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Cinco para las doce

clockPrimero fue el nuevo Gobierno sueco, que reconoció a un Estado palestino. Después vino el Parlamento británico, que en una votación impuesta por los diputados laboristas este lunes, se declaró a favor de ese mismo reconocimiento.

La decisión del Gobierno sueco no es improvisada ni llega en el vacío. Su nueva ministra de Exteriores, Margot Wallström, fue comisaria de la Unión Europea (UE) y conoce perfectamente cuál es la posición comunitaria en dicha cuestión y cuáles son las consecuencias de esta decisión unilateral por parte de Suecia.

Algo parecido se puede decir del Parlamento británico. Reino Unido no sólo es uno de los países que más apoyaron a Israel en las últimas décadas, sino de los más sensibles ante el terrorismo yihadista. Que la oposición de un Estado miembro permanente en el Consejo de Seguridad, se sume a esa demanda de reconocimiento unilateral es todo un reflejo de cómo se le están agravando las cosas al Gobierno israelí.

Israel siempre vivió bajo una amenaza existencial. Primero fue la hostilidad de sus vecinos árabes, empeñados en negar su existencia, para lo cual no dudaron en recurrir a la guerra. Luego fue el terrorismo de Al Fatah, Hezbolá, Hamás, Yihad Islámica y demás organizaciones radicales, que sembraron el Estado hebreo de atentados suicidas con miles de muertos y heridos.

Más tarde, fueron las palabras del ex presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, negando el Holocausto, amenazando con borrar a Israel del mapa y procediendo a desarrollar un programa nuclear militar.

Pero mientras que Israel derrotaba militarmente a sus vecinos, bloqueaba a los terroristas con una serie de vallas de seguridad y lograba que la comunidad internacional - China y Rusia incluidas - se uniera para forzar a los iraníes a suspender su programa de enriquecimiento de uranio, obviaba cómo el apoyo internacional se iba agotando hasta prácticamente acabarse.

El operativo «Margen Protector» contra Hamás en Gaza, con el enorme balance de víctimas civiles que dejó tras de sí (más de 400 niños), fue la gota que rebasó el vaso de la paciencia de muchas cancillerías europeas y del Departamento de Estado norteamericano.

Los gobiernos europeos y la administración estadounidense están hastiados de tener que defender lo indefendible. Al enojo con Israel por su política intransigente se suma ahora la reanudación de los asentamientos, la expropiación de tierras en Cisjordania, las provocaciones de los ultranacionalistas mesiánicos en Jerusalén y el intento de imponer la ley estatal sólo a civiles judíos residentes en territotios donde las normas que rigen son las órdenes del Ejército hebreo, una medida que muestra la impunidad de Netanyahu y de sus socios en el Gobierno, convencidos de haberle tomado la medida al mundo y de poder manejarlo a su antojo.

En todas estas idas y venidas, Bibi olvida lo esencial: La pérdida de legitimidad internacional es más peligrosa que todas las amenazas existenciales. En la mente de muchos, Israel ya hace tiempo que, en su trato con los palestinos, cruzó la línea que le sitúa del lado de regímenes como la Sudáfrica del apartheid.

Ahora, esas actitudes, críticas en privado pero silenciosas en público, van emergiendo, conociéndose y convirtiéndose en políticas de reconocimiento unilateral a un Estado palestino.

Instalados en una falsa sensación de seguridad, Netanyahu y su Gobierno no parecen percibir el cambio en la percepción de la opinión pública y sus consecuencias. Pero lo cierto es que son cinco para las doce. Si siguen así, Israel acabará siendo un Estado paria, aislado y detestado internacionalmente.