Imprimir

El deslumbrante éxito de la «hasbará» de Hamás

Gaza - Escudos humanosÚltimamente han aumentado en la prensa israelí e internacional las críticas contra las explicaciones oficiales de la política israelí que se conocen bajo el nombre hebreo de «hasbará» (esclarecimiento).

Los justos reproches a esta política señalan que lamentablemente el esclarecimiento deja pocas cosas en claro, ya que en contraste con la vulgar y simplista «hasbará» israelí, la «hasbará» de Hamás es inteligente y sofisticada. Eso explica que si la guerra de Gaza no fue un éxito militar para la organización terrorista (aunque algunos europeos e israelíes sumamente sutiles sí creen que lo fue) se convirtió en un gran éxito de propaganda. Los ejemplos abundan.

Por ejemplo, los encargados de la hasbará israelí tienen la pésima costumbre de llamar las cosas por su nombre. Un caso típico: Israel acusó a Hamás de comenzar la guerra con su deliberada lluvia de cohetes contra territorio israelí. La opinión pública internacional lógicamente condenó ese planteo basado nada más que en hechos carentes de toda elaboración y claramente parcial. En cambio, Hamás explicó que por necesidades de seguridad impostergables, había comenzado la guerra contra Israel con una lluvia de cohetes. Dada la solidez de este argumento, los analistas bien informados aplaudieron las intenciones pacifistas de Hamás. Manifestantes en todo el mundo condenaron la agresión israelí.

Del mismo modo, Israel acusó a Hamás de utilizar a su población civil como escudos humanos, lo que naturalmente la organización islamista rechazó indignada. Editorialistas furiosos en distintas partes del mundo se molestaron mucho por el uso de un argumento tan falaz. Sin embargo, pronto se evidenció que efectivamente hubo civiles que saludaron desde lo alto de los edificios de Gaza a los aviones israelíes. Pero como Hamás explicó que se trató de un gesto de buena voluntad de parte de voluntarios civiles, resultó evidente para todos los observadores declarados imparciales que el planteo israelí era totalmente inconsistente. Del mismo modo, los activistas de Hamás rechazaron de manera tajante las reiteradas quejas israelíes de que había niños cerca de los depósitos de armas en las escuelas y explicaron con precisión pedagógica que los niños de Gaza están acostumbrados a jugar con armas de verdad y que resultaría muy traumático alejarlos de ellas. Frente a un argumento de tal solidez, la opinión pública internacional llegó rápidamente a la conclusión de que Israel es un país en el que existe la norma de matar a niños árabes.

¿Y qué decir de los túneles? Como Hamás lo explicó muy bien a los cronistas autorizados a ver los túneles antes de que fueran destruidos, su objetivo era humanitario y sólo estuvieron dedicados a tareas de resistencia.

Pese a que no especificaron demasiado bien el carácter de estas tareas de resistencia, los voceros de la organización islámica hicieron hincapié en su carácter pacífico y liberador. Estas seguridades no convencieron a los suspicaces israelíes que expresaron su disconformidad de la manera más destructiva posible. Con razón, Hamás objetó esta actitud tan arbitraria. Destruir los túneles no sólo fue un acto inamistoso sino también totalmente inapropiado que pondría en peligro el turismo palestino en el futuro a la gentilmente llamada «entidad sionista».
         
Otro éxito de la «hasbará» de Hamás que ha causado un disgusto mayor a los israelíes es la explicación de la organización benéfica islamista de que el objetivo central de su existencia es la destrucción del Estado de Israel. En lugar de valorar la heroica franqueza del movimiento islamista palestino en un mundo nada habituado a estos actos de dignidad, los israelíes lo denunciaron como un acto antisemita hostil. Los representantes de Hamás naturalmente rechazaron esa absurda acusación ya que ellos están convencidos de ser semitas. No explicaron como de ser un pueblo se transformaron en un lenguaje ya que sólo hay lenguas semitas y no pueblos de ese origen.
           
Felizmente una gran parte de la opinión pública mundial no hizo caso a las objeciones israelíes a las que consideró motivadas por islamofobia, una fobia que está mucho más de moda que la judeofobia que ha dejado de interesar por completo a los círculos cultos y progresistas de todo el mundo. Eso no quiere decir que los círculos bien-pensantes de la humanidad no aprecien al pueblo judío. Por el contrario, siempre están dispuestos a rendirle homenaje. Pero un homenaje tiene que tener una causa justificada. No es cuestión de invocar bagatelas como el porcentaje de judíos entre los Premios Nobel o los logros tecnológicos y científicos del Estado de Israel. Tiene que haber una causa grande, importante, que impresione profundamente a la opinión pública: por ejemplo, un segundo Holocausto.
           
Al respecto, se afirma que ya hay muchos aspirantes a ser los oradores en conmovedores actos de homenaje a las futuras víctimas de una acción como la que intentó hacer Hamás. Pero, eso sí, con la esperanza de que entonces sus gallardos combatientes tengan un éxito considerablemente mayor.
          
Realmente ¿puede alguien poner en duda el deslumbrante éxito de la «hasbará» de Hamás?