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De vuelta a la Edad Media

No hay duda de que la aldea global tomó nota de la moda de decapitar, propia de la Edad Media, pero ahora en manos de las redes sociales del siglo XXI replicando los actos de terror de los grupos yihadistas que hacen furor en Internet.

El Estado Islámico reinició su raid con el asesinato a sangre fría del periodista estadounidense-israelí Steven Sotloff, quien se encontraba cautivo de ese grupo desde hacía un año, luego de ser secuestrado en Siria. Tiempo atrás fueron difundidas las imágenes de una similar ejecución del reportero norteamericano James Foley.

Las decapitaciones y las crucifixiones, los juicios fugaces y las ejecuciones sumarísimas, la tortura y el esparcimiento de cuerpos desmembrados por doquier son señales que el grupo terrorista Estado Islámico le envía al mundo entero a lo largo de muy pocas semanas.

El Estado Islámico hace gala de un primitivismo furioso, el que combina con una extraordinaria idoneidad en el manejo de las redes sociales, los hashtags, el twitter y los foros propios, de Facebook y de las cuentas de cientos de miles de individuos anónimos, entusiasmados con esta incomprensible bestialidad.

La carta de presentación de este particular grupo terrorista es tan antigua como el propio mundo, pero resulta novedosa en el siglo XXI, cuando la aldea global se jacta de su sofisticación, de su inteligencia artificial, de sus softwares aplicativos, de sus drones, de sus satélites y de los miles de adelantos que hoy sorprenderían al mismo Julio Verne.

Desde el profeta Mahoma y sus sucesores en el Califato, durante siglos se consideraron «Estados Islámicos» a aquellos países cuyos códigos o cuerpo de derecho respondiesen a la sharía - ley islámica - que, a diferencia del Corán, no es un dogma indiscutible. Por el contrario, la sharía es materia interpretativa por ser fruto de la tradición y no emanación directa del Profeta. Se interpretan, a través de ella, los criterios morales, las normas de culto, el código aceptado de conducta y las reglas, en general bastante estrictas, que diferencian lo que está bien de aquello que está objetado. No incluye sólo la orientación de la religión, sino que rige también los actos cotidianos, muchos de ellos sometidos a rígidos tribunales de justicia.

La denominación «Estado Islámico», respetada por siglos, se alteró en 2003, cuando tomó ese nombre un grupo terrorista próximo a Al Qaeda en épocas de la invasión a Irak, que fue responsable de miles de muertes durante el conflicto y que se radicalizó mucho más a partir del estallido de la guerra civil en Siria.

En 2014, el grupo se independizó de Al Qaeda e inició acciones autónomas que se destacaron por la violencia demencial basada en una estrictísima interpretación de las leyes del islam.

Autoproclamado el Califato, con soberanía sobre un basto territorio en Siria e Irak, los fanáticos liderados por Abu-Bakr al-Baghdadi buscaron expandirse hacia los Estados que circundan la región, incluyendo obviamente a Israel, arrasando con cualquier otra expresión de fe que se aleje de su fanatismo.

¿De qué manera el «Estado Islámico» logró la atención mundial, incluso opacando el gigantesco aparato militar y propagandístico de Al Qaeda? Lo hizo de una manera horrenda y salvaje, pero bastante económica en términos de recursos materiales. No precisó de una infinita logística, de años de operaciones de inteligencia, ni de infiltrar espías en territorio enemigo, como tampoco de inversiones extraordinarias, para lograr su propio 11-S. Su preeminencia en las noticias internacionales nació de escenas propias de películas de terror clase B en las que se exhibe una crueldad insoportable, promoviendo asimismo ese morbo tan conocido en la especie superior de la naturaleza, es decir, nosotros los humanos.

La perplejidad es común, tanto en funcionarios de máximo nivel como en expertos en terrorismo, incluso en el público en general, al observar ejecuciones perversas como la de Foley. Esa perplejidad incluye también la confirmación de la nacionalidad británica del verdugo y el reconocimiento de que miles de jóvenes europeos occidentales son seducidos por la Yihad de Oriente Medio, donde combaten a favor de la instalación del Califato Islámico. Su conversión, posterior fanatización y radicalización extrema son producto de un trabajo de años sobre inmigrantes de tercera o cuarta generación, desilusionados de Occidente y, en general, con la peor de las características de todo converso, como es redoblar la apuesta, buscando la aceptación de aquellos responsables de su nueva identidad.

Mientras las redes se inundan de cabezas decapitadas, de niños que juegan con ellas y de individuos que desafían el mínimo decoro por la humanidad entre miembros seccionados, quizás Adbel Majed Abdel Bary resuma en su persona las máximas preocupaciones que hoy desvelan a los gobiernos y a los servicios de inteligencia occidentales. Él es el sospechoso sindicado por la inteligencia británica de la brutal muerte de Foley. Él es quien pronuncia en perfecto inglés la frase «ya no luchan contra una insurgencia, somos el Ejército Islámico». Bary es un joven de 23 años, ex cantante de rap y con domicilio en Londres, que se radicalizó abandonando la ciudad y su futuro musical por amor a Alá. Resurgió en Siria y hoy su rostro recorre el mundo como el responsable del brutal asesinato.

Este ejemplo es uno entre miles. La crueldad extrema descripta aumenta la capacidad de reclutamiento en el mundo árabe, pero también en las comunidades musulmanas que viven en Occidente. Hay una atracción adictiva en esta situación que bordea la locura y es posible imaginar, entre otros, dos escenarios probables.

El primero es que esos miles de jóvenes europeos y de otros países desarrollados, luego de su peregrinar por Irak, Siria y otros estados radicalizados, vuelvan a sus países, de los cuales son nativos, fanatizados al extremo y transformados en potenciales bombas humanas.

La segunda probabilidad es la posible gran debilitación de la resistencia de quienes enfrentan este ataque cruel, calculado y eficaz. Usar el terror extremo tiene mil ejemplos a lo largo de la historia, pero alcanza con citar a los Hunos como patrón de este compoartamiento. Estos nómades de Mongolia iniciaron una migración hacia el Oeste a órdenes de su líder, Atila (453). Eran tremendamente feroces, estaban habituados a combatir montados y arrasaban todo a su paso, al punto de provocar grandes migraciones, ya que por su fama y violencia hacían huir a poblaciones enteras que no les presentaban batalla. Ellos, como tantos otros dispuestos absolutamente a todo, lograron en determinado momento cambiar el destino del mundo en que vivían.

Hoy, la desesperanza, el odio, la mística del martirio religioso y la búsqueda de la redención acercan a muchos a unirse a la Yihad en la convicción de poder general el cambio radical de sus destinos, dejar de ser uno mismo para formar parte de un todo cuyo proyecto es salvar el mundo. Mientras muchos otros millones que deben enfrentarlos les temen más allá de la propia razón.

¿Cómo combatir este monstruo de mil cabezas que tanto se parece a la mitológica y despiadada Hidra? Ese es el verdadero desafío para el que los principales líderes mundiales aún no tienen respuesta.