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Simular la verdad

Barack Obama y Thamsanga JantjieNo hubo nadie con representación oficial en Sudáfrica que no mostrara su estupefacción primero, su rechazo después, y finalmente su indignación, frente a la osadía de Thamsanga Jantjie, el hombre de 34 años encargado de traducir al lenguaje de los sordos los discursos pronunciados durante los funerales de Nelson Mandela.

Thamsanga no sólo no tradujo los discursos. Además imitó de modo grotesco los gestos de los oradores mientras movía las manos de modo disparatado hacia cualquier lado. Sólo quienes no estaban presentes en el acto, guarecidos en la seguridad de sus casas, no pudieron evitar una sonrisa cuando leyeron o escucharon la noticia. Prueba de que entre la privacidad y la vida pública hay una gran distancia.

La vida pública no es el lugar de la verdad y puede que en ese sentido Thamsanga no hubiera estado demasiado fuera de lugar cuando llevó a cabo su farsa. Porque imagine por un instante que en las relaciones diplomáticas los gobernantes dijeran todo lo que piensan: El mundo sería un infierno, habrían guerras por doquier, nadie podría lavar tantas ofensas proferidas.

En la vida pública deben guardarse las formas, entre otras razones porque la vida pública es esencialmente representativa. Representación necesaria para la conservación de esos espacios que se crearon con el objetivo de relacionarse unos con otros sin insultarse. Al fin y al cabo para decir verdades hay otros lugares; y ninguno es público.

Si se hace filosofía, si se escribe un libro de historia o una poesía o se crea cualquier obra de arte; si se vive un instante de intimidad con la persona amada y, sobre todo, se sitúa frente al espejo de la propia conciencia, se compromete a decir lo que se piensa. Se podría afirmar incluso que las no-verdades pronunciadas en la vida pública tienen la función de proteger las verdades que se pronuncian en la vida íntima. Luego, si se piensa con cierta lógica, la falta de Thamsanga Jantjie cuando ejecutaba sus grotescos gestos imitativos no fue la de mentir.

Thamsanga no mintió ni siquiera a los sordos que lo «escuchaban». Sólo se limitó a hacer como que traducía con sus manos y gestos lo que los políticos decían. Su delito entonces fue no decir nada haciendo como si dijera mucho. Pero en ningún caso modificó el discurso de los gobernantes como hizo por ejemplo Charlie Chaplin con el «Gran Dictador». Su delito, luego, no fue una falsificación. Se trataría entonces de una simple simulación.

En efecto, Thamsanga simuló el trabajo de traductor y por eso y nada más deberá ser condenado. Si es que lo es. No sé si en la legislación de Sudáfrica existe la simulación como delito. Tampoco estoy seguro si Thamsanga sólo simuló lo que no decía con sus gestos, o sí detrás de lo que simulaba hay una verdad que sólo podía ser expresada mediante un acto de simulación.

Existe también la posibilidad de que al no decir nada, simulando que decía algo, Thamsanga hubiera realizado una traducción fiel de los discursos que él escuchaba. Si es así, el gran delito de Thamsanga fue haber traducido una verdad incompatible con la vida política y con mayor razón, con la diplomática: la de que los oradores no decían nada. Thamsanga en sentido estricto habría demostrado a los sordos una simulación de la verdad, simulando el mismo una simulación de la verdad.

La pregunta entonces sería: ¿Puede alguien ser condenado por transcribir en los términos más exactos posibles la simulación de una verdad? Con ello no se quiere decir por supuesto que los oradores mentían frente al cadáver de Mandela. Sólo se afirma que leían discursos prefabricados, hechos por expertos, fingiendo un sentimiento que nadie sentía, en fin, pronunciando palabras muertas. Más muertas aún que Mandela.

Estamos en consecuencia frente a tres posibilidades. La primera, ya casi oficial, es que Thamsanga es un sinvergüenza, alguien que intentó ganar dinero fácil sin realizar su trabajo. Pero si así hubiera sido - y desde el punto de vista formal lo fue - el problema tampoco deja de ser grave. Pues si Thamsanga es un delincuente - y sus antecedentes penales indican que lo es - tendría que haber elegido un buen lugar para cometer su felonía calculando un riesgo mínimo. En otras palabras, Thamsanga sabía que en un funeral público nadie o casi nadie presta atención a lo que dice el orador de turno. Y si nadie presta atención a lo dicho, es porque en esos tipos de discurso nadie dice nada. Se trata, dicho en breve, de discursos vacíos los que al serlos portan consigo los indelebles signos de la no-decibilidad.

No-decibilidad no es lo mismo que indecibilidad, concepto este último, muy profundo.

Indecibilidad es un concepto que cubre el espacio del sentimiento aún no significado, algo que intentamos decir y no podemos porque no hay ninguna palabra que pueda expresar lo que sentimos, un dolor inmenso, por ejemplo. No-decibilidad en cambio, es hablar sin decir nada, algo que hacen muy bien los loros y, por supuesto, los diplomáticos.

Thamsanga debe haber sabido que los discursos en los funerales de Mandela serían hablados pero no dichos y por lo mismo iban a ser oídos pero no escuchados. El riesgo era que algún sordo intentara descifrar lo que el decía con sus gestos y manos. Fue una falta de respeto hacia los sordos. Pero - y esta es una condición atenuante - cometida bajo el bienentendido de que casi ningún sordo o no sordo prestaría atención a lo que decían los discursos.

La segunda posibilidad es que Thamsanga hubiera sido un provocador, es decir, alguien que se propuso abiertamente dejar en ridículo a los oradores. En ese caso habría que alabarlo, pues su provocación, en el mejor estilo de Mandela, fue muy pacífica. Otra cosa hubiera sido si Thamsanga hubiera hecho explotar una bomba o atravesado un puñal en el cuello de Obama, a quien tenía muy cerca. Pero para Thamsanga, si de verdad es un anarquista, no habría tenido ningún sentido interrumpir discursos que de por sí no decían nada. Bastaba solamente con mostrar que no decían nada. Y así lo hizo.

La posibilidad de un acto de rebelión no es del todo descartable. Si ella hubiera sido cierta podríamos decir que Thamsanga cumplió su cometido sustituyendo la revelación dramática del sin sentido de los discursos mediante un acto chistoso. Chistoso en el sentido de Freud. Recordemos que para el gran analista todo buen chiste tiene que portar consigo una verdad que sólo puede ser revelada como chiste a fin de que sea aceptada como tal. ¿Cuál era la verdad del chiste de Thamsanga? Está claro: esa gente que habla no dice nada. Harpo Marx, hermano de Groucho, no podría haberlo «dicho» mejor que Thamsanga.

La tercera posibilidad, la confesada por Thamsanga como su propia verdad, es que él sufrió un ataque de esquizofrenia. Posibilidad que no contradice a la primera, a saber, la de que Thamsanga es un delincuente. Evidentemente lo es. Su prontuario no es lujoso; incluye hasta un asesinato. Pero aún así, esa posibilidad no niega a la segunda, la de que Thamsanga hubiera realizado con su no traducción un acto de rebeldía pues no hay ninguna contradicción entre esquizofrenia y rebelión, todo lo contrario. El sicoanalista británico Donald Winicott afirmaba incluso que los pacientes sicóticos tienden mediante actos que nos parecen arbitrarios a poner orden donde ellos ven desorden, o lo que es igual, a imponer su verdad en donde ellos ven simple falsedad. Y así es: ¿puede haber algo más falso que el discurso de un político en un funeral?

Los pacientes sicóticos son muy sensibles. Ellos más que nadie necesitan de que la realidad en la cual actúan no sea falsa ni incierta. Y en la ceremonia fúnebre dedicada a Mandela había muchos, quizás demasiados signos de falsedad ¿Qué hacían por ejemplo al lado de la urna de quien fuera uno de los más grandes defensores de los derechos humanos, personajes tan siniestros como Robert Mugabe y Raúl Castro, entre otros? Contradicción insoportable para cualquier persona con sensibilidad, paciente o no. A su modo Thamsanga quiso tal vez decirnos: Todo esto no es cierto. Todo esto no tiene sentido. Y así fue como tradujo los discursos como los escuchó, como palabras dichas sin ton ni son.

¿Qué habría pensado Mandela? Vamos a suponer por un momento que hay cielo. Vamos a suponer también que en ese cielo dejan entrar a los negros. En ese caso estoy seguro de que Mandela habría reído con ganas desde alí. Puede ser también que, aguzando sus ojitos de niño travieso, Madiba hubiera dicho: «Qué homenaje hermano loco, qué homenaje el que se te ocurrió hacerme».

Claro, es una suposición. Porque los muertos, al igual que Thamsanga, no dicen nada