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Israel desestima ganancia de paz

Veinte años después de los Acuerdos de Oslo, las perspectivas de un acuerdo de paz palestino-israelí son más remotas que nunca. De hecho, con medio millón, aproximadamente, de residentes israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental, la creación de un Estado palestino con contigüidad territorial resulta una misión casi imposible.

Así, pues, ¿es demasiado poco y demasiado tardío el renovado vigor del gobierno del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en la búsqueda de la paz?

El primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, afirma que su gobierno no pone condiciones para reanudar las negociaciones con los palestinos. Entre tanto, su ministro de Vivienda, Uri Ariel, miembro del partido anexionista Habait Haiehudí, lleva a cabo una nueva oleada de ampliación de los asentamientos, que amenaza con enlazar la frontera de 1967 con el Valle del Jordán, con lo que dividiría el territorio palestino.

La propia insistencia de Netanyahu en las «férreas» disposiciones de seguridad es un eufemismo sobre la presencia israelí en el Valle del Jordán y la negativa a retornar a las «fronteras de Auschwitz» de 1967, así definidas por el ex canciller israelí Abba Eban.

El presidente palestino, Mahmud Abbás, se encuentra demasiado debilitado y afectado por la rivalidad con los islamistas intransigentes de Hamás, que gobiernan en Gaza, como para permitirse el lujo político de alejarse de las demandas básicas del nacionalismo palestino.

Tampoco Netanyahu, un político que se muestra visiblemente incómodo con su obligado apoyo a la idea de dos Estados, sostiene en verdad un gobierno de coalición para la paz.

Así, el secretario de Estado de EE.UU, John Kerry, necesitará mucha creatividad para conciliar la oposición de Netanyahu y la condición palestina, recientemente reiterada por Nabil Shaath, estrecho colaborador de Abbás, de que Israel debe acceder a negociar sobre la base de las fronteras de 1967.

Mahmud al-Habash, ministro palestino de Asuntos Religiosos, llegó incluso hasta el extremo de exigir «garantías de que las conversaciones no fracasarían», porque, de ser así, estallaría una nueva Intifada.

Además, el impulso en pro de la paz de Kerry se produce en un ambiente regional que no es receptivo a una resolución negociada del conflicto palestino-israelí. La llamada «primavera árabe» se ha vuelto sangrienta y turbulenta, lo que reduce aún más las posibilidades de paz.

Tampoco la elección de Hassn Rohani a la presidencia de Irán contribuirá más al éxito de Kerry. Desde luego, la victoria de Rohani es la mejor de las peores noticias para los iraníes y puede propiciar un dialogo más civilizado entre la República Islámica y la comunidad internacional, pero no se debe esperar que su gobierno cambie los objetivos estratégicos de Teherán. Irán continuará con su programa nuclear, luchará por la supervivencia del régimen de Bashar al-Assad en Siria, y procurará mantener su alianza con apoderados regionales suyos, como Hezbolá.

Si Assad derrota a sus oponentes con la ayuda de Hezbolá e Irán, se considerará por fuerza su supervivencia una victoria para el «eje de resistencia» regional a Israel, y una presencia iraní permanente en Siria haría prácticamente inevitable una guerra entre Israel y Irán. En ese caso, la Autoridad Palestina quedaría relegada a un rincón oscuro del quehacer internacional.

Para complicar aún más la situación, las guerras de Estados Unidos en Irak y Afganistán han limitado su influencia regional. Ahora EE.UU. afronta un Oriente Medio impredecible, que está escribiendo su historia mal que bien.

El conflicto interno de Siria ha pasado a ser una guerra sectaria entre sunitas y chiítas, que está extendiéndose por toda la región. Los clérigos sunitas, que acaban de declarar una yijad contra el régimen iraní, Hezbolá y sus aliados sectarios, son la voz de millones de personas de todo el mundo musulmán.

Además, oleadas de refugiados sirios están amenazando la sostenibilidad de la monarquía jordana, ya agitada por profundas divisiones internas.

Hezbolá ha arrastrado al Líbano al conflicto sirio, con lo que ha creado un enfrentamiento entre los chiítas y los sunitas en su país.

Una situación similar está desarrollándose en Irak. Turquía, potencia regional responsable, se ha resistido hasta ahora a dejarse arrastrar al atolladero sirio, pero se pueden ver sus efectos en el aumento de las tensiones entre la mayoría sunita del país y la secta chiíta alawita.

La de la inercia no es una reacción adecuada en una zona de cambio revolucionario. Lamentablemente, Israel carece de una estrategia regional coherente. Netanyahu, siempre a la defensiva, no ve la agitación de Oriente Medio como un factor desencadenante de una estrategia práctica, con la que se utilice una solución para el problema palestino como palanca de un cambio positivo más amplio en la región.

Estados Unidos, afectado por los costos de sus problemas en Oriente Medio, deseoso de centrarse en Asia y sin necesitar ya el petróleo árabe, puede permitirse el lujo de abandonar la región a su suerte. Israel forma parte de ella y tiene un gran interés en contribuir a forjar su futuro.

Tradicionalmente, Israel ha procurado crear alianzas con las minorías de la región: curdos, persas, maronitas y demás. Ahora es el momento de un cambio de mayor importancia: una alianza con la abrumadora mayoría sunita de Oriente Medio.

Israel debe seguir a Obama, cuya reciente decisión de armar a los rebeldes sirios, aunque tardía y aún mal formulada, es una opción en pro de la alianza sunita. Israel debe desempeñar un papel activo en la caída de Assad como forma de socavar el «creciente chiíta» y aislar a su dirigente, Irán. La derrota de Assad rompería el «eje de resistencia», cortaría los suministros de armas a Hezbolá e introduciría una cuña permanente entre Turquía e Irán.

Una solución para el problema palestino sería útil para esa estrategia. Fortalecería las relaciones de Israel con Egipto, contribuiría a estabilizar a Jordania y eliminaría una importante causa de tensión con el gobierno islamista del primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.

Lo más importante es que socavaría los intentos de Irán de lograr incursiones en el mundo árabe con el pretexto de defender a Palestina y a Jerusalén.