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¡Sí Sárale; lo que digas!

Desde que Bibi está en el gobierno, Sara Netanyahu siempre supo ser noticia, especialmente en lo que a personal de servicio se refiere. Algunas veces ellos comentan que vuelan zapatos, otras insultos y groserías o todo vuelve la calma después de alterados ataques de histeria.

El asunto no pasaría a mayores si todos esos conflictos se registrarían en el marco de una familia común y corriente. Pero tratándose de una persona que tiene que ocuparse de los misiles de Hamás y Hezbolá, el terrorismo islamista, Egipto, Siria, Irán y Turquía, la próxima declaración de un Estado palestino en la ONU o de calmar a cientos de miles de indignados que llenan las calles de Israel cada semana con sus aspiraciones sociales, ya es para que no podamos dormir sin valium.

Una cosa es que Bibi se tenga que medir con Ahmadinejad, Erdogán, Assad, Abu Mazen, Barak, Livni o Liberman y otra que salga en medio de las reuniones con el Mossad o su gabinete cada vez que a Sárale se le despierta el indio.

Esta semana, una trabajadora de origen nepalés, Tara Kumari, quien cuida del padre de Doña Netanyahu, aseguró haber resultado herida durante un enfrentamiento con la esposa del primer ministro.

Una escena como la siguiente bien podría haber sucedido en estos días:

Es de noche en la residencia de los Netanyahu. Bibi está disfrutando de un puro cómodamente sentado leyendo el último capítulo de "Capitalismo y Libertad" de Milton Friedman. Cuando Sárale entra en la sala, Bibi deja el libro, mira el título por encima de sus lentes, vuelve a mirar a su mujer y sonríe complaciente. "¡Ah, la ironía!", piensa para sí mismo. Abandona la lectura en medio del inciso "Discutiendo con idiotas", y se dirige a ella.

Bibi: Hola Sárale...

Sara: Bibush, ¿cómo estás mi cielo? ¿Puedo ofrecerte algo?

Ella se sienta en el sofá. Él se encoge mientras mira sus tacones hundirse en los sofisticados cojines de cuero.

Bibi: Sárale, tenemos que hablar.

Sara: ¡Ohhhh, eso no suena bien...!

Bibi: Bueno, tienes razón. No lo es.

Sárale se pone rígida. Bibi se percata de ello y decide tomar precauciones adicionales. Él sabe muy bien que cualquier movimiento en falso puede concluir en un desastre. Sus asesores lo estuvieron llamando cada dos minutos desde que los medios comenzaron a ocuparse de la demanda penal que la empleada doméstica, que cuida de su suegro, presentó en los tribunales por presunto maltrato, violencia, falta de pago y trabajos forzados durante el Shabat. Le advirtieron que esta vez tendría que controlarla. Antes fue la niñera; luego, la secretaria; depués el ama de llaves, y ahora ésto.

Sara:
OK. Escucho. ¿Se trata de los tacones? Ya me los quito, ¿ves?...

Bibi: No, no... no se trata de eso, Sárale... bueno, de eso también. Pero no sólo de eso. Se trata de la demanda.

Sara: ¡Ah...! OK.

Bibi: Escucha; tengo que preguntarte algo.

Sara: Adelante.

Bibi: ¿De verdad le pediste a la cuidadora que se dirigiera a ti como "señora Sara Netanyahu"?

Sara: Sí. ¿Hay algo malo en eso?

Bibi veía sus labios temblorosos mientras contestaba. Ahora había que andar con mucho cuidado. Se volvió hacia ella esbozando la sonrisa más cálida de la que era capaz.

Bibi: Cariño, Sárale... Eso es un poco, cómo te diría, snob...

Sara: Me gusta el orden y la jerarquía; ¿sabes, Bibi? Quiero decir, me gusta que me respeten, ¿sabes?

Bibi: Sí, amorcito. Lo sé, lo sé...

Sara: Entonces, ¿por qué es tan difícil llamarme señora Sara Netanyahu? Quiero decir, por el amor de Dios, ¡soy la maldita primera dama de Israel!

Bibi le hace un gesto para calmarla; él no quiere que esta conversación se convierta también en tema de los medios.

Bibi: Sárale, oye por favor... ¿cuántas veces tengo que decírtelo?, no eres la primera dama de Israel.

Sara: Pero ¡lo soy!, ¡lo soy!! ¿Acabas de hacer un gesto para que me calme? ¿Es eso lo que acabo de ver?

Bibi: Sárale, tranquila mi amor...

Sara: ¡No, cálmate tú! Su voz comienza a adquirir ese sonido chillón, parecido al de las ratas de alcantarilla en las películas de Indiana Jones.

Bibi: Sárale...

Sara: ¡Esa Tara tiene suerte de que no le tiré un zapato como hice con Lilian!

Bibi: Lo sé, mi vida, lo sé; ella es muy afortunada. Realmente lo es.

Sara: Y te diré algo más, Bibi... Mejor que te cuides. La última vez que alguien trató de hacerme callar así, las cosas no terminaron nada bien.

Bibi: Lo siento Sárale...

Bibi se da cuenta que ahora ella pasa su dedo índice por el borde del tacón, una y otra vez. De repente, se siente como si estuviera deshidratado.

Sara: ¡Tienen que aprender a respetarme, Bibi; tienen que hacerlo! ¡Ahora todo el mundo piensa que estoy loca!

Bibi no sabe cómo reaccionar frente a esta última declaración, así que prefiere guardar silencio por un segundo. Pero inmediatamente se da cuenta de que esto podría interpretarse como un tácito consentimiento (lo cual fue, por supuesto), por lo que decide lanzarse ágilmente a buscar palabras propicias como sólo él sabe. ¡Cualquier palabra! ¡Lo que sea!

Bibi: Lo sé, lo sé. Mira, yo me encargo de todo...

Sara: ¿Cómo, mi amor?

Bibi: Le conté a Barak sobre el asunto; dijo que lo arreglará.

Sara: ¿Nuestro Barak?

Bibi: Sí querida, nuestro Barak.

Sara: Me encanta saber que tenemos amigos como él, Bibush.

Bibi: A mí también, dulzura; los amigos del ejército son los más fieles.

Sara: También me enorgullece tener maestría en psicólogía infantil. ¿A ti también, Bibush?

Bibi: Sí, Sárale. A mi también. Es maravilloso...

Sara (alzando la voz): Me gustaría que la gente, al menos, me respetara por eso, ¿sabes? Quiero decir, si no pueden respetarme por eso, entonces, no sé, ¡que maduren! ¿No? ¡Si no que se vayan a la mierda! ¿Verdad, Bibush?

Bibi: Sí, Sárale; lo que digas...

Sara: Quiero decir, ¡soy una maldita psicóloga infantil, Bibi! ¿Es que no lo saben? ¡Yo soy inteligente! ¡Lo soy!

Bibi: Sí, cariño, eres muy inteligente; muy muy inteligente.

Sara: ¡No empieces conmigo tú también!

Bibi: ¿Qué? Estaba diciéndote que estoy de acuerdo contigo, Sárale, cálmate...

Bibi siente que se deshace en sudor. Ha decidido hacer cualquier cosa que esté en su poder para no prolongar este berrinche no más de cinco minutos. Sin embargo, ella levanta su zapato con su tacón apuntando hacia él. Los guardias de seguridad entran en estado de alerta

Sara (a los gritos): ¡Y no me llames Sárale! ¡Llámame señora Sara Netanyahu!

Bibi: ¡Sí, señora Sara Netanyahu!

Ella apunta...

Sara: ¡Bien! Ahora, quiero oírte practicar esas respuestas que te escribí para cuando Hillary Clinton te visite la próxima vez.

Bibi: ¡Sí, señora Sara Netanyahu!

Bibi se cubre la cara con las manos, esperando el momento en que el zapato estalle como un Qassam sobre su rostro. Suena el teléfono. El Jefe del Estado Mayor de Tzáhal solicita autorización para bombardear objetivos de la Yihad Islámica en Gaza.