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Janucá y el consumismo

Janucá, que celebramos esta semana, es una festividad en la que Janá, hija de Matitiahu Hacohen, fue, según un midrash, quien desencadenó la rebelión encabezada por su familia, cuando se rebeló a la profanación de su cuerpo y del honor de su familia y de las mujeres judías.



Janá no estuvo decidida que ejercieran sobre su cuerpo el derecho de pernada, que es el nombre que recibe en español el «derecho de la primera noche». Esa práctica de abuso y servidumbre sexual, ejercida por algunas autoridades en contra de mujeres, duraron muchos años y tuvieron su máxima aplicación  durante la Edad Media - la entrega de la virginidad de la novia al hacendado, o al cura, en la noche de bodas.  

Durante casi cuatro años las mujeres judías decidieron no casarse para evitar esa situación, pero, Matitiahu decidió comprometer a Janá con Eleazar Ben Hashmonaí. En la noche de bodas la protesta osada de Janá al desgarrar su vestido dará pie al inicio de la rebelión.

Si partimos de la acción femenina relatada por este midrash, somos nosotras, las mujeres de este tiempo, quienes debemos ver en las luminarias de Janucá un mensaje dirigido particularmente a nosotras.

En su tiempo nuestros antepasados debieron rebelarse de la cultura helenizante que surgió después del declive de Babilonia y Persia y el fortalecimiento del imperio griego. Alejandro Magno logró un cambio cultural en el mundo de aquel entonces. Buscaba la hegemonía de su fe.

En el mundo globalizado sufrimos también de las consecuencias del pensamiento alejandrino, en la sociedad de consumo. Todos nos hemos convertido en consumidores obsesivos y tenemos una gran necesidad de consumir todo lo que nos ofrecen.

Los medios técnicos han convertido al mundo occidental en un gran mercado accesible a todos quienes tienen los medios para ello. El éxito depende de los objetos y no de los valores. Si Janucá simboliza entre otras cosas la lucha contra el materialismo, no hay razón por la cual no aprovechemos la fiesta para reforzar nuestros valores en contra de este modelo social en nuestras familias y en los espacios en los que podamos influir.

El consumo excesivo provoca el derroche y altera el orden de las cosas donde lo superfluo precede a lo necesario, donde el gasto precede en valor a la acumulación y la apropiación.

En esta sociedad se destaca la situación paradójica, en la que una parte cada vez mayor de la población activa trabaja en sectores cuyo desarrollo está ligado precisamente a la reducción general del tiempo de trabajo, como son las industrias y los servicios del ocio e industrias culturales.

En cierta manera, dentro de la sociedad de consumo, el tiempo ocupa una especie de lugar privilegiado, es un tiempo que es consumido.  

También «el cuerpo» es uno de los objetos de consumo; cuando el culto al cuerpo ha pasado a ser una de las características más notorias de la sociedad, donde se busca la belleza y la perfección en el cumplimiento de unos cánones prestablecidos. Parece como si el cuerpo se convirtiera en la persona lo que el chasis en el automóvil, algo que su puesta a punto puede llegar a ser toda una penitencia. Ahora lo importante no es gustarse a uno mismo, sino gustar a los demás, y para ello tenemos que seguir la belleza imperativa establecida por el entorno.  

Muchas familias se han desintegrado cuando no pudieron alcanzar los nuevos ideales. Y son los hijos quienes en muchos casos desean contar con la presencia de sus padres más tiempo junto a ellos al tiempo que exigen la satisfacción de los productos inútiles que les venden por medio de la televisión y de Internet, lo que produce que los progenitores deban ausentarse muchas más horas del hogar.

Janucá permite, también por ser época de vacaciones, restablecer esos valores judíos básicos de amor a la naturaleza, a la simplicidad y a la humildad, a satisfacer las necesidades sin pretensiones, a ser más modestos y pudorosos. El estudio, el cumplimiento de los mandamientos sociales, son la elección que el judaísmo presenta para nuestro tiempo.

Pese a lo difícil que es Janucá, debe servir para huir de las tentaciones de la propia fiesta. Es una buena oportunidad para iniciar la práctica de otra vía. El encendido de las luminarias de Janucá y el recuerdo de la fortaleza de los exiguos frente a los multitudinarios, de los fuertes a manos de los endebles.

Si leyéramos con cuidado el texto de Al Hanisim descubriríamos que la fortaleza es propiedad exclusiva de Di-os, y que los macabeos son descritos como puros y débiles. En Pirke Avot, descubrimos una definición de la fortaleza en manos de quienes son capaces de controlar sus instintos.

Ello significa no sólo saber superar el enojo y la agresividad, sino también la fuerza casi indomeñable e indomitable del consumo de lo innecesario.

¡Jag Sameaj!