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Una nueva paz

Primero, la vieja paz fue levemente herida. Después de que Israel cediera a los palestinos la mayor parte de Gaza, el primer autobús explotó en la plaza Dizengoff. Luego de entregarles Naplusa y Ramallah, los autobuses comenzaron a explotar en el centro de Jerusalén y Tel Aviv. Y tras sugerir Israel que los palestinos pretendían establecer un Estado soberano en la mayoría de los territorios ocupados, ellos respondieron con una ola de terror.

Y como los terroristas suicidas estaban causando cada vez más estragos en nuestras ciudades, la gente comenzó a darse cuenta de que tal vez había algo equivocado en aquella promesa de una gran paz.

Entonces, la vieja paz sufrió heridas moderadas. Una vez que Israel se retiró del sur del Líbano, se estableció allí una base de misiles chiíta que ahora amenaza a todo el país. Y después de la retirada de los asentamientos de Gaza, la zona se convirtió en un Hamastán armado que continuamente ataca el sur.

Ambos repliegues audaces, unilaterales y justificados tuvieron graves consecuencias. Cuando los cohetes Qassam caían sobre Sderot; cuando los Grads comenzaron a aterrizar en Ashdod, y cuando los misiles Fajrg olpeaban Haifa, comenzó a revolvérsenos el estómago al considerar lo que cabía esperar una vez que se hubiere realizado la retirada verdaderamente grande.

Después de eso, la vieja paz fue herida de gravedad. Tzipi Livni se sentó con Ahmed Qureia (Abu Alá) durante un año completo, pero Qureia se negó a firmar nada. Ehud Olmert ofreció Jerusalén a Mahmud Abbás, pero Abbás se esfumó. El hecho de que los palestinos moderados fueran dándole la espalda a las ofertas de paz más generosas que alguna vez haya hecho Israel, no hizo más que despertar oscuras sospechas sobre sus verdaderas intenciones. ¿Estaban realmente dispuestos a dividir el país en dos estados nacionales que habrían de convivir pacíficamente, uno junto al otro?

Finalmente, la vieja paz fue herida de muerte. Después de soportar un sinfín de golpes, incluso razonables, los israelíes moderados perdieron toda fe en la reconciliación. A pesar de que estaban preparados todavía para ceder los territorios y dividir Jerusalén, tuvieron la sensación de que no había verdaderamente alguien a quien entregar los territorios, o con quien dividir la capital.

Por esa razón, se decidieron a abandonar la agenda diplomática, para comenzar a ocuparse de la agenda socioeconómica. Habían perdido aquella pasión que les permitiera en otro tiempo luchar contra la derecha y los habitantes de los asentamientos. La desesperación de los israelíes por lograr alguna vez la paz constituyó un duro golpe que terminó desbaratando las chances de conseguirla; un golpe a la paz no menos violento que aquel que se encargara de aplicarle la intransigencia palestina.

Ahora, la vieja paz está muerta. Realmente muerta. La revolución islámica en Egipto ha eliminado el ancla austral de aquella paz prometida. La opresión asesina en Siria ha neutralizado su garante del norte, y la relación cada vez más cordial entre Al Fatah y Hamás suprime su eje central.

Cualquiera que observe la realidad que ha surgido a nuestro alrededor, entiende ahora aquello que no era capaz de entender completamente hace un año: que el despertar árabe ha matado el proceso diplomático. En los próximos años, ningún líder árabe moderado tendrá suficiente legitimidad o poder para firmar un acuerdo de paz con Israel. Aquello que hemos anhelado desde 1967 y en lo que creímos desde 1993, simplemente no va a suceder. Ni ahora, ni en esta década.

La confirmación de la muerte de la vieja paz es uno de los acontecimientos más graves de 2011. Sin esperanza de paz, existe un mayor riesgo de que el frente palestino se deteriore. Sin un proceso de paz, el riesgo de un estallido en Oriente Medio es mucho mayor. Sin paz en el horizonte, la ocupación se hace más arraigada, y amenaza con enterrarnos a todos.

Es por eso que la muerte de la vieja paz requiere un poco de pensamiento creativo para concebir una nueva paz: una paz que no será inminente, sino gradual; que no será definitiva, sino parcial; que no necesariamente habrá de basarse en acuerdo firmados. Una paz nueva que habrá de aprender de la muerte de la vieja, para adaptarse así a una nueva y tormentosa realidad histórica.

Esta nueva paz no será ciertamente la paz soñada. No será la paz que ponga fin al conflicto. Ni siquiera será una paz con capacidad suficiente para poner fin a la ocupación.

Pero tal vez esta nueva y modesta paz nos permitirá forjar un camino a través de la tormenta para gestionar el conflicto palestino-israelí, mitigándolo un poco. Esta nueva paz podría otorgarles al centro y la izquierda israelíes una nueva y pertinente agenda diplomática.

Ahora que la vieja paz ha muerto, debemos apresurarnos a sustituirla por una nueva y realista.

Fuente: Haaretz - 12.2.12
Traducción - www.israelenlinea.com

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