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Bibi frente a los caprichos

Binyamín NetanyahuDe los dos grandes acontecimientos institucionales de peso global sucedidos en los últimos días, las elecciones en Reino Unido y la conformación del gobierno en Israel, el primero parece un viaje sereno, pero el otro es un páramo imprevisible que quedó, razonablemente, bajo la preocupada observación de las potencias.

Las diferencias en cada uno de esos escenarios desbordan las similitudes. En ambos países fue el oficialismo conservador el que renovó su mandato. Y lo hizo por diferencias que sorprendieron pero por el erróneo cálculo de las encuestadoras que derraparon anunciando empates o derrotas que se probaron inexistentes. En el caso británico estaban tan lejos que la victoria que no previeron acabó siendo en términos aplastantes. Pero hasta ahí van las semejanzas.

La consolidación de David Cameron en Reino Unido no promete mayores sorpresas, a excepción del fuerte crecimiento del voto del nacionalismo escocés que seguramente reavivará sus demandas apenas ocho meses después de la derrota en el referéndum independentista. Y habrá que observar hasta qué punto avanza el declamado planteo de una eventual salida británica del bloque de la integración europea.

Difícil. En el resto del panorama, este resultado asegura la profundización de las extraordinarias medidas de austeridad que marcaron al gobierno conservador. Pero, a partir de ahora sin los amortiguadores que imponían tanto aliados liberales como opositores laboristas que quedaron atorados en una derrota arrasadora.

Israel en cambio, está sobre un camino cargado de dudas. El primer ministro Binyamín Netanyahu armó un gobierno tejido con los hilos más delgados imaginables y quedó atrapado en esa debilidad. Es la arquitectura de un castillo de naipes a la intemperie.

En su acrobacia para construir un cuarto mandato consecutivo, Bibi lo garantizó apenas por una banca, 61 sobre 120. Con esa frágil mayoría construyó, sin otras alternativas, un gabinete opaco y oportunista de halcones y ultrahalcones que sobrepondrán inevitablemente sus intereses.

Las negociaciones con los partidos ultraortodoxos significaron ya retrocesos respecto a la distribución de fondos a esas formaciones, beneficios impositivos o la anulación de las leyes del anterior gabinete que castigaban con penas de cárcel a los fundamentalistas religiosos que no cumplieran su servicio militar obligatorio.

Pero eso es sólo el comienzo. Si uno de esos legisladores se levanta de mal humor un día cualquiera obligará a Bibi a ceder a sus caprichos.

Hay algo de gran irresponsabilidad en lo sucedido. Ocurre, además, en una etapa en la cual Israel esta sometido a formidables presiones para cerrar la vetusta crisis con los palestinos, cuestión que ni borronean los socios de Netanyahu en esta aventura. Los mismos que traducen como barbarie y rendición las cruciales negociaciones que las potencias llevan adelante con Irán.

El principal aliado del jefe de gobierno es Habait Haiehudí de Naftali Bennett, quien le aportó las ocho bancas finales para completar las 61. Este dirigente liberal se opone a cualquier alternativa estatal para el pueblo palestino e incluso propuso la anexión de partes de Cisjordania. Pero, apenas horas después de iniciar su nueva gestión, la jefa de exteriores de la UE Federica Mogherini le recordó a Netanyahu por donde va la historia y le pidió relanzar las negociaciones con los palestinos «lo antes posible».

Francia, a su vez, desveló su interés en auspiciar una resolución del Consejo de Seguridad que llame al establecimiento de un Estado palestino. Las potencias quieren terminar con un asunto que estorba la estrategia superior que apunta al Asia-Pacífico y no a Oriente Medio.

Cuando ganó las elecciones parlamentarias en marzo, el líder del Likud no esperaba este panorama. Había triunfado cuando le auguraban un empate o la derrota frente a la alianza de centro Grupo Sionista del laborista Itzjak Herzog y la ex canciller Tzipi Livni. El comicio mostró con claridad que la cuestión de la seguridad esgrimida por Bibi fue un recurso muy escuchado y que la sociedad israelí se reconoce de modo nítido en su giro conservador.

Con la victoria en el bolsillo se suponía que Netanyahu podía armar un gobierno robusto, pero la defección repentina de Avigdor Liberman, su canciller en estos años, lo obligó al tubo de oxigeno de la exigua mayoría.

Es posible que la salida del gobierno de ese polémico dirigente haya sido más una victoria personal que una derrota para Bibi, aún con estos costos. El desencuentro entre estos dos hombres se profundizó hasta la irritación. Liberman llegó a criticar un «insuficiente nacionalismo» del jefe de Estado porque, en su opinión, no avanzaba en la colonización de los territorios palestinos.

Lo cierto es que Netanyahu es quien más impulsó esa provocadora toma territorial y en plena campaña llegó a confesar su rechazo a la solución de dos Estados escandalizando a la Casa Blanca y a media Europa que mantienen como excluyente e intocable esa salida.

La suposición de que Liberman buscó esta colisión para intentar llegar al gobierno apostando a un inevitable desplome de la frágil arquitectura que armó Bibi, parece poco probable. El ex canciller está muy desgastado para intentar un sendero tan empinado. Pero vale recordar que durante la ofensiva militar de 49 días, entre julio y agosto del año pasado, contra Hamás en Gaza, Liberman y el propio Bennett le quitaron su apoyo a Netanyahu cuando amagó con retroceder tras las primeras semanas de bombardeos. Con las manos en el cuello le demandaron continuar con los ataques.

Los ataques en la Franja fueron así, también, el escenario de una despiadada interna política que alumbró ahora. Israel, con este armado, quedó peor que antes. Bennett impuso, incluso, una ministra de Justicia empeñada en recortar poderes de control a la Corte Suprema porque alude, disparatadamente, que el Tribunal tiene un sesgo de izquierda.

De lo que se trata todo esto es de una concepción de país y no la mejor de todas. Es apenas la que imaginan las minorías fundamentalistas en sus juegos pequeños de poder sin que se sepa hastas donde están dispuestas a llegar.

Bibi intentó huir de la trampa que él mismo construyó seduciendo a Herzog para que asuma la cancillería. Pero el líder laborista eludió el sacrificio advirtiendo que este experimento acabará invariablemente estampado «contra una pared». Es tan difícil dudar de ese pronóstico como adivinar lo sombrío de sus consecuencias.