Imprimir

Ahora va en serio

Binyamín Netanyahu y Ariel SharónNunca olvidaré aquel día. Fue durante un desayuno en la oficina del primer ministro. Sostenía un plato con jalva y omelette cuando Ariel Sharón anunció su plan de evacuar 21 asentamientos, 17 en la Franja de Gaza y 4 en Cisjordania.

Sharón entendía mejor que nadie que su decisión no sería aceptada por el Likud, pero explicó que lo más importante era despertar a la población del «sueño del Gran Israel».

El antecesor de Sharón fue Menajem Begin, líder del mayor sueño israelí, que aceptó retirarse del Sinaí y abandonó hasta el último milímetro del «territorio ocupado» a cambio de un acuerdo de paz con Egipto.

En el camino a las negociaciones en Camp David, Begin estaba lleno de dudas. Anteriormente, en una declaración pública, el veterano mandatario había afirmado que Sadat era un nazi. Pero cuando descendió del avión en Washington dijo a los numerosos medios que lo asediaban con la pregunta de si anunciaría el «Habemus Pacem» (Tenemos paz), que lamentaba haberse expresado de esa manera.

Los periodistas, que no eran menos pesimistas que él, transformaron sus palabras en «Habemus Pacem Aleijem» (Tenemos paz con ustedes).

Es difícil saber lo que realmente llevó a esos dos líderes a firmar un tratado de paz que implicaba concesiones dolorosas mutuas. ¿La desesperanza de perpetuar el estado de guerra? ¿El temor a la presión de Estados Unidos? Pero lo más importante fue que ambos se percataron de que cualquier alternativa a la entonces situación reinante podría terminar en otro desastre.

¿A qué viene este prólogo?

Resulta que el actual líder del Gran Israel - hijo del profesor que escribió la ideología del Gran Israel mientras la escuchaba directamente de la boca de Zeev Jabotinsky - ve cómo también su sueño no es compatible con la realidad.

Hoy son los diputados del Likud, Danny Danón, Zeev Elkin, Miri Regev y Tzipi Hotovely, quienes ven con recelo lo que el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, les prometió a los palestinos a cambio de un acuerdo de paz.

Una figura política de alto nivel que se reunió recientemente con el primer ministro quedó convencido de que está vez va en serio.

La voluntad de satisfacer las exigencias del presidente palestino, Mahmud Abbás, de liberar a presos palestinos detenidos antes de los Acuerdos de Oslo, no es algo imposible. Hay una congelación de facto - no declarada - en la construcción de asentamientos en los territorios. Nadie grita acerca de ella, pero existe por orden expresa de Netanyahu a las autoridades competentes.

Cuando los medios piden explicaciones al ministro de Vivienda, Uri Ariel, miembro del partido Habait Haiehudí que representa al movimiento colonizador acerca de la paralización de la construcción en Cisjordania, él los remite a la oficina de Bibi. Tal vez por vergüenza, tal vez por darse cuenta de que no es tiempo para bromear.

El líder de su partido, Naftali Bennett, también guarda silencio. Luego de un breve encuentro con Netanyahu, cambió de opinión.

Bibi anhelaba un Likud dirigido por Avi Dichter, Benny Begin y Dan Meridor. Pero en lugar de ello, extremistas de cuarta se apoderaron del partido.

Netanyahu, el rey de las declaraciones diplomáticas, permanece mudo. En una ceremonia reciente, en el asentamiento de Barkán, para inaugurar una escuela que lleva el nombre de su padre, Bibi no habló. Su silencio no es algo común en un evento de tal magnitud, que sólo tomando en cuenta el homenaje personal, no hubiera pasado sin un discurso suyo.

En una rueda de prensa conjunta con el primer ministro de Georgia, de visita oficial en Israel, Bibi afirmó: «No voy a las negociar con los palestinos sólo para decir que estuve allí y listo. Voy con el fin de tratar de encontrar una solución.

Estos son los mensajes que el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, está recibiendo. Los observadores estadounidenses se percataron de que Bibi no visitó - fuera de Barkán, y por un motivo personal - ni un solo asentamiento desde que fue electo primer ministro por tercera vez.

Bibi está pasando en un proceso similar al experimentado por Sharón después de que la desconexión de Gaza. Personas con buena memoria recordarán cómo se sentó solo en la mesa del Gobierno en el Parlamento, mientras que sus socios trataron de derrocarlo en el medio de la reunión plenaria.

Como sabemos, la historia terminó con una ruptura entre Sharón y el Likud y la creación de Kadima, el Big Bang políticó más dramático del Israel moderno.

Bibi se encuentra en una situación en la que se quedará sin un partido si cede a los extremistas. Esta es su oportunidad de completar la «Sharonización» y para acabar lo que Sharón no pudo: desarraigar de la población el loco sueño del Gran Israel una vez por todas.

Fuente: Haaretz
Traducción: www.israelenlinea.com