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Lo común

Matza77Como otras festividades del calendario hebreo, también Pesaj recibe varios nombres. Se la conoce como Jag Haaviv (fiesta de la primavera), Jag Hamatzot (fiesta de las matzot) y Jag Hajerut (fiesta de la libertad).

La relación entre libertad y primavera es obvia: florecer, salir a la luz, los frutos que aparecen y se manifiestan en sus colores y aromas… Así, la primavera trasciende su sentido de naturaleza para volverse alegoría de un estado humano histórico y social.

Lo que resulta más difícil de aceptar es la asociación entre libertad y matzá. La matzá nada tiene de primaveral. Por el contrario, su aspecto semeja el árido paisaje del desierto.

¿Cómo podría, ese alimento tan chato, insípido y poco agraciado, representar la más alta aspiración de los pueblos y los hombres? ¿Por qué elegir ese símbolo?

En la noche de Pesaj nos consideramos reyes: comemos cómodamente reclinados frente a una mesa llena de manjares, en contraste con la vianda que los hebreos debieron ingerir de pie y a las apuradas, listos para el éxodo.

Nos reunimos en familia y con amigos, nuestros hijos y nietos juegan y ríen, retozando sin temor. Hemos salido de la esclavitud, y todo parece sencillo y feliz.

Sin embargo, la Torá nos prohíbe ingerir en esos días cualquier alimento jametz, es decir, levado o fermentado.

La abundancia de los más ricos platos que adornan nuestra mesa tiene allí su límite: la matzá, en su humilde aspecto y su pobre sabor, parece acotar el exceso al que puede inducirnos la multitud de delicias y el disfrute embriagador de la libertad.

Pocas semanas antes de Pesaj festejamos Purim, ocasión en que se nos ordena emborracharnos y perder, por un breve rato, la noción del límite. También ese día se celebra una liberación: el pueblo está a punto de ser exterminado por el rey persa Asuero, pero una mujer hebrea, Esther, logra la salvación.

Un día antes de Purim es costumbre ayunar. De modo que entre manjares y ayuno, entre contención y borrachera, se tramita la existencia judía; o más bien, humana.

Tal vez una de las claves para comprender lo que a primera vista parece un contrasentido sea rescatar una noción que atraviesa el texto bíblico, de principio a fin: reconocernos como mortales, finitos, fallidos, incompletos.

No somos dioses - como querían los mitos paganos -, la omnipotencia no nos corresponde. Aún en el momento de mayor éxito, incluso en la hora de los logros más espectaculares, se nos impone el límite que nos recuerda nuestra finitud.

El principal protagonista de la gesta liberadora, Moisés, no aparece mencionado ni una vez en la Agadá, el texto que leemos en Pesaj. Él, conductor del pueblo hacia la tierra prometida, no pudo entrar. Dios le hizo saber que sus días eran contados y que su vida tenía término.

Ni siquiera Moisés fue un héroe, a la manera de los personajes de las mitologías. Su función no fue realizar una épica sino construir una ética. Fue sólo, y nada menos que, un hombre.

La libertad que disfrutamos, más que un hecho consumado, es una tarea interminable. No motivo de soberbia, sino de cuidado y vigilia. Jamás una conquista definitiva, sino una deuda a sostener en el ejercicio diario individual y colectivo. Un llamado incesante a la responsabilidad, un desafío ético y una labor humilde y constante.

Como la matzá, como el desierto, la libertad no siempre es mullida y dulce sino, a veces, inhóspita y dura. Una exigencia infinita de hacernos dignos de ella.

Que sepamos engrandecer y honrar la libertad con responsabilidad y justicia

¡Pesaj Kasher Vesameaj!