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El año del «poder inteligente»

Barack ObamaEsta semana, con el inicio de 2014 llega el fin de la era norteamericana en Oriente Medio. Denominar a los últimos 40 años «Pax Americana» probablemente sería una exageración porque, como estamos hablando de Oriente Medio, ha habido un montón de violencia: las guerras árabe-israelíes, la guerra Irán-Irak, la liberación de Kuwait por los norteamericanos, la invasión de Irak por éstos o los numerosísimos y sangrientos atentados que han tenido lugar desde el Mediterráneo Oriental hasta el Golfo Pérsico.

Pero hasta ahora nadie dudaba de que Estados Unidos estaba al mando, y, en la región, todos podían hacer sus apuestas conforme a ello, con una razonable noción de lo que podía aguardarles. Si uno era un líder de Oriente Medio aliado de Washington, tenía ayuda económica, armas y una foto con el presidente. Esto último era, tal vez, lo más importante de todo, porque lo que contaba más aún que los aviones y tanques estadounidenses y que los paquetes de ayuda por valor de miles de millones de dólares era la idea de que algún día, cuando las cosas se pusieran difíciles, el residente de la Casa Blanca, que además resultaba ser el hombre más poderoso del mundo, podría hacer caer su poderoso martillo por él y aplastar a sus enemigos.

Después de todo, eso es lo que le pasó a Saddam Hussein dos veces. Y, quién sabe, puede que lo mismo les hubiera ocurrido a Bashar al-Assad y a la República Islámica de Irán; en los últimos diez años - en el caso de Irán, desde 1979, con el derrocamiento del Shá y la crisis de los rehenes - ambos han hecho casi todo lo que ha estado a su mano por establecerse como los principales enemigos de Estados Unidos en la región. Pero, como demuestran esos dos ejemplos, los tiempos han cambiado.

Éste ha sido el año en el que Estados Unidos cambió el martillo por el bisturí y tendió una mano amiga a sus enemigos, lo que dejó a sus amigos preguntándose qué vendría a continuación.

Para los actores que no comprendieron que la era del heroico compromiso estadounidense en Oriente Medio ha terminado - desde la promoción de la democracia y los costosos paquetes de ayuda al dominio rápido y los cambios de régimen producidos gracias a los cientos de miles de efectivos norteamericanos -, 2013 ha sido un año especialmente malo.

De todos ellos, los grandes perdedores han sido el Muyahaidín e Jalq (MEJ), los rebeldes sirios e Israel. El MEJ es el movimiento de resistencia contra el régimen iraní que la Administración Clinton incluyó como organización terrorista internacional en 1997 para ganarse el favor de Mohamed Jatamí, el modelo de presidente iraní moderado de los '90. Tras la invasión estadounidense de Irak en 2003, el MEJ cumplió la exigencia norteamericana de que se desarmara, a cambio de lo cual el Pentágono le concedió el estatus de gente protegida. Sin embargo, desde 2009 ha sufrido repetidos ataques por parte de aliados de Irán, entre ellos fuerzas de seguridad vinculadas al primer ministro iraquí, Nuri al-Maliki.

Representantes estadounidenses coinciden en que Irán también fue responsable del último ataque contra el campamento Ashraf, el 1 de septiembre, en el que murieron cincuenta miembros del MEJ y otros siete fueron tomados como rehenes.

La moraleja es que cuando Estados Unidos dice que se debe deponer las armas y no ocuparse de los asuntos de uno sólo por cuenta propia, no siempre conviene hacer caso.

Los rebeldes sirios creyeron que, pese a todos los reveses y bajas sufridos durante el último año, al menos cabía la posibilidad de que la Casa Blanca cumpliera con su política declarada de buscar la marcha de Bashar al-Assad, si no por medios militares, al menos con presión diplomática y política. Después de todo, ¿cómo iba a mantener Washington su posición en Oriente Medio si sus enemigos y sus aliados pensaban que los estadounidenses eran unos mentirosos?

De lo que no se dio cuenta la oposición siria fue de que a Estados Unidos ya no le preocupaba su prestigio en la región; lo que ha interesado durante este último año a los políticos norteamericanos es salir de Oriente Medio. En primer lugar, la Casa Blanca no cumplió con la entrega de armas prometida en junio. En septiembre se volvió atrás en el plan de atacar a Assad después de que éste empleara armas químicas y cruzara la famosa línea roja del presidente Obama. En vez de castigar a Assad, lo que hizo fue cerrar vías de apoyo para los rebeldes procedentes de Turquía, Kuwait, Qatar y Arabia Saudita. Entonces la Administración indicó que ahora todo el mundo tendría que aguantarse con el hecho de que Assad siguiera por aquí, porque es un buen socio para contener a Al Qaeda.

¿Moraleja? Cuando Estados Unidos insiste que no está presumiendo, no hay que tomarlo demasiado en serio. Al parecer, adjuntos de la Casa Blanca se dirigieron en otoño de 2012 al primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, en medio de la campaña presidencial estadounidense, y le pidieron que no se ocupara de las cosas por su cuenta y bombardeara Irán. Pero resultó que en julio de 2012 Jake Sullivan, asistente de Obama, ya estaba en plenas conversaciones secretas con Teherán, las cuales condujeron finalmente al acuerdo provisional anunciado el pasado 24 de noviembre, que, a todos los efectos, blinda el programa nuclear iraní frente a cualquier futuro ataque israelí. Aquí la moraleja es que cuando Estados Unidos dice que cuida las espaldas de sus aliados, no siempre hay que creerle.

No ser capaz de aprender de las lecciones que la Casa Blanca ha impartido este año en la región supone que, en el mejor de los casos, uno se convierte en un perdedor perenne, como los palestinos, incapaz de forjar su propio destino y dependiente de la generosidad de una comunidad internacional que se distrae con facilidad.

Si bien reducir Israel a impotente subordinado a la relación estratégica de Estados Unidos con Irán no era, seguramente, lo que Netanyahu tenía pensado para 2013, las cosas también pueden ir a peor. Como ocurre con el MEJ y los rebeldes sirios, confiar en Washington también puede suponer que Israel sea atacado por sus enemigos después de haber renunciado a la libertad de responder del mismo modo.

El hecho de que todos los grandes perdedores de este año - el MEJ, los rebeldes sirios e Israel - estuvieran en el lado equivocado en los dos principales logros de la Casa Blanca en 2013 dice algo respecto a lo que ahora valora Washington.

La iniciativa para librarse del arsenal químico de Assad y las negociaciones secretas entre la Administración de Obama e Irán, que condujeron al acuerdo provisional de Ginebra, son consecuencia de una creencia más amplia en lo que estrategas del Partido Demócrata como Joseph Nye y políticos como Hillary Clinton denominan «poder inteligente», un término acuñado tras la invasión de Irak por el Gobierno Bush en 2003.

Lo que significa ese «poder inteligente» es que los políticos norteamericanos deberían confiar en las instituciones internacionales, la diplomacia, los sistemas de alianzas y el profundo conocimiento de otras culturas, en vez de en burdos instrumentos bélicos: Estados Unidos debería usar un bisturí en vez de un martillo. Es decir, el «poder inteligente» no es más que otra forma de decir que la guerra de Bush en Irak fue una tontería.

Renunciar a la fuerza militar en favor de otras alternativas, de cualquier otra alternativa, sería para esta gente una forma más inteligente de actuar. De acuerdo. Pero, en ese caso, quizás no deberían examinarse los resultados de la guerra iraquí, que fueron variados, en el mejor de los casos, sino que habría que centrarse en cómo ha funcionado este año el uso de ese «poder inteligente»: instituciones internacionales, diplomacia, medios sociales como Twitter y aliados tradicionales de Estados Unidos.

En su precipitación por llegar a un acuerdo con Irán, la Casa Blanca ignoró las resoluciones de Naciones Unidas en las que se exigía a Teherán que detuviera toda actividad relacionada con el enriquecimiento de uranio, y garantizó implícitamente al régimen iraní el derecho a enriquecer, pisoteando así ese consenso internacional que, por lo visto, es tan crucial para que el «poder inteligente» norteamericano funcione.

En un país tras otro, los aliados de Estados Unidos, tanto viejos como nuevos, fueron derribados rápidamente por regímenes que no temían una represalia norteamericana. Aliados como Arabia Saudita e Israel descubrieron que ser amigo de Obama suponía que a uno lo mantienen a oscuras, le mienten, le espían y le impiden defender sus propios intereses nacionales.

Si los aliados estadounidenses echan en falta la sombra cobertora del Gran Hermano para mantener alejados a sus enemigos, el hecho es que el bisturí de Obama - ataques con drones, misiones de los SEAL, envío de armas de pequeño calibre y ayuda humanitaria, y acuerdos diplomáticos improvisados - es mucho menos descuidado y peligroso que empuñr un martillo.

El primer problema que presenta a los políticos norteamericanos es que a veces hace falta un martillo, especialmente si la casa está ardiendo. El segundo problema es que Washington aún tiene que demostrar que es experto en cirugía cerebral. El acuerdo con Rusia sobre las armas químicas de Assad no ha impedido que la maquinaria asesina del régimen de Damasco siga devastando el país, el cual, a su vez, se ha convertido en el mayor campo de prácticas para combatientes yihadistas desde las guerras afganas.

«El poder inteligente», lo mismo que las operaciones clandestinas, la guerra cibernética y el régimen de sanciones que, supuestamente, iban a poner de rodillas a Teherán, no ha detenido el programa armamentístico nuclear iraní, y parece muy probable que el acuerdo provisional tampoco llegue siquiera a convertirse en uno permanente, sino en el desarrollo de una bomba atómica bajo la protección de un paraguas norteamericano.

Así pues, o el «poder inteligente» no funciona demasiado bien en Oriente Medio, o esta Casa Blanca no sabe usarlo. O puede que no sea ninguna de esas cosas y que la realidad sea que Obama cree que todo el juego ha cambiado. Tal vez crea que la independencia energética le ha comprado por fin la libertad respecto a una parte del mundo que derrocha violencia. Puede que considere que un arma atómica haga que el régimen iraní sea, finalmente, menos volátil y más responsable y abierto al resto del mundo, una vez no tenga que preocuparse de ser derribado por enemigos domésticos, por Israel o por Estados Unidos.

Quizá Obama tenga razón, y puede que la historia le juzgue un líder visionario que supo entender la geopolítica emergente de un Oriente Medio multipolar mejor que generaciones de estrategas norteamericanos de la Guerra Fría, hombres del petróleo y excepcionalistas culturales.

En cualquier caso, si los aliados de Estados Unidos en la región no aprenden rápidamente las lecciones de 2013, 2014 será, para muchos de ellos, un año que se salde con un costo aún mayor.