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Elecciones deshojan margaritas

margaritaLas próximas elecciones anticipadas en Israel deshojan margaritas: me quieren, no me quieren; me quieren, no me quieren. Claramente la mayoría de la población no las quiere, sobre todo cuando casi todos los pronósticos acentúan que no habrían modificaciones importantes en la composición de los bloques parlamentarios.

Dando eco a una sensación generalizada en la sociedad, prácticamente todos los medios y analistas coinciden que se trata de una decisión absurda y totalmente superflua. «Israel se encamina a las elecciones más innecesarias y extrañas  de su historia» titula el diario «Haaretz». Para sus colegas de «Maariv», se trata de «las elecciones que nadie quiere». Inclusive para Dan Margalit, editor responsable del periódico «Israel Hayom», sostén político de Netanyahu, «Es una lástima. Es un paso pésimo para la estabilidad del poder, la economía, la seguridad nacional y la política exterior».

El analista político Eldad Yaniv fue un poco más allá y demandó castigar a los políticos. «No se puede hablar con cortesía. No se puede hablar de los políticos con palabras delicadas. Estas son elecciones asquerosas. Elecciones por nada. Sin ningún motivo. Los políticos piensan que somos idiotas» [1].

Es muy comprensible el descontento e inclusive la irritación popular en contra de un Gobierno que levanta bandera blanca en tan poco tiempo sin haber cumplido ninguna de sus revolucionarias promesas, sobre todo aquellas que tanto afectan a las capas más débiles de la sociedad.

Por el contrario, es inconcebible aceptar un comportamiento en coro de la gran mayoría de los analistas que se refieren a este espectacular desenlace como un accidente o el resultado de una falta de aprecio personal entre los líderes de las facciones principales del Gobierno. Sería un grueso error analítico referirse a decisiones históricas de gobernantes como condicionadas a acontecimientos fortuitos o situaciones circunstanciales involuntarias.

Fuera de la retirada del Líbano con Ehud Barak, en el 2000, y la desconexión de Gaza con Sharón, en 2005, se puede afirmar que los diferentes gobiernos de Israel durante las dos últimas décadas no se quisieron complicar en la toma de decisiones históricamente significativas y básicamente se dedicaron a mantener un determinado status quo eterno. Esta situación no es casual ni caprichosa.

En la práctica, estos gobiernos y ministros no pasaron de ser más que una fachada con apariencia democrática. Si bien ostentaron el titulo de autoridad legal máxima, en realidad carecieron del poder de gobernar de forma autónoma y el dominio de la toma de decisiones quedó en manos de unos pocos grupos de interesantes o alianza de minorías. Con representación parlamentaria mínima, o directamente careciendo totalmente de ella, estos grupos lograron y logran hoy imponer sus posiciones a los legisladores y al Ejecutivo por medio de diferentes y sofisticadas vías de presión.

El primer grupo está compuesto por un reducido número de magnates que en las dos últimas décadas, imponiendo políticas liberales, consiguió acumular fortunas descomunales que le permiten controlar gran parte de la economía nacional. En pocos años, la economía de Israel creció a pasos agigantados, aunque paralela y paradójicamente, una parte importante de la población se empobreció.

El segundo grupo está compuesto por el establishment de seguridad (Ejército, Mossad y el Servicio de Seguridad Interior: Shin Bet). El poderío de todos los sectores vinculados a la seguridad en Israel se sobreponen con facilidad a aquellos vinculados a los civiles con sus inevitables consecuencias a nivel político, social, económico y cultural.

El tercer y más importante grupo que dicta la dirección política de Israel está constituido por una alianza entre el judaísmo religioso ultraortodoxo y el nacionalismo religioso judío. Pese a concepciones religiosas que el pasado los distanció, en los últimos años se unificaron tras el proyecto de una teocracia judía en vez de una democracia israelí junto con un mesiánico programa de colonización civil en Cisjordania con el objetivo de materializar la apropiación del mayor área posible e institucionalizar en un futuro el histórico «Gran Israel».

Estos tres grupos de poder, con propósitos muy distanciados uno del otro, aunque complementarios ocasionalmente entre ellos, fueron los responsables principales de imponer la estrategia de conservar el status quo perpetuo.

El último Gobierno de Netanyahu arribó a una encrucijada cuya única salida como entidad suprema demandaba la toma de decisiones suficientemente revolucionarias como para poner en peligro ese sagrado equilibrio entre los mencionados estratos que controlan los procesos.  

La historia de la política y diplomacia israelí nos demuestra claramente que ante callejones sin salida o disyuntivas difíciles, el liderazgo israelí repetidamente opta por la conocida táctica de ganar tiempo.

La coyuntura actual es un fiel reflejo de dicha situación. El llamado a elecciones anticipadas libera totalmente al Gobierno actual de todo compromiso. Eso significa que, hasta la fecha de los comicios y la futura constitución de nuevo Gobierno, los grupos de poder ya pueden registrar dos años y medios ganados. No sólo eso. El nuevo Ejecutivo comenzaría su cadencia activa justamente cuando el mandato de Obama esté en sus últimos acordes y nada mejor que esperar la coordinación con el nuevo presidente de Estados Unidos. Otro año o dos más en el bolsillo.

Al mismo tiempo, el monstruoso presupuesto de seguridad continuará inflándose con nuevas partidas billonarias, la colonización y apropiación de tierras en Cisjordania proseguirá su ritmo normal, la economía seguirá trepando con los magnates acumulando más riqueza en tanto que las sugerencias de las comisiones para batallar la pobreza y desigualdad distributiva continuarán acumulando polvo en oscuros sótanos.

¿Quién dijo que nadie quiere adelantar las elecciones?

[1] «Castigar a los políticos por elecciones innecesarias»; E. Yaniv; Walla; 2.12.14.