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Una cultura enferma de odio

La cultura árabe musulmana se nutre del odio al otro, al diferente, al infiel, y particularmente al judío. En un mundo que no conoció ni el Renacimiento, ni la Ilustración, ni reformas religiosas genuinamente modernizadoras, la cultura del odio tiene raíces muy profundas .

La espectacular caída de los dictadores en Túnez y en Egipto a comienzos de este año y el surgimiento de una generación árabe joven ansiosa de libertad, modernización y desarrollo, fue recibida con entusiasmo en casi todo el mundo.

El término "primavera árabe" pronto se popularizó en todos los idiomas. Pero el gran entusiasmo despertado por los dramáticos acontecimientos de Egipto, Túnez, Libia, Siria y Yemen, que tuvieron repercusiones en todos los países árabes, pronto comenzó a disiparse. Se evidenció que los grandes ganadores no eran los jóvenes ansiosos de hacer ingresar a sus países al mundo moderno y globalizado, sino las fuerzas más contrarias a la modernización, la libertad de ideas y la interrelación con un mundo abierto y complejo.

En la confrontación entre la universidad y la mezquita, ganó la mezquita. Los dictadores, por supuesto, habían preparado el terreno. Mubarak chantajeó durante años a Estados Unidos con la amenaza: o yo o los islamistas. Pero la represión más dura la reservó a sus opositores seculares mientras dejaba que los islamistas continuaran operando libremente tanto en las mezquitas como en sus redes de ayuda social.

Las primeras elecciones en Túnez y en Marruecos dieron el triunfo a los islamistas considerados moderados. En Egipto todos los pronósticos apuntan a una victoria de los Hermanos Musulmanes. Pero ¡ay! pronto un examen más detenido de la situación evidenció que los moderados no lo son tanto. Por ejemplo ¿Cuál es la principal preocupación de la fuerza política más importante de Egipto? ¿Hacer frente a los problemas económicos acuciantes del país, crear fuentes de trabajo para los millones de jóvenes desocupados, estabilizar la situación del país para recuperar la industria turística? Nada de eso. El sitio en Internet en inglés de los Hermanos Musulmanes mantiene desde el 1 de enero de este año como principal editorial un artículo de Khalid Amayreh titulado "Por supuesto, Israel es el principal enemigo de Egipto", que dice entre otros conceptos: "Es cierto que Egipto, debido principalmente a razones económicas, debió firmar el infame tratado de paz de Camp David, que sólo formalmente puso fin al estado de beligerancia con Israel y el país árabe más grande y poderoso. Pero también es cierto que la vasta mayoría de los egipcios continuó odiando a Israel como una entidad hostil y criminal a pesar de los reclamos y los sobornos norteamericanos para crear una buena química entre egipcios e israelíes".

Este texto, que refleja el antisemitismo de los Hermanos Musulmanes, no constituye ninguna sorpresa. La organización, creada en 1928, nunca ocultó su admiración por Hitler y el régimen nazi en Alemania.

A la luz del fenómeno islamista es comprensible que el apoyo indiscriminado e ingenuo de gran parte de los columnistas liberales y progresistas en Occidente a la "primavera árabe" esté comenzando a tambalear. Un buen ejemplo es el columnista norteamericano liberal Jeffrey Goldberg de la cadena Bloomberg. En un artículo titulado "Elogios a la Primavera Árabe, a excepción del antisemitismo" (28.11.11) se pregunta: "Los árabes se rebelan contra sus líderes ¿qué tiene que ver eso con los "Protocolos de los sabios de Sion"? y luego cita algunos ejemplos inquietantes del uso tradicional del judío como chivo emisario. Entre ellos el de Libia. Muammar Gaddafi era un furioso antisemita que a menudo postuló la eliminación de Israel. A comienzos de su reinado, expulsó a varios miles de judíos (miembros de una comunidad que estuvo en Libia varios siglos antes de la conquista musulmana). Su régimen confiscó propiedades judías, convirtió sinagogas en mezquitas y destruyó cementerios judíos. Sin embargo, algunos de los revolucionarios que lo derrocaron difundieron la versión de que Gaddafi era medio judío y que su régimen sirvió al judaísmo. Una canción popular del género rap que escuchó un reciente visitante occidental en Libia decía "La rabia no va a morir, quien va a morir es Gaddafi, sus partidarios y los judíos".

El dictador sirio Bashar al-Assad es un enemigo declarado de Israel y de los judíos. Él apoya a Hezbolá y Hamás, cuyo objetivo declarado es la destrucción de Israel. Sin embargo, hay sitios en Internet de la oposición siria que hablan de una presunta complicidad entre Assad e Israel. Incluso en Túnez, un país considerado el más moderado del mundo árabe, el líder del partido islamista Ennadha declaró que tiene la esperanza de "que pronto la región árabe se libre de ese germen maligno que es Israel".

Goldberg visitó personalmente Egipto y se encontró con dirigentes de partidos presuntamente liberales que estaban convencidos de que los judíos conspiran para provocar el colapso de la economía egipcia. El candidato presidencial Tawfiq Okasha, dio a conocer en una alocución en la televisión una curiosa teoría. A su juicio no todos los judíos del mundo son malvados. Sólo el 60%.

Un periodista de la BBC, Thomas Dirham, fue atacado en la plaza Tahrir y cuando increpó a su atacante diciendo que esa no es la forma en que los musulmanes reciben a los extranjeros, recibió una extraña disculpa: "Perdone, creí que usted era judío".

Sin embargo, Goldberg, como lo sugiere en el título de su artículo, aún tiene confianza en la primavera árabe y la ve como un fenómeno positivo. ¿Lo es realmente? Hay muchos que discrepan con él, entre ellos el brillante "blogger" norteamericano Daniel Greenfield, quien sostiene que las raíces del antisemitismo en la primavera árabe no derivan de conflictos políticos actuales, ni de Israel o del problema palestino. A su juicio la imagen de los judíos como el enemigo jurado del Islam tiene profundas raíces teológicas y viene de la época en que Mahoma realizó una limpieza étnica de minorías no musulmanas en la península arábica. La sola palabra judío es considerada un insulto en el mundo árabe y ello tiene su origen en el hecho de que los árabes siempre vieron con desprecio a las minorías y los judíos fueron una minoría en el mundo árabe durante muchos siglos.

Greenfield polemiza con Thomas Friedman del "New York Times" porque éste se enteró de que muchos iraquíes llamaban "judíos" a los soldados norteamericanos en Irak y reaccionó escribiendo una columna en la que sostuvo que el conflicto árabe-israelí perjudica a Estados Unidos en su política. Para Greenfield, el célebre columnista del diario norteamericano está totalmente equivocado. Los musulmanes árabes han estado llamando "judíos" a todos aquellos a quienes querían denigrar mucho tiempo antes de que existiera el moderno Estado de Israel.

Greenfield señala que en un medio en el cual florecen las teorías conspirativas, no hay nada mejor para descalificar a un enemigo que atribuirle un origen judío. Es el caso de Kemal Ataturk, cuyo presunto judaísmo constituye una obsesión de los islamistas turcos. Después de todo, si Ataturk es judío no es necesario discutir sus ideas ni su rol en la historia del país. Forma parte de una conspiración siniestra. Estas acusaciones son un arma corriente en la polémica política en el mundo árabe. Recientemente el ministro de Desarrollo del Líbano, pro-iraní, acusó ni más ni menos que a la dinastía real saudita de pertenecer a la tribu judía contra la cual combatió Mahoma en persona.

Lamentablemente la cultura árabe musulmana se nutre del odio al otro, al diferente, al infiel, y particularmente al judío. En un mundo que no conoció ni el Renacimiento, ni la Ilustración, ni reformas religiosas genuinamente modernizadoras, la cultura del odio tiene raíces muy profundas. Y mientras el aferramiento a una cosmovisión del siglo VII siga vigente, el mundo musulmán encontrará la forma de rehuir sus verdaderos problemas. Los culpables siempre serán otros, y en primer lugar, naturalmente, los judíos.