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¿Una nueva guerra mundial?

Deberíamos haber aprendido algunas lecciones de nuestra reciente experiencia en Oriente Medio: En primer lugar, cuán poco entendemos sobre las complejidades sociales y políticas de los países de dicha región; segundo, que nosotros podemos - a un costo considerable - impedir que cosas malas ocurran allí pero no podemos, nosotros solos, hacer que ocurran cosas buenas; y en tercer lugar, que cuando intentamos hacer que ocurran cosas buenas corremos el riesgo de asumir la responsabilidad de resolver sus problemas, una responsabilidad que verdaderamente les pertenece a ellos.

Con Rusia gruñendo por la caída de su aliado al frente de Ucrania y aún protegiendo a su asesino aliado al frente de Siria, se habla mucho de la posibilidad de una nueva guerra; y que el equipo de Obama no está a la altura de la defensa de nuestros intereses o nuestros amigos.

Lamento no estar de acuerdo. No creo que un nuevo conflicto mundial sea posible; de hecho, la geopolítica es mucho más interesante que eso. Además, tampoco creo que la cautela de Obama esté totalmente fuera de lugar.

La Guerra Fría, que siguió a la Segunda Guerra Mundial, fue un evento único que puso en contra a dos ideologías globales, dos superpotencias mundiales, cada una con arsenales nucleares a lo largo del mundo y extensas alianzas detrás de ellos.

En efecto, el mundo fue dividido en un tablero de ajedrez de rojo y negro, y quién controlaba cada cuadro tenía importancia para el sentido de seguridad, bienestar y poder de cada una de las partes. Además, era un juego de suma cero, en el cual cada logro para la Unión Soviética y sus aliados era una derrota para Occidente y la OTAN, y viceversa.

Ese juego ya terminó. Nosotros ganamos. Lo que tenemos actualmente es la combinación de un juego más viejo y un juego más nuevo. La mayor división geopolítica en el mundo actualmente es entre los países que quieren que sus estados sean poderosos y aquellos que aspiran a que su población sea próspera.

En la primera categoría entrarían países como Rusia, Irán y Corea del Norte, cuyos dirigentes están concentrados en acrecentar su autoridad, dignidad e influencia mediante estados poderosos. Y debido a que los primeros dos tienen petróleo y el último tiene armas nucleares que puede intercambiar por comida, sus líderes pueden desafiar al sistema mundial y sobrevivir, si no prosperar; todo al tiempo que juegan un viejo y tradicional juego de política de poder para dominar sus respectivas regiones.

La segunda categoría, países concentrados en elevar su dignidad e influencia a través de personas prósperas, incluye a todos los países del Tratado Norteamericano de Libre Comercio (TNLC), la Unión Europea y el bloque comercial del Mercosur en América Latina, así como la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático. Estas naciones entienden que la mayor tendencia en el mundo actual no es una nueva Guerra Fría, sino la fusión de la globalización con la revolución de la tecnología informática. Ellos están concentrados en poner en marcha escuelas indicadas, infraestructura, ancho de banda, regímenes comerciales, oportunidades de inversión y administración económica para que más de su población pueda prosperar en un mundo en el que cada empleo de clase media requerirá de mayor habilidad, en tanto la capacidad de innovar constantemente determinará su nivel de vida. La verdadera fuente de energía sustentable.

No obstante, ahora existe una tercera y cada vez mayor categoría de países, que no pueden proyectar poder o generar prosperidad. Ellos constituyen el mundo del «desorden». Estos estados efectivamente son sumideros de poder y prosperidad porque están consumidos en pugnas internas sobre cuestiones fundamentales como: ¿Quiénes somos? ¿Cuáles son nuestros límites? ¿Quién es dueño de qué olivo? En la lista se incluyen Siria, Libia, Irak, Sudán, Somalia, Congo y otros focos rojos. Si bien esas naciones centradas en el poder del Estado sí juegan en algunos de estos países - tanto Rusia como Irán juegan en Siria - los países que están más centrados en fomentar prosperidad intentan evitar involucrarse demasiado en el mundo de ese desorden.

Ucrania efectivamente yace a horcajadas sobre estas tres tendencias. La revolución allá ocurrió porque el Gobierno fue inducido por Rusia, que quiere mantener a Ucrania en su esfera de influencia, a retirarse de un acuerdo de comercio con la Unión Europea; acuerdo favorecido por los muchos ucranianos concentrados en formar un pueblo próspero. Esta división también ha desatado rumores de separatismo de la parte de Ucrania donde más se habla ruso y hay mayor orientación a Rusia.

¿Entonces qué hacemos? El mundo está aprendiendo que el nivel para la intervención de Estados Unidos en el extranjero se está fijando mucho más alto. Esto se debe a una confluencia del final de la amenaza existencial de la Unión Soviética, la experiencia de invertir demasiadas vidas y 2 billones de dólares en Irak y Afganistán con escaso impacto perdurable; la creciente independencia energética de Estados Unidos, nuestros éxitos en los servicios de inteligencia para prevenir otro 11 de septiembre y darse cuenta de que corregir lo que afecta a los países más agobiados en el mundo del desorden a menudo está más allá de nuestra serie de habilidades, recursos o paciencia.

En la Guerra Fría, la legislación era directa. Teníamos «contención». Eso nos decía qué hacer y casi a cualquier precio. Actualmente, los detractores de Obama dicen que él debe hacer «algo» con respecto a Siria. Lo entiendo. El caos allá puede darse vuelta. Si hay una política que pudiera reparar a Siria, o siquiera las muertes allá, de una forma que se sostuviera sola, a un costo que pudiéramos tolerar y no desviarnos de todas las cosas que necesitamos hacer en casa para asegurar nuestro propio futuro, estoy a favor.

Sin embargo, sigo insistiendo en que deberíamos haber aprendido algunas lecciones de nuestra reciente experiencia en Oriente Medio: No entendemos su complejidad social y política y no podemos mediar solos porque corremos el riesgo de asumir responsabilidades de problemas que pertenecen a otros.

Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com