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Lenguaje y silencio

marcha401Tomo prestado el título de un célebre libro de George Steiner, fino ensayista y sensible crítico cultural, porque me parece más que oportuno para lo sucedido este miércoles en la Argentina. Recuerdo también el título de un disco (¡qué antigua!) de Simon & Garfunkel: «Los sonidos del silencio».

Algo de eso me resonaba mientras caminaba, lenta y mojada, por Avenida de Mayo junto a cientos de miles de compatriotas. Gente común, gente de todas partes, gente con clara conciencia de estar llevando adelante una manifestación tan emocional como racional.

Ningún rebaño, nadie que tirara de las riendas para llevarnos engañados detrás de ocultos objetivos. Ningún personaje investido ordenando a los aplaudidores entrar en acción. No una masa, sino multitud - en el más pleno sentido spinoziano -, un plural formado de incontables singulares. Un conjunto que no arrasa con las diferencias. Un modo de aunar los deseos sin renunciar a sus rasgos particulares.

Todos, mirándonos en silencio, caminando codo a codo, protegiéndonos unos a otros con los paraguas.

Un silencio hecho de camaradería y solidaridad. Pero amén del silencio, también el lenguaje fue protagonista en estos días con la creación, desde ciertos sectores, de una nueva categoría lingüística: los adjetivos descalificativos.

Según los discursos enunciados por diversos integrantes del gobierno, yo sería un «ellos». Pero me permito aclarar para que nadie se llame a engaño: no soy golpista; no soy antisemita; no soy narco; no soy de derecha; no soy fiscal; no soy oligarca; no soy de ninguna «corpo». No pertenezco a ningún partido opositor. No soy una idiota, ingenuamente al servicio de intereses espurios o de perversos planes destituyentes.

Me niego a aceptar que se me tilde de cualquiera de esas cosas, rechazo enfáticamente que se me cuelgue un letrero degradante o despectivo para anular mi opinión. Me niego a ser empujada a la vereda de enfrente por el solo hecho de tener opinión propia y voz crítica. Me niego a ser catalogada según la lógica oposicional de amigo-enemigo, nosotros y ellos. Me niego a la imposición de camisetas y al binarismo salvaje. Soy sólo - y nada menos que - una ciudadana preocupada.

Ignoro qué otro adjetivo inventarán o me aplicarán - a mí y a tantos otros - para denostar mi participación en una marcha plural y pacífica. Para negar lo evidente y elocuente. Para ironizar sobre mi decisión de acompañar a los deudos del fiscal muerto y compartir el duelo. Para burlarse de mi derecho a expresar el desasosiego que la actual situación del país me causa.

Cuando avanzaba a paso de tortuga por calles atestadas, me invadió una emoción similar a mis épocas de militancia juvenil: el orgullo por el compromiso con una causa, la alegría de hermanarme a muchos que luchaban por una sociedad más justa. La conmovedora sensación de no estar sola. Marchando bajo la lluvia veía a mi alrededor a jóvenes y ancianos, obreros y empresarios, intelectuales y comerciantes, gente de los más diversos oficios y extracciones. Cada uno haciéndose cargo de sí mismo, del respeto a la consigna de silencio, de la verdadera razón de la convocatoria: el homenaje a un fiscal muerto en circunstancias misteriosas.

Una marcha política, sí, en el más alto sentido del término. Porque el acto iba más allá de una cuestión personal: no se trataba de Nisman como individuo, o no solamente, sino del plano simbólico, aquel en el que un fiscal de la Nación es una figura representativa de la justicia y de la protección que las leyes deben darnos a todos.

El duelo por Nisman es el duelo por una ley que parece agonizar. El lamento por la división de la justicia en «legítima» e «ilegítima», donde pareciera que el primer término es idéntico a «oficialista» y el segundo, a «opositor». Peligrosa y tendenciosa sinonimia.

El grito que se escuchó reiteradas veces fue «¡Justicia!». ¿Tiene color partidario ese reclamo? ¿Tiene dueño? El grito unificaba a los diversos y ligaba a los distantes. Nadie en su sano juicio - y valga lo literal de la expresión - puede negarse a tal exigencia. La democracia tiene su base en ese concepto y en su ejercicio cabal. La justicia me concierne y me incumbe, no importa de qué lado esté. Soy una más, una ciudadana de a pie, una argentina involucrada en la marcha, no sólo del 18F, sino de los asuntos de la patria.

No soy «ellos»: soy nosotros, un nosotros que debería abarcar a los cuarenta millones de argentinos.