Nunca desde el final de la Guerra Fría, hace 25 años, se halló el mundo en un momento más peligroso que esta semana. El derribamiento por Turquía, un país miembro de la OTAN, de un avión caza ruso en la frontera con Siria crea una situación sin precedentes en el mundo posterior a la Unión Soviética.

Lo más probable es que este acto no sea un error, sino la expresión de un objetivo político de alguien: crear un incidente internacional que impida el entendimiento entre Rusia y Estados Unidos a través de Francia en la visita de su presidente a Washington y Moscú.  

Con su crueldad inaudita y su barbarie ignorante de la historia de su propio pueblo, el Estado Islámico (EI) logró la proeza de unir en contra suya a sirios, iraquíes, iraníes,  jordanos, israelíes, franceses, norteamericanos y rusos.

Jamás se vieron todos estos juntos contra un enemigo común. Pero los rusos no están dispuestos a formar parte de una coalición de 65 naciones para ese fin sacrificando al dictador sirio Bashar al-Assad.  
 
Atacar a un avión ruso por supuestamente haber ingresado por unos instantes al espacio aéreo turco en el extremo sur de ese país que entra a Siria, es una acción militar de primera importancia estratégica.

El presidente Putin dijo que el ataque al caza ruso fue en territorio sirio. La declaración de Obama de que Turquía tiene derecho a defender su territorio supone que Estados Unidos sabe dónde exactamente se hallaba el avión cuando fue derribado. Pero el hecho es que eso no se determinó de manera definitiva por el comando nortemaricano en el terreno.
 
El mandatario francés Hollande estuvo en Washington para conversar con Obama las condiciones de la acción conjunta contra el EI. Su próxima escala es Moscú. El mundo entero está pendiente de la respuesta de Putin. Obama insiste en la salida del dictador sirio, Rusia lo respalda.

Tal vez ambos deberían entender la diferencia entre enemigo real y enemigo total.

Estados Unidos y Rusia pueden ser enemigos reales, pero el Estado Islámico es el enemigo total de ambos.