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Kerry en bicicleta

John KerryKerry tiene un proyecto. Uno más que se añade a decenas de planes para solucionar el conflicto israelí-palestino elaborados desde hace más de 50 años por políticos, diplomáticos y académicos empeñados en traer paz a estos dos pueblos de Oriente Medio.

El secretario de Estado está armando un plan. Tal vez no sea el mejor, pero sí el último. No aporta soluciones novedosas, ya que se trata de una mezcla de viejas fórmulas de compromisos sugeridas por Occidente y rechazadas por los protagonistas del enfrentamiento, a veces israelíes, a veces palestinos.

Pero el proyecto de Kerry tiene fecha límite. El plan del canciller norteamericano contempla el final de las tratativas bilaterales el 29 de abril de 2014. Una previsión excesivamente optimista, teniendo en cuenta la falta de voluntad de las partes de encontrar un lenguaje común.

Las exigencias son conocidas. Israel reclama su reconocimiento como Estado nación del pueblo judío, la desmilitarización del futuro Estado palestino, el control militar del valle del Jordán, la permanencia de israelíes en asentamientos judíos de Cisjordania y la vigilancia del espacio aéreo palestino.

A su vez, los palestinos exigen la vuelta a las fronteras de 1967, el reconocimiento de Jerusalén Oriental como capital del nuevo Estado, el desmantelamiento de los asentamientos, el control absoluto del suelo y subsuelo de Cisjordania y la presencia de una fuerza de la OTAN bajo mando estadounidense, que garantice su seguridad e integridad territorial.

Abu Mazen se manifiesta poco propenso a reconocer el carácter judío de Israel, alegando que se trata de un nuevo obstáculo de Bibi, de una claúsula inexistente en los tratados de paz con Egipto y Jordania.

Las negociaciones parecen seguir en punto muerto. Bibi no quiere renunciar al status quo, mientras que Abu Mazen mantiene su vieja melodía: no habrá paz sin Jerusalén y sin garantías internacionales de seguridad.

No obstante, algo cambió en las últimos semanas. La campaña de boicot internacional a intereses israelíes muestra sus primeros sítomas. Lo que inicialmente se configuró como una simple herramienta destinada a controlar la política de ocupación militar de territorios, aparece ahora como algo tangible capaz de dañar prioridades económicas y programas educativos y culturales del Estado judío.

El boicot económico podría causar serias pérdidas a exportaciones e inversiones israelíes en Occidente. La reciente participación activa de renombrados empresarios israelíes en el Foro Económico de Davos no fue mera casualidad, sino una muestra real de preocupación.

Pero más dramática es la situación generada por el boicot educativo, que afecta a institutos docentes. Los catedráticos, en su mayoría partidarios de llegar a un acuerdo, se sienten doblemente afligidos: a la condena de los miembros de la coalición gubernamental, que los tacha prácticamente de vendepatrias, se suma el aislamiento impuesto por instituciones académicas occidentales.

Durante la última Conferencia Internacional de Seguridad, celebrada en Múnich la pasada semana, Kerry aludió a los efectos negativos de un boicot internacional para la seguridad y prosperidad de Israel.

Sus palabras provocaron la ira de Bibi y de varios ministros de su Gobierno. Todos calificaron sus declaraciones de «inmorales e injustas».

El interrogante es ¿qué sucederá después del 29 de abril? Tanto Israel como la Autoridad Palestina son capaces de neutralizar los posibles logros del canciller.

En ese sentido, el proyecto de Kerry es similar a la marcha de una bicicleta: no importa lo lento que se mueva, es mejor que siga, porque si se queda quieto cae.

Y con él todos nosotros.