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La tormenta palestina

El Septiembre palestino constituye un desastre palestino-israelí. Israel tomará medidas unilaterales en represalia y los palestinos acudirán a la Haya. El tren abandonó la estación; pero ahora que todos saben que su destino es el abismo, nadie puede ya detenerlo.

La imagen se va aclarando. La primavera árabe es un desastre árabe. En los próximos años no habrá ninguna democracia en Egipto: sus alternativas serán el caos, la dictadura islámica o la dictadura militar. En los próximos años tampoco habrá democracia alguna en Siria. Allí, las opciones disponibles serán un baño de sangre, una dictadura alauita o una dictadura sunnita.

La misma situación se verificará en Jordania: ninguna democracia gobernará ese país en los próximos años, y se tendrá que elegir entre hachemitas debilitados, los Hermanos Musulmanes o los palestinos. Y lo mismo ocurrirá en el caso de Libia: dentro de unos años, la democracia no será su forma de gobierno; en cambio, sus opciones incluirán la desintegración, el desorden o el despotismo renovado. Tal vez en Túnez solamente se produzca un verdadero cambio positivo.

Pero el resultado final de la primavera árabe es que la vida de cientos de millones de árabes va a empeorar. Más pobreza, más delincuencia, más inseguridad en las calles. Más opresión de la mujer, más persecución de las minorías, más odio a Occidente. Monarquías como la de Arabia Saudita, que logró frustrar la primavera árabe, están volviéndose ahora estados responsables. En contraste, las repúblicas que han sucumbido ante la primavera árabe están convirtiéndose, una tras otra, en estados fallidos; estados contaminados de fanatismo, dedicados a la propagación de la miseria y la creación de una inestabilidad sin precedentes.

Pero la imagen va aclarándose finalmente: El Septiembre palestino constituye un desastre palestino-israelí. El Septiembre palestino fue concebido por dos hombres de Estado europeos: Bernard Kouchner y Javier Solana. Esos dos hombres ingenuos creyeron que si lograban otorgar patrocinio internacional al plan estatal palestino de Salam Fayyad, obligarían a Israel a realizar un acuerdo de estatuto definitivo.

Pero los israelíes no cedieron a la presión. Los palestinos se enamoraron del plan.

El tren abandonó la estación. Pero ahora que todo el mundo se ha dado cuenta de que su destino es el abismo, nadie puede ya detenerlo. El 20 de septiembre dará inicio el debate de la Asamblea General. Probablemente a principios de octubre la Asamblea adopte una resolución destructiva. Según cabe suponer, Israel tomará una serie de medidas unilaterales en represalia, y los palestinos acudirán a la Haya.

Al mismo tiempo, es probable que comiencen a producirse tranquilas y masivas manifestaciones en Cisjordania. Ni Binyamín Netanyahu ni Mahmud Abbás desearán la violencia. Pero el fracaso de ambos mandatarios en la gestión del conflicto ciertamente la provocará. Basta con el asesinato de un solo manifestante. Basta con que una sola célula terrorista judía cometa un asesinato. El aire del otoño habrá de llenarse con emanaciones de gas; una sola chispa bastará para encenderlas.

Tanto Israel como la paz misma están a punto de recibir un histórico golpe diplomático. Pero el palpable efecto inmediato de él será la generación de un incontrolable escenario de enfrentamiento en Cisjordania.

Ahora, la imagen va haciéndose más clara. La combinación de la primavera árabe con el Septiembre palestino podría crear una tormenta perfecta. Como la gran revolución árabe no es capaz de ofrecer una esperanza real, despierta rabia y odio. La primera ola de rabia y de odio se centró en Hosni Mubarak, Muammar Gaddafi y Bashar al-Assad. La segunda oleada se centrará en Israel. Solo habrá débiles y transitorios líderes árabes para hacer frente a esa ola de violencia; todos hallarán grandes dificultades para contenerla.

Por lo tanto, si los palestinos son asesinados a las puertas de Jerusalén, El Cairo, Ammán y Estambul acometerán furiosamente el asalto.

Si la patrulla de alerta de algún asentamiento abre fuego contra los palestinos que deciden avanzar, Oriente Medio se sacudirá.

En este nuevo contexto histórico no hay amortiguadores, ni fuerzas estabilizadoras. Cada incidente aislado puede convertirse de inmediato en uno de tipo estratégico. La tranquilidad pende de un hilo.

Cuanto más clara se vuelve la imagen, más pesimista resulta. Lo que la hace especialmente sombría es el inexplicable comportamiento del gobierno israelí. Netanyahu no parece tener intención alguna de poner en marcha una iniciativa política con el objetivo de moderar la hostilidad árabe, palestina y turca; no se preocupa por tenderle la mano a las naciones y a las masas árabes. Netanyahu está pervirtiendo la alianza con Occidente, y no hace nada por apagar el incendio del puente que lo conecta con el mundo árabe. Insiste en posicionar a Israel de un modo que aumenta enormemente la probabilidad de que resulte afectada por la tormenta.

Es cierto que el gobierno de Bibi no provocó la primavera árabe; tampoco inició el Septiembre palestino. Pero nada ha hecho para evitar lo que puede ocurrir cuando la primavera árabe y el Septiembre palestino confluyan. En lugar de dedicarse a reforzar el hogar nacional judío en previsión del huracán, Netanyahu no hace más que destrozar sus cimientos.

Fuente: Haaretz - 16.9.11
Traducción: www.argentina.co.il