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Siria: Abuntantes opiniones, ninguna solución

Me enteré de este flamante volumen dedicado a Siria por un entusiasta artículo del columnista del diario libanés «The Daily Star», Rami G.Khouri. Se trata de un libro de 285 páginas titulado «The Syria dilemma» (El dilema de Siria) y fue publicado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts en su serie «Boston Review» siendo sus editores el director y el subdirector del nuevo centro de Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Denver, EE.UU, Nader Hashemi y Danny Postel.

En esta era de internet, fue muy fácil comprarlo vía Amazon y leer casi de un tirón sus 21 breves ensayos, a cargo de analistas políticos, funcionarios vinculados de una u otra manera con Oriente Medio, periodistas y académicos.

Parte de los artículos proceden de un simposio realizado en Denver, otros fueron escritos especialmente para este volumen, mientras los restantes fueron tomados de conocidas publicaciones internacionales.

En su artículo de introducción, ambos editores ponen en claro la situación en el momento en el que el libro salió a la venta, en noviembre del año pasado. Comienzan señalando que «los campos de la muerte de Siria se están asemejando a los de Bosnia. Según la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, hubo 92.901 víctimas mortales entre marzo de 2011 y abril de 2013, incluyendo 6.261 niños. Casi 2 millones se escaparon del país y 4.2 millones  han sido desplazados en el interior del mismo.

Hacia setiembre de 2013 la estimación de muertos era de 120.000 y la cantidad de refugiados se calculaba en más de 3 millones.
         
Luego de señalar las duras condenas de personalidades internacionales, los editores recuerdan que las matanzas han sido detalladamente documentadas por organizaciones como Amnesty International, Human Rights Watch y la Comisión Internacional independiente sobre Siria. El Premio Nobel Desmond Tutu, hablando en nombre de un comité de notables, señaló que «todos estamos avergonzados por el sufrimiento sirio».
         
Pero el gran problema es que no existe ningún consenso sobre lo que  se podría o debería hacer para detener el conflicto. Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea y los países de Oriente Medio no tienen ideas muy claras sobre cómo poner fin a las hostilidades.

Kofi Annan renunció al cargo de representante de la ONU y la Liga Árabe, frustrado por no poder lograr el menor avance hacia una paz negociada. Su sucesor, Lakhdar Ibrahimi, ha estado exasperado del mismo modo y ha amenazado en repetidas oportunidades con renunciar.
       
Los editores explican con acierto que si bien el conflicto tuvo su origen en la política doméstica siria, es decir, en la corrupción, el nepotismo, el amiguismo y la represión durante los 42 años de reinado de la familia Assad, sus dimensiones regionales e internacionales son mucho más complejas.

Para Rami G.Khouri, en su comentario sobre el libro, existen por lo menos 10 diferentes conflictos simultáneos así como confrontaciones históricas en la región que han estallado al mismo tiempo: el origen estuvo en un choque entre ciudadanos sirios amantes de la libertad y su estado dictatorial. Pero pronto se superpusieron muchos otros antagonismos en el actual Oriente Medio, como el de árabes contra iraníes, kurdos contra árabes, árabes contra israelíes, sunnitas contra chiítas, islamistas contra seculares, monarquías árabes conservadoras contra islamistas iraníes y árabes, pro-norteamericanos contra pro-rusos y, más recientemente, militantes salafistas árabes y extranjeros vinculados a Al Quaeda contra todos los demás.
         
El primer dilema es ¿intervenir o no? El segundo, ¿en caso de intervenir, cómo?  La respuesta a ambas preguntas ha sido una diplomacia ineficaz que no impide que las matanzas prosigan y el desastre humanitario alcance dimensiones catastróficas.  Como lo explican muy gráficamente los editores en su breve comentario de contratapa: «El legado de la sangrienta y costosa intervención en Irak dejó a los líderes políticos con muy pocas ganas de volver a complicarse en operaciones militares»
           
Aún así, hay entre los panelistas quienes piensan que el mundo debe intervenir militarmente a pesar de todo. Shadi Hamid sostiene, por ejemplo, que cuando llegue el momento, la incapacidad o el rechazo de la administración a actuar militarmente en Siria será recordada como uno de los mayores errores estratégicos y morales de las últimas décadas.

Sin embargo, nadie en la conferencia sugirió que es posible encontrar una solución pacificadora eficaz a corto plazo. Con ello, la tónica dominante del simposio fue el activismo y no la pasividad. El veterano político norteamericano, Richard Falk, después de estudiar todas las opciones incluyendo la intervención armada, llegó a la conclusión de que no hay alternativa a la diplomacia; eso sí, una diplomacia mucho más dinámica, más imaginativa y más osada que la actual.
         
El brillante periodista y ex político canadiense, Michel Ignatieff, hizo una interesante comparación entre las guerras de Bosnia y Siria. Ignatieff escribió que cuando el orden estatal colapsa, como lo hizo en la Yugoslavia de la década del '90, y como sucede ahora en Siria, el caos subsiguiente desencadena un temor existencial entre todos los grupos que hasta entonces se amparaban bajo la protección del Estado. La respuesta que sunnitas, alawitas, cristianos, druzos y chiítas dan al interrogante ¿quién va a protegernos? Es obvia: nosotros mismos. Ignatieff tiene la audacia de plantear una hipótesis que subyace en las intervenciones de otros panelistas pero que no se atreven a formular con claridad. Simplemente expresa dudas sobre la posibilidad de supervivencia de Siria como país luego de que de un modo u otro termine el presente conflicto.
     
Un testimonio particularmente importante en el libro es la voz de los activistas en el interior de Siria recogida por Afra Julabi. Obviamente refleja un amplio espectro de opiniones. Por ejemplo, Mufid, un ingeniero de Daraya, un suburbio de Damasco, que integró un grupo no-violento desde su juventud, rechaza la lucha armada por la sencilla razón de que desde que entraron en el juego de las armas se entremetieron los factores externos que las proporcionan y la revolución pasó a ser secuestrada por otros fines que la conquista de la democracia. Tanto para Nicola, un cineasta cristiano como para Homan Haddad, un periodista alawita, «el grupo más sectario es el régimen de Assad, mientras en el bando rebelde el sectarismo es sobre todo una reacción». Emmad Alabar, también procedente de Daraya, pero ahora radicado en Francia, está a favor de una solución impuesta por parte de la comunidad internacional. Aunque admite que no va a conformar a muchos, «creo que cualquier otra alternativa será peor», expresó.

El artículo finaliza sugestivamente con este comentario: «La nota de tapa del 'Economist' del 23 de febrero de 2013 llevaba el título 'Siria: la muerte de un país'. Un título más apropiado hubiese sido 'Siria: un país traicionado'».
         
Anne Marie Slaughter formula una propuesta que ya había planteado previamente en un artículo de «The New York Times»: que la Liga Árabe y Turquía provean de armas anti-morteros y anti-tanques a las ciudades sirias dispuestas a declararse «zonas libres de guerra». Como respuesta anticipada a los múltiples objeciones que podrían plantearse a su idea, la autora aconseja a sus eventuales críticos que propongan un plan propio o se resignen al status quo actual.
         
Stephen Zunes propone movilizar apoyo internacional a una insurrección civil desarmada en Siria, pero no termina por explicar muy bien cuáles son sus posibilidades de éxito frente a dos bandos que tienen armas muy abundantes y no están en absoluto dispuestos a renunciar a ellas.
         
Mary Kaldor sugiere dejar de lado los aspectos políticos y estratégicos de la guerra de Siria porque son insolubles y concentrarse en la ayuda a los civiles. Su planteo, basado en consideraciones prácticas, hace hincapié en el apoyo a los consejos administrativos locales y en la colaboración para hacer funcionar los servicios básicos.
         
En cambio, Charles Glass no desespera de la posibilidad de influir sobre los factores externos que arrojan aceite a las llamas y cree que no es imposible convencer a rusos e iraníes a que se unan a un embargo total del envío de armas al Gobierno de Damasco y a todos los grupos beligerantes en Siria.

Mucho menos optimista es Rafia Jouejati, quien condena amargamente la impavidez de la comunidad internacional frente a las repetidas violaciones de Assad a sus promesas hechas a los mediadores internacionales.

Mientras Marc Lynch reclama hacer todo lo posible para impedir más envíos de armas a todos los involucrados en el conflicto, el alemán Christoph Reutter hace un vehemente alegato contra la pasividad. La inacción, a su juicio, llevará a la pesadilla de un país totalmente destruido, con 6 millones de refugiados, con una guerra civil que se extenderá a Líbano y que proseguirá con un círculo vicioso de venganzas y represalias.
           
Fareed Zakaria, el lúcido editor de la revista «Time», aboga por alguna clase de entendimiento político entre los distintos grupos étnicos de Siria como única fórmula de pacificación. En su opinión, si se logra un pacto político de esta clase, hay esperanzas para el futuro. Si esto no resultara posible, ni una ayuda norteamericana a los rebeldes ni una intervención directa de Estados Unidos, cambiará gran cosa. Siria seguirá el camino de Líbano e Irak, una larga y sangrienta guerra civil.
          
Vali Nasr ataca la política abstencionista del presidente Obama y señala que la marginación voluntaria puede tener un precio mayor en términos de influencia que  una eventual intervención armada.

Con una filosofía similar, Nadel Hashemi requiere ayuda de la comunidad internacional para sacar del poder al régimen de Assad, que considera una precondición indispensable para la paz.
          
En el artículo que cierra el libro, Thomas Pierret ataca la tesis de que Assad es el «mal menor» frente a los islamistas. Por el contrario, argumenta que la idea «mejor Assad que los islamistas» significa en los hechos tener que lidiar con ambos. El articulista sostiene que la ausencia de una intervención internacional dejó el terreno libre a los salafistas. Por otra parte, para probar que los grupos moderados han sabido beneficiarse del apoyo de sus aliados árabes y occidentales, señala que la importante afluencia de armas desde Croacia, a fines de 2012, fortaleció significativamente a sus filas y les permitió obtener algunos éxitos militares nada desdeñables.
    
Significativamente faltan en el libro análisis de las actitudes de la prensa y la opinión pública frente al conflicto. A ninguno de los panelistas, por ejemplo, se les ocurrió estudiar el extraño fenómeno de que el ex presidente norteamericano, George W. Bush, haya pagado un altísimo precio por derrocar a un terrible dictador como Saddam Hussein sin medir debidamente las consecuencias, mientras los autócratas de Rusia y de Irán no pagan precio alguno por dar apoyo irrestricto a otro dictador no menos cruel y por prolongar indefinidamente con su intervención la terrible agonía del pueblo sirio.