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El hombre libre

Nelson MandelaHace dos días volví a leer la novela de Albert Camus, «El extranjero». Fue la primera que publicó el autor en el año 1942, cuando tenía 29 años. En ella, Mersault, el personaje central, vive con la sensación del absurdo, con la certeza de que lo único seguro es que vamos a morir y que el hombre está atrapado en una vida que ni controla ni dirige.

Por eso, para él, los acontecimientos cotidianos no tienen importancia. Un día asesina a un hombre y es conducido a la cárcel. Allí se percata de algo: «En la prisión, al principio tenía pensamientos de hombre libre, pero después sólo de presidiario, uno se acostumbra a todo».

Iba pensando en esa frase, cuando una noticia emitida por un canal de televisión llamó mi atención: Nelson Mandela había muerto.

Quizás por asociación de ideas, lo primero que me vino a la mente fue que había permanecido 18 años encarcelado, de los 27 a los que fue condenado, pero que a diferencia de Mersault, ser de ficción creado por Camus, nunca dejó de pensar como un hombre libre. Es probable que nunca lo fue tanto.

Fue en su larga reclusión cuando Mandela, que había defendido el enfrentamiento armado como método de lucha contra el apartheid, comprendió que ese no era el camino y aceptó que había que buscar la igualdad y la paz por el diálogo y la negociación, y que debía hacerlo para consolidar una sociedad igualitaria y libre. El requisito previo eran el perdón y la reconciliación.

Cuando fue liberado, estaba listo para buscar de otra manera la igualdad de derechos de negros y blancos en su país. En 1991 fue elegido presidente de su partido y en calidad de tal trabajó junto con el líder sudafricano de entonces, Frederick De Klerk, en crear las condiciones para proponer a negros y a blancos un proyecto de Constitución, en el que se garantizaban las libertades civiles y la igualdad ante la ley, por encima de todas las diferencias. El proyecto constitucional fue aprobado. El apartheid había terminado.

En 1993 compartió el Premio Nobel de la Paz con De Klerk, el mandatario blanco que lo liberó y participó junto con él la creación de un Estado igualitario. En 1994 ganó las elecciones y se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica.

Le correspondió conformar una nación democrática y un país para todos, cuando estaban aún frescos los recuerdos de la discriminación racial que no terminaría por decreto, sino por comprensión e integración voluntaria de blancos y negros. Mandela lo entendió así y a lograrlo dedicó su vida.

Al terminar la presidencia, Mandela, que no cayó en la tentación de perpetuarse en el poder, ni de suponer que es el único que puede conducir a su pueblo a la consolidación de una vida común en democracia, dejó el mandato y se retiró de la vida política activa.

Sin embargo, siguió siendo un líder de referencia, un ejemplo de coherencia y de humildad, que como él mismo lo dijo, sabía que no era el Mesías.

Y, sobre todo, Mandela siguió siendo un ejemplo de hombre libre, condición que ni la prisión le hizo perder, porque se puede encarcelar el cuerpo, pero la mente, los sentimientos, los ideales y los sueños, no.

Así nos lo confirma la vida de Nelson Mandela, que al contrario de Mersault, el personaje de Camus, nunca dejó de lado su libertad.