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Dilemas de «líneas rojas»

Binyamín NetanyahuEs fácil programar y anunciar en forma categórica la línea a seguir y la política a adoptar, cuando todo depende de uno mismo y es la propia voluntad la que determina el camino por el que hay que marchar.

En Oriente Medio eso es bastante difícil; por no decir imposible. Por ende, sería conveniente que los gobernantes de la zona se cuiden de proclamaciones dramáticas sobre «líneas rojas» que no deben cruzarse, a menos que hayan estudiado en profundidad las opciones a seguir cuando éstas son violadas.

El gran problema es que en general, las líneas rojas las cruzan «los otros», aquéllos a los que por algo hay que lanzar advertencias; y evidentemente actúan motivados por su propia lógica, no por la del que advierte, aclara y amenaza. Y esto es cierto tanto en el tema de Irán, como de Siria.

Es así que nos preguntamos con preocupación cómo estará interpretando Irán el hecho que el primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, haya cambiado la «línea roja» que él mismo había delineado meses atrás en Naciones Unidas respecto al punto que no se permitirá a la República Islámica pasar en el marco de su esfuerzo nuclear, y que ahora, cuando los máximos especialistas en la materia alegan que de hecho Teherán ya la cruzó, Netayahu dice que «casi, pero aún no».

Irán analiza a Occidente conociendo bien sus traumas y debilidades. Por eso considera al parecer que Estados Unidos no osará atacarlo. Si el presidente Obama habla constantemente del fin de las guerras en Oriente Medio, de volver a casa, y de terminar con la presencia norteamericana en Irak y Afganistán, ¿acaso es lógico pensar que irá a atacar Irán? ¿Es lógico entonces colocar sobre el mapa político y militar una línea roja que apenas sea cruzada supuestamente existiría la razón que justifique un ataque?

Este fue el trasfondo de la gran disputa entre Netanyahu y su entonces ministro de Defensa, Ehud Barak, mientras también los máximos jefes de seguridad sugerían un enfoque diferente en el tema de Irán.

Es que los ayatolás pueden interpretar mal la movida de las líneas rojas. Claro está que en lugar de apreciar que se intente agotar los recursos diplomáticos y dar tiempo a alternativas para que la opción militar no sea puesta en práctica, la interpretación iraní es que sus amenazas disuaden y dan miedo. Y que por eso Israel no actúa.

Algo similar, aunque no idéntico, está pasando con el tema de Siria.

Desde el comienzo de la guerra civil en ese país, Israel advirtió que uno de los grandes peligros es que Siria posee un gran arsenal de armas químicas. En realidad, es el mayor arsenal químico de Oriente Medio y uno de los más grandes del mundo.

Los componentes principales del arsenal químico sirio son el gas sarín (conocido en lenguaje militar como GB) y el VX, otro agente nervioso que es más persistente que el primero. El sarín es al parecer la pieza principal del arsenal químico.

En cuanto a los medios por los cuales los puede hacer llegar a destino: tiene bombas que pueden ser lanzadas desde aviones y piezas de artillería y cohetes que pueden servir para lanzarlos, pero el elemento más estratégico son cabezales para misiles Scud B y C que pueden ser cargados como armas y pueden portar el gas sarín y el VX hasta una distancia de aproximadamente 500 kilómetros. Eso por supuesto que supone una amenaza no sólo para los rebeldes de la oposición; también para vecinos de Siria como Israel, Turquía o Jordania.

Y ahora, Siria ha comenzado a usar armas químicas contra los rebeldes.

Claro que el riesgo no es sólo interno sino también la posibilidad de que las armas químicas lleguen a manos de los rebeldes mismos, entre los cuales hay también elementos vinculados a Al Qaeda o a los pro-iraníes de Hezbolá, aliados del presidente Assad.

En agosto del año pasado, el presidente Barack Obama declaró que el uso de armas químicas en Siria sería algo que cambiaría sus cálculos, dando a entender que lo llevaría a actuar. Hace pocos días, el premier de Gran Bretaña, David Cameron, dijo que el uso de armas químicas por parte de Assad es el cruce de una línea roja y aclaró que se trata de «crimen de guerra».

¿Entonces? ¿Eso significa que hay que atacar de inmediato? ¿Que hay que considerar realmente una acción militar? ¿Acaso la línea roja servía si Assad usaba armas químicas, por ejemplo, contra sus vecinos para crear más caos en la región, y no contra sus propios ciudadanos? ¿Dónde está el límite?

El problema serio de fondo es que nadie puede asegurar que intervenir en Siria sería lo más sabio.

Claro que suena a broma el que se sugiera que el cambio imperioso ahora sería ayudar a la oposición, cuando ya murieron 80.000 sirios y muchos de ellos fueron víctimas también de los disparos de esa propia oposición, cuya actitud muestra que si bien desea derribar a un dictador, su alternativa no es precisamente una hermosa democracia.

El pantano de Oriente Medio traga y ahorca. Inclusive cuando hay buenas intenciones - y no siempre las hay -, se pueden complicar por la dinámica regional.

Han sido ya varias las situaciones en las que se apostó por un bando determinado y este terminó siendo peor que la opción derribada. Algunas de estas circunstancias parecían justificar la frase de «más vale malo conocido que bueno por conocer». Al menos, así sintió Israel probablemente cuando tras apostar por Hamás en Gaza como alternativa al terrorismo de la OLP, terminó enfrentado a un monstruo. Y Estados Unidos con los Talibanes anti-soviéticos en Afganistán. Y nuevamente Israel, con los chiítas, en Líbano, hoy simbolizados en Hezbolá. Y la lista es demasiado larga como para que uno pueda olvidarse cuán riesgoso es hacer esas apuestas tajantes.

Quizás llegue el momento en el que la única conclusión a la que se pueda llegar, será que hay que intervenir para frenar un deterioro mayor aún en Siria. ¿Pero acaso se puede esperar que alguien reciba a las tropas extranjeras, sean de donde sean, con los brazos abiertos, si no llegaron antes de que mueran (hasta ahora) 80.000 personas?

Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay