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Etnias y engaños sexuales en el Estado judío

dec Con conductas similares y sin pretensiones, Yanun Ben Menajem y Sabbar Kashur demostraron que la imparcialidad y ecuanimidad no siempre es el lenguaje predilecto de la justicia israelí.

Aparentemente, también jueces hebreos no pueden liberarse totalmente de esa bochornosa tendencia a una penalización diferenciada de judíos y árabes que a menudo aparece frente a circunstancias semejantes. Los unos con sentencias exiguas, mientras que los otros con largos periodos detrás de las rejas.

A mediados de 2010, Sabbar Kashur, apuesto joven de 30 años con un fluido lenguaje enriquecido de un folklórico lunfardo de Jerusalén, proyectaba una imagen de un atractivo Don Juán con un irresistible poder de seducción al sexo femenino.

Una joven residente de la Ciudad Santa cayó embelesada de los encantos de este galán tal que las interesantes charlas y profundas miradas finalizaron, bajo consentimiento mutuo, en las sábanas de un motel céntrico. El placer no perduró más de ese fugaz encuentro. Todos los idílicos sueños de la joven judía se desmoronaron como castillo de naipes en el momento en que Dudu, el sobrenombre típicamente judío de Kashur, le confesó que no era soltero, sino casado, y, Dios lo perdone, árabe y no judío como aparentaba y había asegurado.

El engaño y la decepción enardecieron el odio y empujaron a la joven a presentar una denuncia en la policía. Ante la sorpresa, Dudu fue detenido y procesado por la fiscalía bajo el cargo de violación y acoso sexual. El Tribunal de Distrito de Jerusalén consideró a Kashur culpable de violar a una mujer judía y lo sentenció a un año y medio de cárcel  al entender que, pese a que la relación fue consentida, el beneplácito se obtuvo con engaños y falsedades y, por lo tanto, no tuvo validez.

«Cuando la base de la confianza entre seres humanos desaparece, especialmente cuando la situación en cuestión es tan íntima, sensible y desafortunada, el tribunal debe mantenerse firme al lado de las víctimas para evitar que éstas sean utilizadas, manipuladas y engañadas» determinaron los jueces. Año y medio más tarde, la Corte Suprema de Justicia confirmó el fallo de violación, aunque redujo a la mitad el tiempo de prisión .

Yanún Ben Menajem fue mucho más audaz que Dudu. Como director de un seminario religioso judío, casado con hijos, este picaflor se convirtió en Yonatón Aharón, soltero, laico, oficial mayor de la reserva del Ejército hebreo, para llevar a cabo una prolongada caza de decena de mujeres que fueron víctimas de relaciones intimas engañosas.

Al igual que su antecesor de Jerusalén, también Ben Menajem fue denunciado por parte de quienes cayeron como trofeo de sus andanzas para terminar acusado en los estrados judiciales. El juez del caso lo consideró culpable con argumentos que son casi un calco del dictamen del caso Kashur. «En el momento de dictar sentencia se debe tener en cuenta la imagen total y el gran número de transgresiones que nos están indicando que se trata de alguien que durante un largo período aprovechó continua y sistemáticamente la confianza de las denunciantes y con argucias logró conducirlas a mantener con él relaciones románticas». El dictamen continua: «También se debe considerar las manipulaciones del acusado frente a cada una de sus víctimas, además del daño moral a quienes le robaron el corazón».

Todo pareciera indicar que se trata de una repetición del caso anterior con la expectativa que la renombrada imparcialidad entre en juego. Lamentablemente el final de la segunda película difiere totalmente de la primera.

En la última acusación ante el tribunal, aparentemente, la fiscalía da a entender que dispone de un tomógrafo sofisticado capaz de detectar intenciones de cerebro y corazón de interrogados y acusados. No en vano, estos expertos investigadores llegaron a la conclusión que el «factor más importante en la conducta de Ben Menajem no era sexo, sino solamente una relación intima. Para acusarlo de violación se debe probar que el objetivo del engaño fue la intención de relaciones sexuales».

Los fiscales del caso se convencieron que se trata de un inocente judío religioso que se vio en la necesidad de engañar para salir de su soledad por medio de charlas íntimas con mujeres. Las relaciones sexuales del caso no fueron la intención y sólo surgieron espontáneamente y por casualidad.

Bajo esta trama, la fiscalía acusó a Ben Menajem sólo de engaño delictivo en el marco de un acuerdo extra judicial. Pese a la rigurosidad de sus argumentos, tampoco el juez pudo liberarse de esa atmósfera compasiva y falta de imparcialidad dictando la irrisoria pena de 4 meses y medio de trabajo para la sociedad.

Si se estaría ante un incidente aislado, muy bien se podría hablar de un tropezón de un sistema investigador y jurídico disciplinado, competente y de prolongada rectitud. Lamentablemente el frecuente zigzagueo de las fuerzas del orden y la jurisprudencia israelí según la pertenencia étnica de los acusados está manchando aquella famosa imparcialidad de la que tanto se jactan los aduladores de Israel.

Seguir aferrándose a la dudosa consigna de ser la única democracia en Oriente Medio es, lamentablemente, consuelo de tontos. No es para enorgullecerse de ser el mejor entre los peores, cuando se es el peor entre los mejores.

Ojalá me equivoque...

[1] «Un árabe a prisión por tener sexo con una mujer a la que dijo que era judío»; La Vanguardia; 20.7.10.

[2] «Redujeron la pena a Sabbar Kashur»; Haaretz; 26.1.12.

[3} «Trabajos para la comunidad a quien se disfrazó de Oficial del Ejército»; NRG; 15.2.16.

[4] «Pena leve a quien engañó para acostarse con mujeres»; Walla; 15.2.16.