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El peligro de la revolución

Si las potencias occidentales no entran prontamente en razón, la revolución árabe de 2011 podría acabar de la misma forma que la Revolución Francesa de 1789: algún Bonaparte la usurpará, se aprovechará de ella y la convertirá en una sucesión de guerras sangrientas.

La gran revolución árabe entraña una enorme promesa. Como cualquier otro levantamiento en contra de la tiranía, despierta la solidaridad, el entusiasmo y la esperanza. A pesar de la terrible masacre en Libia, no cabe duda: 2011 es el 1989 de Oriente Medio. Incluso, bien podría ser el 1789 de la región.

El despotismo secular árabe se derrumba ante nuestros ojos. El gigante árabe está despertando de un coma. Un orden mundial decadente, degenerado y corrupto se está desmoronando. Millones de oprimidos están viviendo su primera experiencia de liberación.

La nueva era que comenzó en Túnez el mes pasado se está extendiendo rápidamente a Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Yemen, Jordania y Bahrein. Los hombres y mujeres árabes del siglo XXI acaban de recibir un ofrecimiento de libertad sin precedentes.

Pero esta gran revolución árabe también trae aparejado un grave peligro. En la última década, EE.UU desmanteló Irak, desarmó por completo a Egipto y perdió a Turquía. Al hacerlo, terminó quebrando la defensa suní contra Irán. En estos días, Washington se encuentra ocupado desmontando Bahrein, socavando Jordania y poniendo en peligro a Arabia Saudita, lo que convierte a Irán en la potencia líder de la región. A menos que se produzca un cambio en la política estadounidense, el resultado podría ser un desastre geoestratégico.

Bajo el rótulo de "democratización", los musulmanes chiítas habrán de hacerse cargo de una parte considerable de los Estados Árabes del Golfo Pérsico. Bajo el rótulo de "liberación", los radicales habrán de controlar una parte considerable del mundo árabe. La paz entre Israel y los palestinos, y entre Israel y Siria se convertirá en algo imposible de lograr. Los tratados de paz israelí-egipcio y jordano-israelí, habrán de desvanecerse. Las fuerzas islámicas, neo-nasseristas y neo-otomanas serán las que den forma a Oriente Medio. La revolución árabe de 2011 podría acabar de la misma forma que la Revolución Francesa de 1789: algún Bonaparte la usurpará, se aprovechará de ella y la convertirá en una larga sucesión de guerras sangrientas.

La chispa de transformación en el mundo árabe debería haberse encendido en otra época, una o dos décadas atrás. El cambio debería haberse generado de otra manera: por reformas en lugar de revoluciones. Pero ahora es demasiado tarde y no hay vuelta atrás, las revueltas están en pleno apogeo. Por ello, los estadounidenses tienen razón en querer situarse en el lado correcto de la historia. Tienen razón en ponerse del lado de las masas que reclaman sus derechos. Pero lse equivocan al derribar los regímenes de sus aliados. Se equivocan al allanar con sus propias manos el camino a la victoria de los Hermanos Musulmanes e Irán.

Sólo hay una manera de salir de este callejón sin salida. Pasando de la defensa al ataque. ¿Es Barack Obama el nuevo George W. Bush? ¿Es David Cameron el nuevo Tony Blair? ¿Está Hillary Clinton decidida a aplicar la plataforma ideológica de los neoconservadores? Buena suerte a todos ellos. Pero no se decidan a hacerlo sólo en el patio trasero de Occidente. No lo hagan apenas con Túnez, Egipto, Yemen y Bahrein. Háganlo también con una contundente intervención humanitaria en Libia. Hágalo también en Irán.

Tomen ese espíritu de libertad que sopla por las plazas de El Cairo y llévenlo hasta las de Teherán. Tomen las revueltas de Google, Facebook y Twitter y llévenselas a los ayatolás. Ocúpense de derrocar la tiranía de Mahmod Ahmadinejad tal como hicieron con la de Hosni Mubarak. Combatan el fascismo religioso de los chiítas y la locura de Gadaffi con la misma inflexibilidad que combatieron las dictaduras pro-occidentales.

Sólo de esta manera serán capaces de aplicar los valores democráticos occidentales junto con sus intereses estratégicos. Sólo así habrán de potenciar la libertad sin suscitar el fanatismo ni encender la guerra.

Durante tres semanas, la mayoría de los medios occidentales nos aseguraron que la revolución de la Plaza Tahrir fue una revolución sin rostro de la generación Google. Pero el 18 de febrero de 2011, mientras un millón de egipcios celebraban su liberación en la plaza central de El Cairo, resultó que la cara de la rebelión no era otra que la del fanático jeque Yusuf al-Qaradawi.

Si las potencias occidentales no entran prontamente en razón, podrían encontrarse con que el rostro del nuevo Oriente Medio lo constituyen al-Qaradawi; el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan y el ayatolá Ali Khamenei. La cara de los que tratan de transformar los vientos de cambio que soplan en la región en un violento huracán de fanatismo.

Fuente: Haaretz - 25.2.11
Traducción: www.argentina.co.il