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Anexar Israel

Luego de que ayer (8.4.14) un grupo de colonos del asentamiento judío de Yitzhar, en Cisjordania, destruyera de forma salvaje un campamento del Ejército israelí, ordenando a los soldados - que se encontraban allí para cuidarlos - desalojar la base, y sin que éstos opusieran resistencia alguna ni recibieran resfuerzos para reprimir el ataque; y que además se les prohibiera hacer comentarios a la prensa; y que aparte de las condenas y las críticas de los líderes, aún no hayan sospechosos detenidos, resolví publicar nuevamente esta nota, cuyo texto habla por si solo.

Lo hago porque como ex soldado de Tzáhal y padre de un alto oficial de una unidad de elite, me siento avergonzado pero no sorprendido de que semejante hecho se haya producido, aunque hace más de 30 años que vengo reclamando que cualquiera podía leer «la inscripción que ya estaba escrita en la pared».

Alberto Mazor


Uno puede sentirse decepcionado por el proyecto de ley de anexión de los asentamientos judíos de Cisjordania al Estado de Israel, presentado al comite gubernamental por los diputados Yariv Levín, Miri Regev, Danny Danón y Tzipi Hotovely, todos del Likud; pero no es obligatorio.

Uno también puede festejar el milagro que posibilitó que Netanyahu se opusiera; pero también eso es superfluo. Incluso el escalofriante pensamiento acerca de lo que podría haber sucedido en caso de aprobarse el anteproyecto, qué tipo de conflicto mundial se habría desencadenado desde Oriente Medio, perdió ahora toda importancia.

La razón de todo ello es que ese proyecto de ley es fundamentalmente erróneo. No es Israel quien debe anexar los asentamientos. Son los asentamientos y los colonos quienes deben estar de acuerdo en que Israel sea anexado a Judea y Samaria.

Mientras tanto, ellos se ocupan de dejar muy en claro que no tienen ningún motivo para echar sobre sí mismos las obligaciones del Estado. ¿Por qué deberían estar de acuerdo en quedar sujetos a leyes estatales cuando pueden darle forma a su imagen desde el núcleo mismo de la diáspora israelí en Cisjordania?

Son los líderes de los colonos quienes deciden cuándo las sentencias de la Corte Suprema tienen validez para ellos y cuándo el Parlamento debe aprobar leyes para evitar la intervención del Tribunal Superior. Fueron ellos quienes crearon nuevas leyes de propiedad de la tierra para los territorios. Pueden optar por el sistema legal que más les convenga, según las circunstancias: órdenes militares, ley otomana, ley jordana o, en su caso, incluso la ley israelí.

Son ellos quienes deciden si debe permitírsele o no a la policía israelí operar en su jurisdicción. Cuentan con un ejército privado que determina por sí mismo quién es el enemigo. Son ellos los que deciden cuándo debe acatarse las órdenes de los oficiales de las Fuerzas de Defensa de Israel y cuándo no, y los que determinan cuál rabino representa la voluntad de Dios en un momento dado.

Incluso la política exterior israelí es determinada por los colonos, cuya residencia permanente en los territorios bloquea cualquier intención seria de alcanzar un acuerdo definitivo al conflicto con los palestinos; además, son ellos quienes trasladaron el objeto de la disputa, de los territorios a los asentamientos. Tal modificación del discurso público se operó también en el concepto de lealtad al Estado. Hoy en día, todo aquél que intente desmantelar asentamientos ataca el núcleo de la nación, aplastando los fundamentos culturales establecidos en la Biblia y poniéndose del lado de los enemigos de Israel.

Hace tres décadas los colonos mostraban aún una suerte de reverencia condicionada hacia Israel. Creían que si podían convencer a la opinión pública de que amenazarlos era lo mismo que amenazar al Estado judío, que Kfar Saba y Ariel eran sinónimos, el Estado habría de aceptarlos como una parte integral de él. En aquél momento, jóvenes colonos con banderas nacionales se juntaban en las intersecciones de las principales carreteras, repartiendo calcomanías azules y blancas con la leyenda «¡Yesha (iniciales hebreas de Judea, Samaria y Gaza) es aquí!». Ese fue el período ingenuo - sí, también los colonos tuvieron uno - antes de que se dieran cuenta de que era posible robar un Estado en lugar de integrarse a él.

Esa época pasó. Primero incorporaron el slogan «Respuesta sionista apropiada» para determinar que por cada ataque terrorista y por cada persona asesinada en algún asentamiento uno nuevo habría de construirse. No en la Galilea o el Neguev, porque Israel ya es un Estado extranjero que no entiende lo que es el sionismo genuino. La «respuesta sionista» debe ser aplicada en el único Estado sionista, esto es, en el Estado de los colonos: El Estado de la diáspora con autoridad para otorgar el título de «territorio nacional», o para negárselo a cualquiera que ose oponerse a sus caprichos. Se trata de la única diáspora en el mundo que se arroga la indiscutible autoridad para juzgar a sus diputados, jueces y ministros de Gobierno, a sus intelectuales y partidos políticos, como héroes o traidores, según el comportamiento que tengan para con ella.

Es dudoso que Levín, Regev, Danón y Hotovely hayan comprendido el hecho de que, con su propuesta de anexión de los asentamientos al joven, débil e impotente Estado judío, no hacían más que poner en peligro su posición política. Con una sola ley pretendían despojar a los colonos de su poder; controlar los hilos con los que éstos manipulan a Israel como a un títere, y convertirlos en ciudadanos comunes y corrientes como los habitantes de Haifa, Raanana, Eilat y Hadera.

Su proyecto fue bloqueado, pero no se preocupen, luego del fracaso de las actuales negociaciones con los palestinos, tendremos la posibilidad de redactarlo nuevamente para solicitar a los colonos la anexión de Israel a Judea y Samaria, un territorio cuya construcción aumenta en un 123% cada año.

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