesarias; que para existir, Israel debe ser necesariamente un país de calidad y excelencia.

La Segunda Guerra del Líbano dejó al descubierto el fracaso. Quedó claro que el problema profundo de Israel no es una cuestión de derecha versus izquierda. Un país incapaz no puede hacer frente a Irán, pero tampoco puede poner fin a la ocupación. Por lo tanto, la agenda nacional exige al Estado que vuelva a recuperar su plena capacidad de acción, que vuelva a ser el órgano soberano que pueda hacer frente a la gigantesca e inevitable ola.

El gran incendio en el Monte Carmel fue una tragedia humana desgarradora, al tiempo que un terrible desastre ecológico. Sin embargo, su importancia nacional radica en habernos sabido mostrar que, finalmente, no hemos aprendido nada y que tampoco nada hemos olvidado. Es como si en realidad la Segunda Guerra del Líbano nunca hubiera sucedido. Hemos desperdiciado los últimos cuatro años ocupándonos a favor o en contra de Olmert, a favor o en contra de Netanyahu, a favor o en contra de Eli Yishai.

Ahora exigimos otra comisión investigadora, otro informe de contraloría, otro momentáneo bombardeo en los medios de comunicación. Pero no estamos ocupándonos del problema fundamental. Aún no hemos refundado la República de Israel. El fracaso del Monte Carmel es principalmente el fracaso de no poder extinguir el fuego que proviene desde arriba.

El mundo político está en crisis. ¿Quién es responsable del fracaso en la extinción del fuego que viene desde arriba? ¿Likud, Kadima, los laboristas o Shas? ¡Todos! Esa es la verdad: Likud, Kadima, los laboristas y Shas, a lo que debe sumarse la debilidad del gobierno, la mezquindad de la política y la superficialidad de los medios de comunicación.

Igual de responsable es esa complacencia en el ánimo, la cual nos ha hecho olvidar dónde vivimos. Y así, la nueva caza de brujas política terminará por no renovar nada. El fracaso en el Carmel es sólo la punta del iceberg. Lo que se precisa ahora mismo no es ni una investigación ni despidos, sino voluntad de arreglar las cosas.

El gobierno de Netanyahu fue elegido para fortalecer y potenciar a Israel. En importantes áreas, lejos de los ojos del público, ciertamente ha logrado su cometido. Sin embargo, a simple vista, no parece haber hecho nada. No ha cambiado el sistema de gobierno, no ha mejorado la gobernabilidad, no ha generado sentimientos de solidaridad social.

En esas áreas, el ejecutivo de Netanyahu ha fracasado rotundamente. Ni Bibi, Barak o Yishai deben abandonar sus cargos por el incendio en el Carmel. Pero, debido a la manera en que el Estado se comporta, Netanyahu, Barak e Yishai terminarán por marcharse.

Este Estado tsunami no puede darse el lujo de quedarse esperando la próxima ola que inicie el maremoto. Hay que arreglar ya mismo las cosas.

Fuente: Haaretz - 14.12.10
Traducción: www.argentina.co.il