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El síndrome Rohani

Hassan RohaniNo es necesario tener un doctorado en diplomacia para sentirse escéptico ante la retórica campaña conciliadora del presidente iraní Hassan Rohani.

Al margen de lo que represente su aparición en el escenario mundial, sean cuales sean sus opiniones personales, Rohani se mueve dentro de un sistema autocrático gobernado por una camarilla aislada, que justifica inmensas violaciones de los derechos humanos en nombre de dogmas religiosos. Sus palabras han tenido un tono constructivo, pero su capacidad de convertirlas en hechos dependen del consenso de unos líderes que llevan décadas despreciando a gran parte de la comunidad internacional, haciendo que Irán siga siendo un Estado paria y privando a su pueblo de libertades y prosperidad.

No obstante, mientras estaba sentado en una sala con Rohani pude contemplar la perspectiva de que tenemos ante nosotros una auténtica oportunidad de apaciguar uno de los conflictos más amenazadores que existen hoy en el mundo.

Es obligatorio conservar el escepticismo, pero hay que ser muy cínico para escuchar al recién elegido presidente iraní cuando describe las condiciones históricas que han hecho posible ese momento y no ser consciente de la posibilidad de que haya una relación más pacífica entre Irán y sus adversarios. Sólo alguien muy experto en peligros geopolíticos históricos puede desechar esta oportunidad de encontrar una solución para el punto muerto en el que se encuentra el diálogo acerca del programa nuclear iraní.

«Me presenté con un programa moderado y gané las elecciones por amplio margen», afirmó Rohani en todas sus apariciones en Nueva York. «El gran respaldo que me ha ofrecido el electorado me compromete a actuar en esa actitud de moderación».

Menos de una hora después llegó su ministro de Exteriores, Java Zarif, para informar sobre una reunión que acababa de terminar con su homólogo estadounidense, John Kerry: el primer paso en las negociaciones para aliviar la tensión por los objetivos nucleares de Irán.

«Hemos tenido una reunión muy positiva y productiva», declaró Zarif. «Me siento optimista».

Quienes siguen de cerca la campaña de Rohani para mejorar sus relaciones con Estados Unidos no pudieron oír grandes novedades. Repitió las promesas de que Irán no tiene intención de construir armas nucleares, dijo que su programa nuclear es pacífico y se mostró partidario de continuar las conversaciones con el gobierno de Obama y los dirigentes europeos para lograr un acuerdo nuclear que evite el conflicto.

Y, sin embargo, el espectáculo de ver un presidente y clérigo iraní aplaudido con entusiasmo por miembros trajeados de la clase dirigente estadounidense, fue una especie de premio consuelo por el apretón de manos que nunca llegó a darle a Obama.

Rohani tuvo en cuenta ese sentimiento de importancia histórica y describió su mandato como parte de una tendencia mundial.

«Se ha creado una nueva era en todo el mundo, lo mismo que en Irán. Las recientes elecciones celebradas en mi país y el hecho de que el pueblo haya votado por la moderación, la sabiduría, la esperanza y la prudencia ha generado una nueva atmósfera de diálogo e interacción con el mundo entero».

Como es sabido, a su predecesor, Mahmud Ahmadinejad, le encantaba pronunciar palabras combativas dirigidas al público occidental, en especial cuando negaba el Holocausto. Esta semana, Rohani creó una nueva controversia en un tema tan delicado. Afirmó que son los historiadores quienes deben medir las dimensiones del Holocausto. Algunos han interpretado esa frase como una forma más sutil de seguir negando la Shoá, y han destacado que deja abierta la posibilidad de que los testimonios del Holocausto sean «exagerados». Otros han preferido centrarse en su condena del «crimen que los nazis cometieron contra los judíos», un cambio respecto a la pasada retórica de Irán.

Independientemente de cómo se interpreten sus palabras, no cabe duda de que Rohani representa una nueva actitud iraní: su objetivo es obtener la aprobación de la comunidad internacional. Presentó el intento de lograr un acuerdo nuclear como un empeño en el que están unidas todas las personas razonables, y describió a quienes se oponen como un grupo de imbéciles que están decididos a poner obstáculos a los intereses mundiales en beneficio de los suyos propios.

«Como líderes, debemos estar por encima de las mezquindades políticas y dirigir, no dejarnos llevar por los distintos grupos de intereses y de presión de nuestros respectivos países. Tenemos que oponernos, tanto aquí, en Estados Unidos, como allí, en nuestra región, a esos grupos de intereses cuyo propósito es que Irán siga siendo una cuestión candente. Tratan de desviar la atención internacional de otros problemas que les afectan directamente a ellos», señaló.

No nombró a esos grupos de intereses especiales, pero no hacía falta. Se refería a Israel y a su primer ministro, Bibi Netanyahu, que ha dicho que Rohani es un lobo con piel de cordero y ha asegurado que cualquier negociación con Irán es una invitación al peligro. Estaba hablando de AIPAC, el lobby pro-israelí en Washington, y de los congresistas republicanos que aprovechan el comienzo de las conversaciones con Irán para volver a calificar a Obama de débil e ingenuo. Se refería a otro aliado clave de Estados Unidos, Arabia Saudita, cuya monarquía musulmana sunita se ha opuesto, como era de esperar, a cualquier cosa que pueda aumentar el prestigio de los chiítas que gobiernan Irán.

Cada uno de estos grupos de intereses tiene argumentos más que creíbles para advertir de que la campaña de seducción de Rohani puede no ser sincera. Mientras no veamos medidas demostrables que reduzcan la amenaza de que Irán pueda conseguir armas nucleares, es necesario examinar las palabras de Rohani como un ardid pensado para relajar las sanciones económicas y abrir una brecha entre Israel y Estados Unidos.

Aunque los titulares generados por los discursos de Rohani han hecho hincapié, con razón, en su llamamiento a un diálogo con Estados Unidos y Europa, también ha subrayado sin cesar que Irán tiene derecho a intentar adquirir una capacidad nuclear y dominar la tecnología para usos energéticos, sin fabricar armas. Pero muchos expertos ponen en tela de juicio esa afirmación al ver lo que hace la República Islámica.

Aun así, pese a que los motivos para la cautela son abundantes, también lo son para sentir un optimismo prudente. Parece creíble que las personas que gobiernan Irán hayan llegado a la conclusión de que la condición de paria internacional no es un buen punto de partida para mejorar la situación del país.

El aislamiento y el perjuicio causado por las sanciones económicas han hecho que Irán tenga dificultades para abastecer las necesidades básicas. El país está lleno de jóvenes con formación que no pueden conseguir empleo y que cada vez tienen más relación con el resto del planeta a través de la televisión, internet y las redes sociales, por lo que saben lo que no tienen. Esa es una receta para encontrarse con un fermento de los que acaban derrocando a dirigentes no representativos.

Cuando el presente es incómodo y el futuro no muestra señales de alivio, el cambio no sólo es razonable sino obligatorio. Es posible que los objetivos de Rohani no sean más que una consecuencia de esa epifanía colectiva y que la Guardia Revolucionaria esté empezando a compartir esa opinión.

O tal vez no. No lo sabemos. No podemos saberlo hasta ver cómo se desarrolla el proceso. Ahora bien, no saberlo no es excusa para no entablar el diálogo.

Estamos ante una oportunidad que debemos aprovechar, aunque sólo sea porque el statu quo es inaceptable. El riesgo permanente de enfrentamiento militar en una parte del mundo frecuentemente calificada de polvorín exige que nos tomemos en serio el proceso iniciado.

Fuente: The Huffington Post
Traducción: www.israelenlinea.com