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Fanatismo y economía

La ola de furor islámico se ha tranquilizado después de dejar un saldo de más de 50 muertos, la mitad de ellos en Pakistán. También fue un jerarca pakistaní, el ministro de Ferrocarriles, quien instituyó un premio de 100.000 dólares a quien ajusticie al autor del video ofensivo contra el Islam.

La famosa «fatwa» instituida por el Ayatolá Jomeini contra el escritor Salman Rushdie parece haber sido tomada como modelo indiscutido. A todo aquel que se atreva a hacer críticas desagradables y muy notorias contra el Islam se le asegura una vida miserable… si su asesinato no resultara factible.

Hubo manifestaciones en todos los países islámicos y en algunos occidentales. Las más violentas se produjeron en Libia, donde fue asesinado el embajador norteamericano Christopher Stevens y otros tres funcionario,s y en Túnez, Trípoli, Jartum y El Cairo.

En Túnez murieron tres manifestantes y hubo varias docenas de heridos, fueron incendiados vehículos de la embajada y la escuela norteamericana fue asaltada y robada.

En Jartum, las embajadas de Estados Unidos y de Alemania fueron asaltadas y las fuerzas de seguridad no se molestaron en intervenir. Los manifestantes colgaron una bandera islámica negra con la inscripción: «No hay otro Dios que Alá y Mahoma es su profeta».

Estados Unidos envió marinos a defender sus embajadas en Oriente Medio, primero a la capital libia y luego a Sanaa, la capital del Yemen, donde hubo repetidos intentos de manifestantes de tomar la embajada.

En algunos países, como Jordania y Qatar, las protestas tuvieron carácter pacífico. Hubo intentos de manifestaciones espectaculares como el de algunos islamistas radicales en Egipto de organizar una marcha de un millón de personas que terminaron pobremente. Sólo unos pocos centenares llegaron y fueron detenidos algunas cuadras antes de la embajada por las fuerzas de seguridad.

En el Sinaí, islamistas militantes atacaron un puesto de Naciones Unidas e hirieron a dos soldados colombianos.

En Occidente la manifestación más violenta se registró en Sidney donde seis oficiales de policía fueron heridos. Asimismo hubo manifestaciones en Toronto, Londres y Jerusalén.

Como era de esperar, no faltó la reacción occidental en defensa de la libertad de crítica, particularmente de medios de difusión independientes y de caricaturistas políticos. Pero también algunos islamistas parecieron comprender que las cosas fueron demasiado lejos.

Algunos imanes influyentes, entre ellos el Mufti de Egipto, Ali Gomaa, condenaron la violencia al mismo tiempo que censuraron el video de la discordia. El presidente egipcio Mohammed Mursi, luego de varios días de silencio y pasividad después del primer ataque a la embajada norteamericana en El Cairo, criticó la violencia en términos inequívocos. Mursi dijo que «el Islam obliga a preservar la vida y la tranquilidad de sus huéspedes extranjeros» y condenó el asesinato del embajador norteamericano en Libia diciendo que era peor que un «ataque a la Kaaba» (alusión al sitio más sagrado del Islam en La Meca).

En Estados Unidos, la conducta de las nuevas autoridades en El Cairo no pasó desapercibida. El presidente Obama puso en duda que Egipto fuera un aliado de EE.UU y una encuesta de Gallup señaló que un 42% de los norteamericanos está a favor de una reducción drástica de la ayuda a ese país y un 29% exigía su eliminación completa.

Por lo demás, las preocupaciones en Occidente respecto al futuro de la democracia en los países árabes parecen cada día más justificadas. En El Cairo se habla de «ikhwanización», un término derivado del nombre en árabe de la Hermandad Musulmana. No sólo que ingresaron al aparato estatal en los más diversos niveles militantes de la organización musulmana, sino que también dominan el comité encargado de redactar la futura Constitución egipcia.

El reciente nombramiento del nuevo ministro de Información, Salah Abdul Maksud, un militante de la Hermandad, ha sido visto en los círculos periodísticos como un claro intento de dominar todos los medios de difusión que dependen del Estado.

Pero los islamistas parecen entender que existen límites en su capacidad de desafiar a Occidente. Egipto tiene un enorme déficit presupuestal y una alta tasa de desempleo; entre 13% y 19%.  Muchos egipcios acaudalados sacaron sus fortunas del país y existe un gran malestar social porque los sueldos están considerablemente retrasados en relación al costo de vida. El turismo, que solía emplear un 15% de la mano de obra del país y era una importante fuente de divisas está muy lejos de haberse recuperado de la caída de la industria que se produjo con la revolución.

El slogan «El Islam es la solución» sirvió para obtener los votos de grandes masas incultas para la Hermandad Musulmana pero difícilmente resulte útil para dinamizar la economía de un país de más de 82 millones de habitantes.