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Etnocracia en la única democracia

Si se tiene en cuenta las estadísticas de records y primeros puestos, la historia de los juegos olímpicos deportivos demuestra claramente que Israel no es un ejemplo digno para vanagloriarse. Por el contrario, en las confrontaciones mediáticas para defender conductas políticas y diplomáticas, los sectores allegados al Estado judío año tras año acostumbran a adjudicarlel la medalla de oro por constituir la única democracia de Oriente Medio.

A decir verdad y a diferencia de los países que la circundan, el sistema político de Israel goza mayoritariamente de los componentes que caracterizan una democracia moderna: sistema parlamentario unicameral, división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) junto a elecciones periódicas, generales, secretas y libres. Esta apariencia no puede confundirnos para dejar de lado ciertas circunstancias y conductas que en lugar de condecorarnos con una medalla en el pecho nos hace relucir una mancha, no ya de oro sino de barro.

Para que no se piense que esta calumnia procede de algún antisemita, difamador profesional del Estado hebreo, vale la pena adelantar que quien embadurnó la imagen de Israel no fue otro más que su propiso Tribunal Superior de Justicia.

La región de Cisjordania se caracteriza por constituir un engendro territorial donde el omni-privilegio israelí pretende la soberanía de facto pero se quiere escabullir de las obligaciones democráticas que implica una soberanía de jure. En la práctica diaria la zona está bajo control de hordas de colonos judíos guiados generalmente por un fundamentalismo religioso con el respaldo del Gobierno y el Ejército de Israel, teóricamente las autoridades, aunque en la realidad con conductas que se asimilan más a un servilismo hacia los habitantes de los asentamientos.

En el marco de estas andanzas patrióticas, años atrás estos colonos se apropiaron ilegalmente de terrenos, usurpando en algunos casos tierras privadas palestinas, y erigieron asentamientos, ilegales y sin autorización oficial en la mayoría de los casos. Ante un alegato presentado en 2007, el Tribunal Superior de Justicia israelí dictaminó en 2011 que el Gobierno debe proceder de inmediato a legalizar la situación y desalojar a los invasores en los casos que se debe reintegrar la tenencia de las tierras a sus propietarios privados originales.

Fiel a su sagrada misión de preservar las conquistas de los colonos judíos, no importa si es legal o por la fuerza, el Gobierno israelí optó por lo que los argentinos denominan en lunfardo «bicicletear la orden», es decir, recurrir a toda artimaña posible para posponer cuanto más se pueda el cumplimiento del fallo judicial. Todo argumento o manipuleo es válido, no importa la seriedad.

Esta actitud típicamente antidemocrática terminó por cansar y hasta humillar al alto tribunal israelí de manera que esta semana, ante un nuevo ardid gubernamental, los jueces se vieron en la necesidad de poner al Gobierno en el lugar que le corresponde. En una resolución insólita por su contundente contenido, el máximo tribunal de Israel declaró que «lamentablemente no se puede confiar más en los compromisos que asume el Gobierno por medio de sus representantes legales ante estos juzgados. Tenemos el temor que en el futuro y en situaciones similares de compromisos que asuma el Gobierno, deberemos sopesar la exigencia de garantías por medio de decisiones sin lugar a ninguna interpretación» [1].

La tarjeta roja que la Corte Suprema sacó al Gobierno, no es más que una clara afirmación que lo que se pretende definir como Estado judío en realidad se encamina a una etnocracia que no se le puede creer. Mucho más preocupante que la posición de los jueces es, sin duda, la pasividad e indolencia con que tal decisión fue captada por la sociedad israelí. Muchos judíos e israelíes viven convencidos que esos son problemas que están detrás de la valla de separación y que no les debe preocupar.

Lamentablemente, así como trabajadores ilegales y algunos terroristas logran infiltrarse, también las conductas racistas y discriminatorias nos están contagiando dentro de los límites originales de la única democracia de Oriente Medio. Esta misma semana el mismo alto tribunal israelí nos envió un recordatorio.

Ante una demanda de prohibir los criterios discriminatorios sobre una base étnica en los chequeos de seguridad en el Aeropuerto Internacional Ben Gurión presentada en 2007, la Corte Suprema exigió a los servicios de seguridad la puesta en práctica de un sistema igualitario. Atentos a su desprecio típico del alto tribunal y una inexplicable tendencia a disfrutar del sufrimiento de los palestinos cuando se los humilla en los chequeos, estos servicios oficiales optan por la misma artimaña del bicicleteo. Prometieron mejorar la condiciones en 2010, pero en una nueva y redundante sesión de esta semana los jueces otorgaron otra postergación, esta vez hasta marzo de 2014.

Justamente esta semana fuimos informados de una hazaña típica de esta situación. Mohammad Juda es un joven de 24 años, palestino residente de Jerusalén Oriental y prominente figura internacional en el deporte olímpico taekwondo. En carácter de tal fue invitado por la correspondiente asociación corena a un campamento de 30 días de entrenamiento en ese país. En un heroico acto de defensa de la seguridad, los agentes del Aeropuerto Ben Gurión lo desvistieron, lo revisaron durante tres horas y le confiscaron su campera y sus zapatos. Así lo mandaron a Corea del Sur [2] y así se difundió por todo el mundo. Difícilmente se pueda convencer a alguien de que se trata de un serio procedimiento de seguridad. Más bien se están complaciendo los crueles instintos de agentes de seguridad, como ya lo demostraron en otras oportunidades, disfrutando cuando ven como sufre un palestino sometido a su control.

Para percatarse de la verdadera visión discriminatoria y etnocrática de lo que acontece en el Aeropuerto Ben Gurión, se dio a conocer un acuerdo secreto en efecto hasta estos días por el cual una lista de 47 rabinos, algunos con serias sospechas de corrupción y relaciones con la mafia, gozan de trato preferencial, incluyendo acceso directo con vehículo de y hasta las escalinatas del avión sin pasar por aduana o registro alguno [3].

Hay que entender. En la única democracia de Oriente Medio no se puede pretender que todos sus ciudadanos pasen el mismo chequeo. Por algo son rabinos judíos, no palestinos.

[1] «Compromiso del Estado de desmantelar asentamientos»; Haaretz; 18.11.13.

[2] «Deportista palestino fue desnudado en Aeropuerto Ben Gurión»; Haaretz; 13.11.13.

[3] «El Rabino Ifargán se escabulló de la aduana»; Maariv; 14.11.13.