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Paysandú y Rawalpindi

Salmaan TaseerEn protesta contra el alevoso asesinato antisemita de David Fremd, se realizó el domingo 13 de marzo una marcha silenciosa que, según la estimación del diario uruguayo «El Telégrafo», convocó a más de 8.000 ciudadanos de Paysandú.

Con velas encendidas y bajo el lema de «Convivencia en Paz» los sanduceros expresaron su solidaridad con la pequeña colectividad judía en Paysandú que apenas reúne a unas 20 familias.

El asesinato conmovió a todo el país, lo que se expresó en las condenas de los medios y en las múltiples reacciones de diferentes actores sociales, comenzando por el propio presidente de la república, Dr.Tabaré Vázquez.

Sin duda, el atentado en Uruguay y precisamente en Paysandú, el departamento del país con la tasa más baja de criminalidad y violencia, sorprendió como un hecho insólito. Pero no fue insólita la reacción del país, ya que Uruguay tiene una vigorosa tradición democrática y se construyó con el aporte de varias generaciones de inmigrantes de diferentes orígenes. Lamentablemente en el mundo, los países como Uruguay, son una minoría.
      
En otra ciudad, a muchísimos kilómetros de distancia, hubo una gran manifestación de protesta por otra muerte en la misma semana. Se trata de Rawalpindi, la ex capital de Pakistán, una ciudad que tiene tantos habitantes como Uruguay entero. El motivo de la muerte no fue un asesinato sino el duro cumplimiento de una sentencia judicial cinco años después del crimen: fue ahorcado el asesino del gobernador de la importante provincia de Punjab, Salmaan Taseer.  

El dirigente asesinado quería anular la infame ley de blasfemia, que es utilizada por la mayoría sunnita para aterrorizar a las minorías religiosas.

El asesino, un ex guardaespaldas del gobernador,  era un claro representante de fuertes grupos religiosos. Al día siguiente, 5 de enero de 2011,  el diario británico «The Guardian»  tituló: «Las principales organizaciones religiosas aplauden el asesinato de Salmaan Taseer».
          
Dos meses más tarde otro político liberal, Shabaz Bhattí, el único ministro cristiano en el gabinete, fue asesinado.
           
En Occidente ya hace unos cuantos siglos que la religión no practica el asesinato en nombre de la fe, Pero no sucede así en los 57 países de la Conferencia Islámica. Es muy simpático decir que todas las religiones monoteístas quieren la paz, la fraternidad y la convivencia armónica entre los diferentes credos. Lamentablemente no es así.  La consigna básica del islam es una división hostil  del mundo entre fieles e infieles. En los períodos más calmos esta consigna solía ser disimulada u olvidada. Pero en las últimas décadas, el islam, una religión que siempre tuvo una estrecha relación con la política, se ha radicalizado considerablemente. Las voces moderadas o críticas son acalladas.
         
El 13 de marzo pasado, el escritor pakistaní Aatish Taseer hijo del gobernador asesinado en  2011 escribió un artículo en «The New York Times» bajo el título «El funeral del asesino de mi padre».  

Aatisch estima el número de manifestantes en 100.000 personas y sostiene que fue uno de los funerales más grandes en la historia de Pakistán, similar al de Muhamed Ali Jinnah, el padre de la nación, o de Benazir Bhutto, la ex primera ministra, que fue asesinada en  2007.  

Pero no se trató de un funeral de Estado, sino que fue espontáneo y se realizó sin que los medios de difusión informaran de su realización. Más tarde se pregunta : ¿La gran multitud que salió a la calle lo hizo por odio a mi padre o por amor a su asesino?  Ellos difícilmente podían haber conocido al Sr. Qadri. Lo único importante que hizo en su vida fue matar a mi padre. Antes de eso, era un ser anónimo».
        
«Mientras observé este funeral sin precedentes,  motivado no por amor al muerto sino por odio al hombre que lo mató, reconocí en esa multitud, en Rawalpindi, la actitud militante del islam radical hacia nuestro tiempo. Su energía se derivaba de su reacción contra la modernidad, esa modernidad que mi padre representaba con su condena de las leyes de blasfemia y sus ideas liberales procedentes de Occidente».
       
¿Cambió algo desde entonces en Pakistán, ese enorme país de 170 millones de habitantes? Para encontrar la respuesta, consulté la versión en inglés en Internet en «Dawn», el principal diario del país del 16 de marzo. Entre los principales títulos encontré el siguiente: «Los partidos religiosos reclaman al gobierno que retire la Ley Femenina antes del 27 de marzo». Las primeras líneas aclaran de qué se trata: «Lahore. Los partidos religiosos han advertido al gobierno que retire su propuesta acta anti-islámica de defensa de las mujeres contra la violencia en Punjab antes del 27 de marzo. De lo contrario tendrá que enfrentar un fuerte movimiento de protestas en todo el país. Convocados por Jamat I-Islami, los líderes de 35 partidos religiosos reunidos en Mansura, discutieron la ley y condenaron la política gubernamental que ataca a la Sharía, la Constitución y la ideología de Pakistán».
       
Indudablemente los casos mencionados son tan sólo episodios de una complicada y gigantesca batalla, que se libra en numerosos frentes en un mundo globalizado en el que han desaparecido las fronteras. Y todo indica que será una batalla que habrá de prolongarse por muy largo tiempo.