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El espíritu de los líderes

Bibí promete sorprender, pero también es muy probable que Abbás nos sorprenda; simplemente, él no estará de acuerdo, sin importar sobre qué cosa haya que acordar. La principal prueba es la de Obama. Considerando que ya recibió el Nobel de la Paz, por lo menos debería establecerla.

En los seis volúmenes que escribió sobre la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill se pregunta qué habría sucedido si Adolf Hitler hubiera sido finalmente aceptado en la Escuela de Arte de Viena. Otra pregunta hipotética que podría plantearse es qué habría pasado si Neville Chamberlain, y no Churchill, hubiera estado al mando al momento de estallar la guerra en Occidente.

Si nos trasladamos a nuestra propia región, podríamos preguntarnos qué habría pasado si los árabes hubieran aceptado el Plan de Partición de las Naciones Unidas. ¿Habría seguido siendo Israel un estado pequeño, no involucrado en guerras? ¿Y qué habría sucedido si los Acuerdos de Oslo no se hubieran forjado en secreto, concluyendo en su célebre firma en la Casa Blanca, el 13 de septiembre de 1993, en presencia de Bill Clinton, Itzjak Rabín, Shimón Peres y Yasser Arafat?

¿Y qué habría ocurrido durante la celebración de la firma del Acuerdo Gaza-Jericó, en Egipto, en mayo de 1994, si el vacilante Arafat no hubiera tenido miedo de Hosni Mubarak, quien le ordenó: “¡Fírmalo, maldito!"? El líder palestino lo firmó debidamente y todo concluyó en la ceremonia de festejo durante la cual Rabín, Peres y Arafat recibieron el Premio Nobel de la Paz.

En retrospectiva, parece que en sus acciones por la paz, Rabín, Peres y Menajem Beguin se hubieran asegurado de que tanto presidentes como reyes tomaran parte de modo directo. El primer acuerdo de paz entre Israel y Egipto no se habría realizado si Jimmy Carter no hubiera reunido a los expertos de la Casa Blanca en Camp David y retorcido el brazo de Beguin hasta lograr una completa retirada de la península del Sinaí. Para Rabín, un acuerdo de paz con el rey Hussein de Jordania era de suma importancia y siempre se preocupó por cultivar la amistad con los presidentes de EE.UU. Los consideraba no sólo como aliados de la seguridad, sino también como las únicas figuras que podrían traer paz a la región.

En contraste con Rabín, Ehud Barak cometió un error como primer ministro al reunirse con Arafat y Clinton en Camp David. Muchos recuerdan la vergonzosa imagen en televisión en la que Barak empuja a Arafat dentro de la oficina de Clinton, como si le concediera el honor de entrar el primero. Pero, en realidad, parecía estar bromeando con los compañeros de su unidad de comando.

En varias ocasiones, Barak se ha mostrado muy orgulloso por haberle hecho a Arafat la oferta más generosa se le haya propuesto alguna vez, incluyendo la división de Jerusalén. Pero Arafat rechazó la propuesta, en la sospecha de que Barak y Clinton lo estaban engañando. Y con justa razón. Sobre todo, el fracaso fue de Clinton, por no estar preparado de la misma forma en que sí lo estuvo Carter durante la conferencia de paz entre Israel y Egipto. Poco tiempo después de este fracaso, estalló la segunda Intifada.

Obama, quien inició su mandato con altas pretensiones acerca de los medios necesarios para lograr la paz en la región, ciertamente, no ha alcanzado el éxito. Él ha contraído un compromiso respecto de lo que suceda o deje de suceder entre nosotros y los palestinos. Antes de la cumbre de Septiembre, la primera lección que aprendió de sus predecesores fue invitar a Mubarak y al rey Abdullah de Jordania.

El rey, al mando de un país cuya población es 60 por ciento palestina, tiene un verdadero interés en que Israel no abandone ciertas áreas cerca de su frontera. Y a Mubarak, que no se encuentra en un buen estado de salud, le inquieta la posibilidad de que un despertar de la Hermandad Musulmana le impida traspasar las riendas del gobierno a su hijo.

Qué lejos han quedado ya los días de Oslo. No me imagino a Mubarak gritándole a Mahmud Abbás, "¡Firma, maldito!". Pero la presencia de los líderes de Egipto y Jordania en la cumbre también tiene gran importancia para Obama.

Una pregunta de incierta respuesta es si el presidente de los EE.UU posee realmente un plan detallado para conducir a las partes al logro de un acuerdo de paz. Porque aun cuando todas las partes sostienen que las conversaciones deben continuar sin condiciones previas, eso ya constituye de por sí una condición previa.

Binyamín Netanyahu ratificó su compromiso de congelar la construcción de asentamientos, pero ¿en qué forma ha propiciado este movimiento un acuerdo de paz? A lo sumo, la congelación le ha ayudado a Obama a llevar la campaña para las elecciones de mitad de período en un ambiente de relativa calma. ¿Qué recibió Bibí a cambio? ¿La prolongación de las condiciones impuestas por Abbás sobre las conversaciones acerca de la congelación?

El Likud es el mismo Likud. Benny Begin se muestra categóricamente en contra de cualquier acuerdo de paz. La propuesta de Dan Meridor, acerca de congelar la construcción sólo en las áreas que no serán incluidas en un acuerdo final, es, para el Likud, del todo inaceptable. Bibí promete sorprender, pero también es muy probable que Abbás nos sorprenda; simplemente, él no estará de acuerdo, sin importar sobre qué cosa haya que acordar.

La principal prueba es la de Obama. ¿Vendrá con un plan a la Carter, meticulosamente elaborado, para salvar de si mismas a las dos partes?

Considerando que ya ha recibido el Nobel de la Paz, debería traernos la paz, por lo menos.

Fuente: Haaretz - 30.8.10
Traducción: Argentina.co.il